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Encuentro de Rotterdam
 

Meditaciones del hermano Alois

Durante cada oración del atardecer el hermano Alois dará un meditación
Dichos textos serán publicados en esta página.

Atardecer del martes 28 de diciembre de 2010

Quisiera comenzar dirigiendo unas palabras a los holandeses.

Quisiera haberme expresado en vuestro idioma, pero para que todos me comprendan bien, es preferible que hable en inglés.

Es un honor poder celebrar este encuentro europeo por primera vez en los Países Bajos. Vuestro país siempre ha sido un país abierto al mundo. Contábamos con vuestra hospitalidad y no nos habéis decepcionado. Casi todos los jóvenes han sido acogidos por familias.

En nombre de todos los jóvenes europeos, muchísimas gracias a los habitantes de Róterdam y sus alrededores, a los responsables de las Iglesias y al alcalde de esta ciudad.

Distintas Iglesias del país nos hicieron llegar invitaciones para venir aquí. El que estemos reunidos en esta formidable diversidad que forman todos los que ponen su confianza en Cristo, es una buena señal para el futuro de la Iglesia.

Quisiéramos abrir completamente el corazón a aquellos que se unen al encuentro sin que su referencia sea Cristo, particularmente a las personas de la comunidad musulmana.

Asimismo, quisiéramos abrir nuestro corazón a aquellos que no pueden creer en Dios y que buscan un sentido a sus vidas. La fe en Cristo no nos aleja de aquellos que no pueden creer, Cristo vino para hacernos más humanos, para hacernos hermanos y hermanas.

Todos estamos en el mismo barco a la hora de preparar el futuro de nuestras sociedades. El acondicionamiento de nuestros lugares de oración, como aquí en las salas de Ahoy, con estas velas semejantes a las de un barco, cobra todo su significado.

Todos quisiéramos encontrar una respuesta personal a cuestiones fundamentales como éstas: ¿Qué puede dar una orientación a mi vida? ¿Qué objetivo merece que nos entreguemos plenamente?

Esta primavera en Taizé, una joven neerlandesa me preguntó qué esperaba del encuentro de Róterdam. Mi respuesta, quizás algo espontánea, fue: «La alegría». Desde entonces, esta respuesta me ha acompañado. Creo que es precisamente eso lo que deberíamos buscar estos días.

Hace dos semanas estaba en Santiago de Chile con motivo de nuestro segundo encuentro latinoamericano. La alegría ha marcado este encuentro. Para muchos jóvenes de Latinoamérica la fe en Dios está vinculada a la alegría de vivir, a la alegría de la amistad y a la alegría de reunirse con los demás.

Y sin embargo, los chilenos han tenido un año difícil. Celebraban el bicentenario de su independencia, pero la fiesta se vio ensombrecida por todo tipo de dificultades. El terremoto y la violencia del mar han afectado sobre todo a los más pobres, y el abismo entre pobres y ricos, que se creía casi colmado, ha hecho de nuevo aparición con toda su crueldad.

El día en que comenzaba el encuentro, un terrible incendio en una prisión de Santiago dejó decenas de muertos y numerosos heridos. En un barrio pobre, visité con varios hermanos a una madre que perdió a su hijo en este incendio. Israel acababa de cumplir 21 años. Quisiera que hubierais podido ver el rostro de esta mujer, con esa gran dignidad en medio de la desesperación y el duelo.

Si intentamos estos días reavivar nuestra alegría de vivir, no se trata de una alegría fácil, de una huida lejos de las dificultades y de los sufrimientos. Se trata más bien del agradecimiento por el don de la vida. Y quisiera insistir en la palabra «don». La vida es un don que no viene de nosotros.

Actualmente, parecemos tener el sentimiento de poder construir nuestra existencia por nosotros mismos. Es verdad que los progresos técnicos nos aportan posibilidades inauditas de creatividad para tomar en cierta medida las riendas de nuestro destino. No obstante, me parece esencial cultivar una actitud que consiste en acoger la vida, acogerla tal como se presenta.

Acoger la vida como un don puede hacernos ver la existencia y toda la creación desde una nueva perspectiva, despertando en nosotros tanto la alegría como el sentido de la responsabilidad.

