TAIZÉ

Meditaciones sobre la alegría, la sencillez y la misericordia

 
Durante el Encuentro para una nueva solidaridad, cada mañana al final de la oración, un hermano de la comunidad dio una breve meditación bíblica para introducir el tema de la jornada. Las meditaciones las retomaremos, en los próximos meses, en la página "Textos bíblicos comentados"

Lunes : Atreverse a la alegría

Jesús dijo: “El Reino de los Cielos se parece a un tesoro escondido en un campo; un hombre lo encuentra, lo vuelve a esconder, y lleno de alegría, vende todo lo que posee y compra el campo. El Reino de los Cielos se parece también a un negociante que se dedicaba a buscar perlas finas; y al encontrar una de gran valor, fue a vender todo lo que tenía y la compró. ”
(Mateo 13, 44-46)

Venimos a orar y cantar juntos la alabanza de la mañana. En el Evangelio vemos dos parábolas sobre el Reino de los Cielos. Jesús no habla de un lugar o de un tiempo lejanos, sino que anuncia al Dios que viene ahora, que está presente hoy entre nosotros. “Tú, Dios santo, reinas entre las alabanzas”, dice el versículo de un salmo (Salmo 22, 4). Dios reina en el cielo, pero también coloca su trono y su reino en medio del pueblo que dirige sus cantos hacia Él.

“El Reino de los Cielos se parece a un tesoro escondido en un campo", " a un negociante que se dedicaba a buscar perlas finas". Jesús compara la llegada de Dios en nuestra vida y nuestro mundo a la felicidad de un descubrimiento, a la alegría que suscita lo que es incomparablemente precioso, infinitamente bello.

Un hombre ara un campo y su arado encuentra un escollo. Pero no es ni una piedra grande ni un tocón de un árbol. Obligado a detenerse, lo observa de cerca, e intuye que encontró un tesoro. ¡Hizo el hallazgo de su vida! Un tesoro de un valor incalculable dormía en el campo que araba, y nadie lo sabía.

El héroe de la segunda parábola es un negociante. Busca perlas finas para revenderlas; ese es su trabajo. Pero como en el caso del agricultor, llega un día una sorpresa inaudita. Encuentra más de lo que busca: una perla preciosa incomparable que va a trastornar su existencia.

Seguro que el corazón del agricultor palpitó rápidamente al encontrar el tesoro. De ahora en adelante, su subsistencia está garantizada, no tendrá más preocupaciones. Lleno de felicidad, guarda la cabeza fría. Vuelve a esconder el tesoro, nadie debe saber que existe. Quiere estar seguro de que será suyo. Vende todo lo que posee para comprar el campo. Compra el campo, y el tesoro es suyo.
El negociante de perlas es igualmente feliz cuando encuentra la perla de su vida, la más bonita que ha visto. Y también vende todo lo que posee para obtener lo que lleva felicidad a sus ojos y alegría a su corazón.

¿Cómo acoger el Reino de Dios? ¿Cómo acoger a Dios cuando viene a reinar entre nosotros, cuando entra en nuestra vida y en nuestro mundo? Su llegada nos presenta una elección bastante particular. No se trata de elegir entre algo bueno y algo malo. El agricultor y el negociante no renuncian a algo malo; al contrario, renuncian a sus bienes. Renuncian alegremente a lo que es bueno por algo que es infinitamente bello e incomparablemente precioso.

Cuando Dios viene y entra en nuestras vidas, hay que elegir. Jesús nos propone optar por la alegría, por el tesoro, por la perla preciosa. Ahora bien, la alegría va acompañada de renuncias; eso demuestran las palabras de Jesús. La alegría despojó a los protagonistas de las dos parábolas de todos sus bienes. Se atrevieron a alegrarse, y su alegría los hizo vender todo lo que poseían.
Cristo nos invita a preferir la alegría de Dios a nuestros bienes y nuestros proyectos. Podría darse el caso de preferir la alegría a nosotros mismos. La alegría va acompañada del olvido de uno mismo.

Las historias del agricultor y el negociante que renuncian alegremente a sus bienes nos enseñan hasta qué punto la alegría nos hace libres.

  • Desde que llegué a Taizé, ¿qué tesoro o qué perla he encontrado? ¿Qué me ha sorprendido? ¿Qué me ha alegrado?
  • ¿Cuál ha sido la renuncia que me ha hecho más feliz? ¿Cuál ha sido la alegría que me ha hecho más libre?

