Esta semana estamos celebrando un aniversario especial. Hace cincuenta años, el 6 de agosto de 1962, la iglesia en la que estamos reunidos fue inaugurada. Quizás sepáis que se llama “Iglesia de la Reconciliación”. Nuestro hermano Denis, que es arquitecto, la diseñó, y jóvenes alemanes de “Aktion Sühnezeichen”, una organización creada para la reconciliación tras la Guerra Mundial, asumió los trabajos de construcción.
A lo largo de los años, la iglesia fue modificada y ampliada debido al constante deseo del hermano Roger de que todo aquel que entrara en la iglesia pudiera entender que es Dios mismo quien le acoge. Con motivo de la inauguración, el hermano Roger escribió estas palabras:
“Quienes vienen a Taizé están buscando, lo sepan o no, algo que esté más allá de ellos mismas. Si nos piden pan, ¿les ofreceremos piedras para contemplar? Después de estar en esta Iglesia de la Reconciliación, deberían recordar no tanto sus muros como la llamada a la reconciliación y hacer de ella su pan de cada día.”
El hermano Roger nos invita a hacer de la reconciliación nuestro pan de cada día. Esto significa, en primer lugar, acoger la paz de Dios, creer que Dios nos acoge sin condiciones. No sólo nos acepta tal y como somos, sino que nos ama profundamente, incluso podríamos decir con locura, y para siempre.
Jesús vino a revelar ese amor de Dios. Lo hizo llegando hasta el final, hasta la cruz, donde conoció la mayor oscuridad. Ojalá comprendamos que él lleva nuestras cargas y pecados y que con él encontramos la paz del corazón, la reconciliación interior.
Esta iglesia fue inaugurada el 6 de Agosto, fecha en la que cada año celebramos la Transfiguración de Cristo. Podéis ver el icono de la Transfiguración en la parte delantera de la iglesia. Deberíamos meditar más a menudo sobre este importante momento de la vida de Jesús; encontraríamos una luz totalmente nueva.
Antes de su pasión, en la que quedaría terriblemente desfigurado, tres discípulos vieron, por un instante, a Jesús brillando con una luz que estaba más allá de lo que ninguno de ellos había conocido nunca. Vieron quién era Jesús realmente – el Enviado de Dios, el Hijo de Dios.
En nuestra oración, a menudo tan sencilla y a veces muy pobre, esa luz de Cristo toca nuestro corazón, incluso si no lo percibimos con nuestros sentidos.
El hermano Roger escribió también hace cincuenta años:
“No es una coincidencia que la inauguración de la Iglesia de la Reconciliación se fijara en la fiesta de la Transfiguración. En efecto, debemos recordar que Cristo cumple su tarea de transfigurarse en nosotros y en nuestro prójimo. Él convierte las resistencias más profundas que se oponen a la reconciliación. Con su luz entra, poco a poco, en la más oscura de nuestras sombras.”
Estas palabras del hermano Roger continúan siendo ciertas. Acogemos la reconciliación de Cristo de muchas maneras: en la Eucaristía, rezando el Padrenuestro, o incluso simplemente diciendo desde lo más profundo del corazón esta antigua oración: “Jesucristo, Hijo de Dios, ven y ayúdame”.
Y cuando dudemos del perdón de Dios, quizás debido a una ofensa grave, en el sacramento de la reconciliación podemos escuchar, a través de una voz humana, la certeza de estar perdonados.
Acogemos el perdón de Dios hasta el extremo cuando lo compartimos con los demás. Así, le pedimos a Dios: permítenos ser, con nuestras vidas, portadores de paz y reconciliación allá donde vivamos, en nuestras familias, entre quienes nos rodean, entre los cristianos separados, entre los pueblos de la tierra.
Es cierto que conocemos situaciones en las que el perdón es extremadamente difícil e incluso, al menos momentáneamente, imposible. En esas situaciones, es incluso más importante mantener la paz del corazón, creer que Cristo ya carga con esta situación junto a nosotros y que el deseo de perdón es ya un primer paso.
Compartir el pan de cada día de la reconciliación que recibimos: siempre, y especialmente hoy, nos gustaría hacer un gesto en este sentido. Así que pensamos en un país que se ha independizado recientemente y emerge tras dos décadas de guerra: Sudán del Sur. Con la “Operación Esperanza”, que sostiene proyectos en diferentes continentes, daremos apoyo, durante los próximos tres años, a niños necesitados de la ciudad de Rumbek.
En la página web de Taizé encontraréis una explicación sobre cómo uniros y apoyar este proyecto.
Sabéis que antes del encuentro europeo en Roma, en noviembre tendremos un encuentro africano en Ruanda. Tres delegados de juventud de este país están con nosotros, dos sacerdotes y un pastor. Su presencia es preciosa para prepararnos para este encuentro. Se marcharán de nuevo el domingo.
Nos gustaría decirles que les acompañamos con nuestras oraciones. Que la difícil reconciliación que los ruandeses luchan por practicar, después del terrible genocidio vivido, pueda hacerse más profunda. Su admirable esfuerzo de reconciliación es una llamada para todos nosotros: que la reconciliación de Cristo se adueñe de nuestros corazones, que hagamos de la reconciliación nuestro pan de cada día, de manera que una esperanza de paz nazca para todos los seres humanos.
Permitidme de nuevo citar unas breves palabras que el hermano Roger escribió para la inauguración de esta iglesia, palabras que podrían acompañarnos durante un rato:
“Un hombre o una mujer reconciliados consigo mismos y con sus prójimos redescubren una energía vital (…) un dinamismo, una nueva fuente”.