Muchos hermanos acaban de regresar tras realizar varias visitas durante la primavera. Unos fueron a Ucrania, otros a Rusia. En medio del grave conflicto actual, en ambos países hay hombres y mujeres que anhelan la paz.
Yo mismo, acompañado de otros hermanos, estuve en México para participar en un hermoso encuentro de 2.000 jóvenes de distintos países. Celebramos una vigilia de oración en el santuario de la Virgen de Guadalupe con varios miles de personas de la ciudad.
Algunos hermanos de Taizé se dirigirán a Brasil y Bangladesh, donde viven cerca de los más pobres.
En Taizé, todos los años, con motivo de la fiesta de la Ascensión, nos sorprende ver cómo se llena nuestra Iglesia de la Reconciliación. Viene mucha gente y es una verdadera fiesta de la primavera. Y los hermanos nos preguntamos ¿por qué venís? ¿qué buscáis?
Cuando os lo pregunto, me doy cuenta de que las respuestas son muy diversas. Hay quien dice que es para encontrarse con otros jóvenes, otros dicen que buscan silencio, otros, oraciones en común con cantos que duran toda la tarde. Y así recibo respuestas de todo tipo.
Todas ellas, en su diversidad, tienen algo en común, una búsqueda de esperanza, de mirar hacia el futuro con alegría y no con temor.
Los hermanos también os acompañamos en el camino, y en la acogida que intentamos ofreceros hay una esperanza que nos anima, sobre todo al ver que, más allá de vuestra estancia aquí, queréis construir vuestra vida confiando en Dios.
La fuente de la esperanza no está en nosotros, no la generamos nosotros. ¿Cómo podemos recibir esperanza? La festividad que celebramos desde el jueves puede abrir en nosotros la fuente de la esperanza. Pero ¿qué significa la Ascensión, el momento en que Cristo subió a los cielos?
Valiéndonos del idioma de las imágenes, la Biblia dice que la muerte no tiene la última palabra. Jesús murió pero también resucitó y lleva con él a todos los que ama, a toda la humanidad. Con él, nuestra humanidad es acogida en Dios.
Sí, Cristo, a pesar de ser invisible, está cerca de cada uno. Carga con nuestras preocupaciones, con nuestras faltas. Su amor por cada uno de nosotros es total. Prepara nuestro camino para estar con Dios para siempre; Cristo nos espera.
Ojalá todos, todos y cada uno de nosotros, pudiéramos volver a acoger estos días la confianza en el amor de Cristo.
Las catástrofes y las amenazas que se ciernen sobre el planeta y la humanidad, por reales que parezcan, no son la verdad definitiva. Nuestra humanidad tiene futuro más allá de los límites que se nos antojan insuperables, más allá del sufrimiento y la muerte. Y, en nuestra oración, incluso cuando es imperceptible, ya estamos ligados a ese más allá.
No es una teoría, es una realidad. Es el significado de la festividad que celebramos estos días. Para gozar de esta fiesta, de la alegría y la esperanza que genera, no podemos contentarnos con palabras o ideas. Debemos preguntarnos ¿qué puedo cambiar en mi vida cotidiana para ser consecuente con esta confianza de que Dios es amor?
Cuando intentamos contestar a esta pregunta en nuestras vidas cotidianas, sea cual sea nuestra situación, se despierta un dinamismo, fluye una fuente en nosotros.
Hoy acogemos a un nuevo hermano en la comunidad. Viene de China. Es motivo de enorme alegría. Decidió situar la confianza en Cristo en el centro de su vida. Está claro que la confianza no supone sentir siempre el amor de Dios, sino vivirlo a través de la vida en comunidad.
Para los hermanos, lo importante no es ser buenos organizadores de los encuentros de jóvenes. Lo esencial es, primero, ser hermanos, hacer realidad la bondad de Cristo Jesús entre nosotros. Nuestra enorme diversidad hace que la vida comunitaria sea exigente, pero al mismo tiempo es increíblemente hermosa.
Cuando regreséis a vuestros hogares, os animo a que también toméis una decisión: ¿cómo podéis vivir la bondad de Cristo en casa, en vuestras circunstancias concretas, empezando por vuestra familia y vuestros amigos? Se trata siempre de volver a empezar sin desanimarse.
La bondad de Cristo nos lleva hacia los que sufren, hacia los excluidos. Acercaos a quienes viven en condiciones precarias, puede que incluso cerca de vosotros. Esto alimenta enormemente nuestra confianza en Dios. Y entonces podremos entender mejor las palabras de Cristo: «Estoy con vosotros, todos los días, hasta el fin de los tiempos.»
La Ascensión, vitral del hermano Eric de Taizé