Mañana por la mañana vais a tratar la llamada a la alegría en el Evangelio y os preguntaréis cómo optar por la alegría. Podemos hacerlo confiando en que Dios nos envía su Espíritu Santo para guiarnos en esta búsqueda.

Niño: Rixte (en holandés): Todas las tardes diremos los nombres y rezaremos por todos los pueblos representados aquí.
Margit (en inglés): Esta tarde saludamos a los jóvenes de Noruega, Suecia, Finlandia, Dinamarca, Portugal, España e Italia.

Rixte (en holandés): En las dos salas en las que estamos reunidos, la oración continúa con el canto y la oración alrededor de la cruz. Todos podéis venir a apoyar la frente en la cruz para confiar a Dios vuestras propias cargas y las de otros.

Atardecer del miércoles 29 de diciembre de 2010

Hace diez días, tras el encuentro latinoamericano en Chile, pasé dos días en Haití. Algunos de nosotros ya estuvimos allí hace mucho tiempo con el Hermano Roger y, desde entonces, los lazos con este país se han reforzado cada vez más. Veinticinco jóvenes haitianos participaron en el encuentro de Santiago.

El año pasado, el terremoto, un huracán y luego el cólera, hicieron estragos en Haití. Por todo el mundo se levantó una enorme ola de apoyo y simpatía. Creo que todos queremos sentirnos cercanos a este pueblo afectado por tantas adversidades.

El joven obispo Pierre Dumas me recibió a la llegada en Puerto Príncipe y fuimos en seguida a rezar a las ruinas de la catedral. En el camino, en plena ciudad, hay tiendas de campaña hasta donde alcanza la vista. Todavía viven hacinadas en ellas un millón y medio de personas de los siete millones que viven en Haití. La dureza de la vida hace que cada vez haya más violencia, violencia que podría extenderse a todo el país.

El domingo por la mañana, unos 400 niños se reunieron para la eucaristía en la casa de las hermanas de la madre Teresa. La mayoría eran huérfanos. En una sala colindante estaban los bebés, algunos de ellos muy enfermos.

Me marcó el rato que pasé con estos bebés. ¿De dónde vienen? ¿Les queda mucho tiempo de vida? – preguntas sin respuesta. Pero estar allí cerca de ellos, ver cómo buscaban nuestra mirada, fue un momento de profunda compasión.

La compasión nunca va en un solo sentido. Al dar, recibimos. Durante esos dos días en Haití, a menudo nos paramos con unos u otros para rezar un momento, era algo completamente natural.

Una vez más, comprendí que los haitianos obtienen de su confianza en Dios una capacidad excepcional de perseverancia contra viento y marea. Incluso en el sufrimiento incomprensible, Cristo está ahí, más profundo que los males. Quisiéramos dejarnos impregnar por esta confianza en Dios.

Aquí en Rotterdam se encuentran tres haitianos que viven actualmente con nosotros en Taizé. Aun cuando no conocemos todos los sufrimientos por los que han pasado en estos últimos meses, quisiéramos decirles que nos sentimos cercanos a ellos. Cristina va a decirnos unas palabras.

Christina: Quisiéramos daros las gracias por vuestra solidaridad. Hay tantas personas de todo el mundo que ayudan a nuestro país. Sin embargo, la reconstrucción de Haití debe salir de nosotros mismos. Hay entre nosotros muchos jóvenes listos para aceptar responsabilidades. Nos preparamos para ello. Gracias por apoyarnos, gracias por rezar por nosotros y por no olvidar nuestro país.

La comunidad de Taizé va a emprender una iniciativa concreta. Con la colecta que se denomina ‘operación esperanza’, apoyaremos proyectos que existen en Haití para niños que se encuentran en situaciones difíciles, centrándonos sobre todo en la educación. Todos podemos participar. En la página de Taizé podréis ver cómo hacerlo.

Mañana por la mañana trataréis en los grupos cómo la compasión siempre puede colmar aún más nuestra existencia. Hay pobrezas e injusticias cerca de nosotros, incluso en las sociedades ricas. ¿Qué despierta mi generosidad? ¿Me atrevo a ir hacia aquellos que sufren, incluso con las manos vacías? ¿Podemos prestar más atención a nuestro estilo de vida para hacer más concreta la solidaridad con aquellos que son más pobres?