Martes : La tristeza que se convierte en alegría

Jesús se dio cuenta de que deseaban interrogarlo y les dijo: “Os dije: ’Dentro de poco, ya no me veréis, y poco después, me volveréis a ver.’ ¿Por eso os hacéis preguntas los unos a los otros? Sí, en verdad os digo: lloraréis y os lamentaréis; el mundo, en cambio, se alegrará. Estaréis tristes, pero esa tristeza se convertirá en gozo. La mujer, cuando va a dar a luz, siente angustia porque le llegó la hora; pero cuando nace el niño, se olvida de su dolor, por la alegría que siente al ver que ha venido un ser humano al mundo. También vosotros ahora estáis tristes, pero yo os volveré a ver, y tendréis una alegría que nadie os podrá quitar."
(Juan 16, 19-22)

Para los amigos de Jesús, el tiempo que pasaban con él era una fiesta. El mismo Jesús lo quería así, les había dicho desde el principio: "¿Acaso los amigos del esposo pueden estar tristes mientras el esposo está con ellos? ¡Claro que no!” (Mateo 9, 15). En las ciudades y pueblos de Galilea, con Jesús, todo era una fiesta.
Al principio, Jesús también había dicho palabras enigmáticas que nadie podía aún comprender: “Llegará el momento en que el esposo os será quitado". Se terminará la fiesta. La víspera de su muerte, Jesús lo dice abiertamente: “Dentro de poco ya no me veréis”. Es el relato del Evangelio que hemos leído durante la oración. Jesús sabe que va a morir, y sabe lo duro que será para sus amigos. “Sí, en verdad os digo: lloraréis y os lamentaréis”, dice Jesús.

Pero hay algo más allá de esta tristeza. “Dentro de poco, ya no me veréis, y poco después, me volveréis a ver.” Al morir, Jesús se fue, pero regresó de la muerte, y sus amigos lo vieron, María de Magdala la primera, luego Pedro y Juan y muchos otros.
La alegría cristiana es una alegría pascual. No la destruyen el sufrimiento ni la muerte, por la ausencia del Amado, la ausencia de Dios. Jesús lo dijo: “Estaréis tristes, pero esa tristeza se convertirá en gozo”.

La alegría cristiana es una alegría pascual. No es lo contrario a la tristeza. La alegría pascual vive en nuestro dolor y nuestra tristeza, y los transforma desde el interior. “Esa tristeza se convertirá en gozo.” El dolor y la tristeza no ceden a la alegría, sino que se convierten en alegría. Incluso cuando no se convierten en alegría, el gozo las inunda y las llena de luz.

La tristeza y la alegría pueden coexistir, como en las mañanas de otoño se mezclan la niebla y la luz sobre la colina de Taizé.

El apóstol Pablo nos dice: “Alegraos con los que están alegres, y llorad con los que lloran” (Romanos 12, 15). ¿Cómo actuar cuando estamos al mismo tiempo con los que están alegres y con los que lloran? La única forma de llevar a la práctica estas palabras es cantando y llorando al mismo tiempo.

Existe lo que llamamos tristeza alegre. Hay una manera triunfante de alegrarse que no puede sino volver aún más tristes a los que lloran. La alegría pascual es lo suficientemente amplia para contener tristeza y pena. Llora y se alegra al mismo tiempo. Devuelve la sonrisa al rostro del infeliz.

Como los bebés, la alegría pascual nace en medio del dolor. Jesús dijo: "La mujer, cuando va a dar a luz, siente angustia porque le llegó la hora; pero cuando nace el niño, se olvida de su dolor, por la alegría que siente al ver que ha venido un ser humano al mundo". En esa alegría nacida de la pena, Jesús dijo: “Tendréis una alegría que nadie os podrá quitar.”

En la Regla de Taizé, el hermano Roger escribió hace mucho tiempo: “No temáis comulgar en las pruebas de otros, no tengáis miedo al sufrimiento, ya que, a menudo, en el fondo del abismo se da la perfección de la alegría en la comunión de Cristo Jesús.”

  • ¿Cómo puede la alegría contribuir a una nueva solidaridad? ¿Cómo alegrarnos con los que están alegres y llorar con los que lloran?
  • ¿Cómo podemos ayudarnos a dejar siempre que la alegría misma reaparezca en el centro de nuestro dolor?

