Semana tras semana es una alegría ser tantos los que nos reunimos en la colina de Taizé y cantamos a Dios en las oraciones. Cristo nos une dentro de nuestra gran diversidad. La unidad que aquí vivimos es una imagen de lo que esperamos para toda la humanidad.
Estos días nos sentimos cerca de los jóvenes que en estos momentos participan en el encuentro de Tlemcen, en Argelia. Cada día realizan las mismas oraciones y las mismas reflexiones que nosotros aquí en Taizé.
Esta semana es especial. El sábado 16 de agosto recordaremos al hermano Roger, que murió de forma violenta aquí mismo en la Iglesia de la Reconciliación hace ya 9 años.
Al hermano Roger le gustaba invitarnos a la alegría. No se refería a esos grandes momentos de felicidad que todos conocemos pero que son fugaces. La alegría de la que nos hablaba me parece mucho más cercana a la paz, esa paz que sentimos cuando estamos unidos interiormente, y no divididos, desgarrados.
No podemos crear esta unidad interior por nosotros mismos, tenemos que recibirla. La sentimos sobre todo cuando nos sabemos amados.
Sin embargo, el amor que viene de los demás y el que nosotros les damos a ellos es muy frágil y terriblemente limitado. Tiene que renovarse continuamente. El hermano Roger sabía que a veces herimos incluso a las personas que queremos.
¿Y qué decir de todos los rechazados por la sociedad, los que viven la violencia, la guerra, las enfermedades incurables? A menudo nos encontramos impotentes frente al profundo desgarro y las calamidades que vemos en el mundo, incluso en nuestro entorno.
Ante el mal, el hermano Roger optó decididamente por el camino que le parecía más afín al Evangelio: abandonarnos en manos de Dios confiando de todo corazón. Veo cada vez más el valor de este camino del hermano Roger cuando decía «Feliz el que se abandona en ti, oh Dios, con la confianza del corazón» ¿Qué quería decir con esto?
Tomar la decisión interior de poner nuestra confianza en Dios es una lucha que puede exigirnos todas nuestras fuerzas. No se trata de ponernos en manos de un Dios lejano, si no de Dios que es amor, que en Cristo ha compartido nuestras alegrías y nuestras penas, y que habita en nosotros por medio del Espíritu Santo.
El sábado colocaremos en el centro de la Iglesia el icono de la amistad que tanto gustaba al hermano Roger: en él vemos a Cristo acompañando a su amigo, es decir, a cada uno de nosotros. Cuando miramos este icono, podemos descubrir la cercanía de Cristo, incluso si no sentimos su presencia.
Confiar en Cristo, incluso sin sentir su presencia, esa es la «confianza del corazón» de la que nos hablaba el hermano Roger. En todas las situaciones, arriesguémonos a confiar en que el amor de Dios tendrá la última palabra en nuestras vidas y en el desarrollo de la historia.
La confianza del corazón se fortalece en nosotros cuando dejamos que impregne nuestra vida: cuando no contestamos demasiado deprisa a una palabra que nos hiere, cuando nos negamos a acusar a todo un pueblo por la forma de actuar de solamente una parte de la población, cuando nos mantenemos cerca de un enfermo incluso si no podemos ayudarle.
El hermano Roger llegó solo a Taizé a los 25 años. Era el comienzo de la Segunda Guerra Mundial. ¿Qué podía hacer él frente a la violencia y a la negación de la humanidad? No tenía medios para detener esta barbaridad. Sin embargo, pudo acoger a personas que atravesaban momentos difíciles. Y, sobre todo, decidió comenzar a preparar la paz.
¿Cómo? Sabía que los cristianos tenían una responsabilidad particular para con la paz. Se decía a sí mismo: empecemos, en un pequeño grupo, a vivir verdaderamente la paz y la reconciliación entre nosotros. Reconciliémonos los cristianos para ser juntos un signo de la paz de Cristo.
Hoy día seguimos desconcertados por la violencia y las catástrofes en el mundo. Recordamos, por supuesto, los conflictos armados en Ucrania, Gaza, Irak y otros lugares. Pero no por ello estamos condenados a mantenernos pasivos. También nosotros podemos preparar la paz. ¿No hay aquí una llamada del hermano Roger dirigida a nosotros actualmente?
Empecemos con unas pocas personas, allí donde estemos, allí a donde seamos enviados. No olvidemos que la eficacia durable no llega con una actuación espectacular, sino de una paz que recibimos de Cristo y que irradia en primer lugar a las personas que nos rodean.
«Adquiere la paz interior y una multitud la encontrará a tu alrededor», son palabras del santo Serafín de Sarov que al hermano Roger le gustaba citar.
Mañana celebramos el día de la Virgen María. En algunos países es una gran fiesta. Cuando pienso en María, pienso en la valentía que tuvo al decir sí a algo que parecía imposible, que le sobrepasaba completamente. Tuvo que aceptar, y a veces resultaba difícil, que Jesús fuera tan diferente de lo que corresponde a las expectativas humanas.
María acompañó a su hijo hasta los pies de la cruz, donde todas las esperanzas parecían acabarse. Es una alegría cantar el Magníficat con ella, que está en el cielo: "Proclama mi alma la grandeza del Señor, se alegra mi espíritu en Dios, mi salvador".
Durante la eucaristía mañana por la tarde, recibiremos en nuestra comunidad a un joven de Guatemala, se llama Henry. Al querer entrar a formar parte de nuestra comunidad, quiere seguir a Cristo y decir con el hermano Roger «Feliz el que se abandona en ti, oh Dios, con la confianza del corazón».