Sí, la alegría de vivir que buscamos también se encuentra en esta apertura hacia los otros y, en primer lugar, hacia aquellos que nos han sido confiados y que se encuentran más cerca de nosotros. La opción por la alegría es inseparable de la opción por el hombre, por nuestro prójimo.

Quisiera finalizar con la oración que continuaremos rezando a lo largo de este próximo año y que podréis encontrar en la Carta de Chile:

Dios nuestra esperanza, te confiamos al pueblo de Haití. Desconcertados por el sufrimiento incomprensible de los inocentes, te pedimos que inspires el corazón de los que aportan las ayudas indispensables. Conocemos la fe profunda del pueblo haitiano. Asiste a los que sufren, fortalece a los que están abatidos, consuela a los que lloran, derrama tu Espíritu de compasión sobre este pueblo tan probado y tan amado.

Niño Rixte: Esta tarde saludamos a los jóvenes de Moldavia, Armenia, Polonia, Croacia, Hungría, Bulgaria, Eslovenia, Estonia, Letonia y República Checa.

Rixte: En las dos salas en las que estamos reunidos, la oración continúa con el canto y la oración alrededor de la cruz. Todos podéis venir a apoyar la frente en la cruz para confiar a Dios vuestras propias cargas y las de otros.

Atardecer del jueves 30 de diciembre de 2010

Es una alegría estar reunidos estos días con vosotros, que procedéis de tantos países distintos y de diferentes tradiciones cristianas. Volvemos a descubrir así que Cristo nos reúne en una sola comunión, la comunión de su Iglesia.

Agradecemos de corazón a los que, sin compartir la fe en Cristo, se unen a nosotros estos días para manifestar juntos un mismo deseo de paz y reconciliación en la tierra.

«¡Paz en la tierra!» Este anuncio se encuentra al comienzo del Evangelio de Lucas. Todos podemos contribuir a la paz en la tierra, pero ésta debe surgir y resurgir siempre en nosotros mismos.

Esto supone una búsqueda personal. Actualmente, las tradiciones y las instituciones no son una referencia de la misma manera que lo fueron en otros tiempos. Las respuestas dadas antaño a las cuestiones fundamentales de la vida no se aceptan sin ser discutidas con anterioridad.

La fe en Dios exige actualmente tomar una decisión personal. Esta decisión no impide que existan dudas, pero mantiene nuestro corazón abierto para volver a acoger siempre la paz interior.

¿Dónde encontrar la fuente de esta paz interior? Se encuentra en el perdón. Con Cristo, el anuncio realizado siglos antes de él se hizo realidad: «Dios perdona todas las ofensas». Para dar este perdón, Cristo aceptó y acepta tomar el mal sobre él.

Si en la «Carta de Chile» hablo extensamente sobre el perdón, es porque tanto en nuestras vidas personales como en nuestras sociedades nos es esencial. Este será el tema de vuestra reflexión mañana por la mañana en los grupos.

Confiar nuestras vidas al perdón de Dios, ahí encontramos una alegría profunda y la libertad. Este perdón nos vuelve responsables. Nosotros queremos así también perdonar a los que nos ofenden. A veces la herida es demasiado grande y no conseguimos perdonar a los otros. Oremos por ellos si podemos, y no olvidemos que el deseo de perdonar ya es un comienzo.

Nuestras sociedades tienen asimismo necesidad de perdón. Europa, para construirse, también necesita del perdón. En los Países Bajos las generaciones precedentes lo han experimentado, tras la horrible guerra que ha hecho sufrir tanto a este país, y particularmente a esta ciudad de Rotterdam.

Por supuesto, el perdón no quita que deba haber justicia, sino que es más bien una prolongación de ésta. Quisiera recordar aquí las palabras de un hombre que ha tenido grandes responsabilidades políticas y que está entre nosotros en este encuentro: «Podríamos contribuir enormemente a la paz negándonos a transmitir a la siguiente generación el recuerdo de las heridas del pasado». No se trata de olvidar un pasado doloroso, pero el Evangelio nos llama a ir más allá de la memoria por medio del perdón, e interrumpir así la cadena que hace perdurar los resentimientos.

En Latinoamérica, la tensión política opone a Bolivia y a Chile después de muchos años. Durante nuestro reciente encuentro de Santiago, en un momento dado los jóvenes bolivianos fueron a buscar a los jóvenes chilenos a donde estos estaban reunidos. Por medio de un poema, expresaron su determinación para conseguir la reconciliación.

En el próximo año, continuaremos nuestra peregrinación de confianza. Es evidente que aportar confianza entre los pueblos y en nuestras sociedades, a través de encuentros y de intercambios personales, es indispensable, sobre todo en un periodo en el que las dificultades económicas se hacen más palpables.

Todas las semanas del próximo año, los encuentros de Taizé continuarán para permitir a todos profundizar en las fuentes de la fe.

Numerosos jóvenes de Ucrania, Bielorrusia y Rusia vienen a Taizé y a los encuentros europeos, en particular aquí en Rotterdam. Algunos hermanos iremos en abril, junto a jóvenes de toda Europa, a celebrar la Semana Santa y la fiesta de Pascua con la Iglesia ortodoxa. El patriarca ruso nos ha invitado. Es una ocasión única para descubrir aún más esta Iglesia. Seréis acogidos por las parroquias y las familias ortodoxas, y será en Moscú.

Dentro de un año, del 28 de diciembre de 2011 al 1 de enero de 2012, se celebrará el próximo encuentro europeo. Tendrá lugar en una ciudad en la que no se ha celebrado nunca y en la que hay jóvenes que nos esperan desde hace mucho tiempo: hemos sido invitados a Alemania, por todas las Iglesias y por el Alcalde de la ciudad de Berlín.

Nuestra peregrinación de confianza continuará también en otros continentes. Hemos sido invitados a preparar un encuentro internacional en un país africano. En dos años, del 14 al 18 de noviembre de 2012, los cristianos de Ruanda nos acogerán en la ciudad de Kigali.

Rixte: Todas las tardes oramos por los pueblos que se encuentran aquí. Saludamos esta tarde a los jóvenes de Bielorrusia, Rusia, Uzbekistán, Ucrania, Georgia, Albania, Serbia, Bosnia-Herzegovina, Rumania, Montenegro, Lituania y Eslovaquia.

Margit : Saludamos a los jóvenes de China, Hong-Kong, Corea, Japón, India, Indonesia, Singapur, Filipinas, Vietnam, Israel, Siria e Irak.

Rixte: Saludamos la presencia del Cardenal, el Nuncio apostólico, obispos y pastores de las Iglesias protestante, ortodoxa, católica y la vieja iglesia católica de los Países Bajos y otros países. Saludamos al Comisario de la Reina y a los responsables políticos de la ciudad y de la región de Rotterdam.

Margit: la oración continúa ahora con el canto y la oración alrededor de la cruz.

Atardecer del viernes 31 de diciembre de 2010

Quisiera mostrar hoy mi gratitud por la hospitalidad que hemos recibido en Rotterdam y en los alrededores. Queremos dar las gracias a las iglesias que nos han acogido, y particularmente a todas las personas que han abierto su corazón y sus casas para albergar a los jóvenes. Gracias igualmente a los responsables de las Iglesias, y a todos los que han apoyado de una forma u otra la preparación de este encuentro. Muchas gracias también a las autoridades civiles que han colaborado.

La alegría, la compasión, el perdón: estos tres valores del Evangelio en los que habéis profundizado estos días son realidades vividas con intensidad por muchas personas. Por ello, los hermanos y yo quisiéramos que inspiraran cada vez más vuestras vidas y las vidas de todos los que acogemos en Taizé.

En muchos países del mundo es cada vez más arduo referirse a Dios. Actualmente, muchas personas buscan un sentido a sus vidas, pero no pueden creer en un Dios que les ama personalmente. Que Dios les acompañe les parece inconcebible.

Para otros, sus vidas sembradas de dificultades les impiden tener fe. Si Dios existe, ¿por qué el mal es tan poderoso? En un universo del que conocemos mejor la complejidad y su infinidad, ¿cómo imaginar una omnipresencia de Dios, que se ocuparía al mismo tiempo del universo y de todos los seres humanos? Si Dios existe, ¿escucha nuestras oraciones y responde a ellas?

No obstante, la cuestión de Dios parece inseparable del espíritu humano. En cada hombre, en cada mujer y en cada niño hay un deseo de amar y de ser amado, el deseo de ser reconocido en su dignidad humana, el deseo de un amor duradero. Esta aspiración a que sea «para siempre», ¿no expresa una nostalgia de Dios?

¿Es posible creer en Dios en el mundo moderno? La fe se presenta en nuestros días más bien como un riesgo, el riesgo de la confianza. Para aceptar este riesgo, disponemos de nuestras capacidades humanas, tanto las del corazón como las de la razón.

Incluso siendo creyentes, no siempre buscamos lo suficiente profundizar en nuestra fe. Así, se crea una disparidad entre los conocimientos en el campo de la fe y los adquiridos en otros campos. Una fe que se queda en las expresiones aprendidas durante nuestra infancia, difícilmente podrá enfrentarse a los cuestionamientos de la edad adulta.

Por ello, la búsqueda de una comunión personal con Dios es tan importante. ¿Cómo avanzar más? ¿Cómo alimentar nuestra esperanza?

Incluso si no llegamos a comprender mucho del Evangelio, podemos tratar de captar más a partir de palabras que intentamos poner en práctica. Podemos preguntarnos todos: ¿qué palabra del Evangelio me llega más y quisiera poner en práctica hoy mismo y en el futuro?

Todos podemos comunicar a los demás nuestra esperanza en Cristo. Puede que no sea siempre por medio de palabras, sino más bien por la propia vida. Ocurre entonces algo sorprendente: al transmitir el mensaje de la resurrección de Cristo lo comprendemos cada vez más. Así, este misterio se vuelve más central en nuestra propia existencia, puede transformar nuestra vida.

Sí, osemos a transmitir a los demás, por medio de nuestra vida, el mensaje del Evangelio, la esperanza de este amor “para siempre”.

Poco a poco descubrimos que Dios está ahí, cercano a nosotros. Por medio de su Espíritu, habita en nosotros. Y cuando estamos cerca de Dios, puede surgir en nosotros un don de acogida. Acoger a los que nos son confiados, hacerles un lugar en nuestras vidas; esto se convierte en nuestra principal preocupación. En la oración, nos hacemos más sensibles hacia aquellos que no tienen un hogar: los niños abandonados, los inmigrantes, los sin techo.

Un día, el hermano Roger escribió: «en esta comunión única que es la Iglesia, Dios ofrece todo para ir a las fuentes: el Evangelio, la Eucaristía, la paz del perdón…» El hermano Roger concluía: «Así, la santidad de Cristo ya no es inalcanzable, está ahí, muy cercana».

Como creyentes, no perseguimos un ideal, sino que seguimos a una persona, Cristo. No estamos solos, él nos precede. Todos nosotros, incluso si somos pobres y vulnerables, estamos llamados a reflejar en nuestras vidas la santidad de Cristo. Todos podemos transmitir alrededor nuestra una pequeña luz como la que vamos a pasarnos ahora unos a otros.

Dios no se cansa de volver a tomar el camino con nosotros. Podemos creer que una comunión con él es posible y no fatigarnos nunca más, nosotros tampoco, de tener que volver a la lucha una y otra vez, como seres humildes que ponen su confianza en la misericordia de Dios.

Rixte: Esta tarde saludamos a los jóvenes de Austria, Suiza, Gran Bretaña, Irlanda, Francia, Andorra, Alemania, Luxemburgo, Bélgica, Grecia y a todos los jóvenes de los Países Bajos.
Margit: Saludamos a los jóvenes de Togo, Senegal, Camerún, Eritrea, Zimbabwe, Congo, Benin, Gabón, Ghana, Sudáfrica, Egipto, Cabo Verde, Ecuador, Australia y Nueva Zelanda.

Rixte: La oración finalizará con algunos cantos.

Última actualización: 31 de diciembre de 2010

Lectura Bíblica Diaria

DOM, 17 de Enero
Jesús pregunta a los primeros discípulos: «¿Qué buscáis?». Ellos responden: «¿Señor, dónde vives?» El les dice: «Venid y lo veréis.»
Jn 1,35-42
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