Miércoles : Una sencillez que abre el corazón

Jesús entró en Jericó y atravesaba la cuidad. Allí vivía un hombre muy rico llamado Zaqueo, que era el jefe de los publicanos. Quería ver quién era Jesús, pero no podía a causa de la multitud, porque era de baja estatura. Entonces se adelantó y subió a un sicomoro para poder verlo, porque iba a pasar por allí. Al llegar a ese lugar, Jesús miró hacia arriba y le dijo: “Zaqueo, baja pronto, porque hoy tengo que alojarme en tu casa.” Zaqueo bajó rápidamente y lo recibió con alegría. Al ver esto, todos murmuraban, diciendo: “Se ha ido a alojar en casa de un pecador.” Pero Zaqueo dijo resueltamente al Señor: “Señor, voy a dar la mitad de mis bienes a los pobres, y si he perjudicado a alguien, le daré cuatro veces más.” Y Jesús dijo: “Hoy ha llegado la salvación a esta casa, ya que también este hombre es un hijo de Abraham, porque el Hijo del hombre vino a buscar y a salvar lo que estaba perdido.”
(Lucas 19, 1-10)

Alegría, sencillez y misericordia son palabras que el hermano Roger llamaba realidades, a las que regresaba una y otra vez a lo largo de su vida. Sentía que nos ayudaban a llegar al corazón del Evangelio, al corazón mismo de la realidad de Dios. Después de haber reflexionado estos dos últimos días sobre la alegría, hoy hablamos sobre la sencillez. ¿Cómo puede ayudarnos a acercarnos a la realidad de las cosas?

Empecemos examinando el Evangelio de esta mañana. El relato comienza de manera muy banal diciendo que Jesús pasa por Jericó y que había allí un hombre llamado Zaqueo, un jefe de los publicanos (recaudadores de impuestos) y que era rico. Un jefe de los publicanos era alguien que trabajaba para los romanos, los invasores, y que era visto por la población local como un “colaborador”. Como además era rico, seguramente también era un corrupto. Pero el relato no entra en esas consideraciones. Sin más detalle nos dice lo que sucede. Y lo que sigue adquiere un tono mucho más humano, hasta conmovedor. Se nos invita a ver más allá de las apariencias, más allá de las primeras impresiones.

Zaqueo tiene muchas ganas de ver a Jesús, pero no puede debido a la muchedumbre; entonces corre delante de todos y, como un niño, sube a un árbol, para poder verlo pasar. Cuando Jesús llega a ese lugar, se detiene y, mirando a Zaqueo, lo llama por su nombre: “Zaqueo, baja pronto, porque hoy tengo que alojarme en tu casa.” Puede que Jesús, al acercarse, preguntara a su alrededor quién era este hombre encaramado a un árbol. En cualquier caso, es motivo de gran regocijo imaginar a Zaqueo subido a una rama y ver cómo la alegría ilumina su rostro mientras baja a toda prisa.

Así, poco a poco toma forma ante nosotros una persona. Y es emocionante. Queda claro que Zaqueo busca algo más que ver a Jesús. Y éste no exagera diciendo que quiere alojarse en casa de Zaqueo. Le intriga mucho y desea visitarlo de verdad.
Inmediatamente la gente comienza a murmurar: “Se ha ido a alojar en casa de un pecador.” Como jefe de los publicanos, Zaqueo era una especie de paria. Estaba atrapado entre el poder imperial y una población descontenta, vivía en medio de la corrupción y su situación no tenía salida, era inextricable. De manera sorprendente, con las palabras más simples, Jesús se pone de su lado. En realidad la gente murmura contra Jesús, porque hace lo que nadie nunca habría hecho.

¿Cuándo se produce el cambio, mientras la muchedumbre murmura, o antes, cuando Jesús lo llama? Zaqueo ha cambiado. Al igual que Jesús, encuentra las palabras y los gestos que restablecen la relación con el prójimo. Así dice: “Señor, voy a dar la mitad de mis bienes a los pobres, y si he perjudicado a alguien, le daré cuatro veces más.” De repente, Zaqueo ya no va a acoger solo a Jesús sino a muchos otros. Jesús abrió la puerta del corazón y de la casa de Zaqueo, trazó una amplia vía de acceso hacia él.

“Hoy ha llegado la salvación a esta casa," dice Jesús, "ya que también este hombre es un hijo de Abraham”. ¿Lo entiende la muchedumbre? ¿Lo comprendemos nosotros? Zaqueo es nuestro hermano.

  • ¿Qué nos ayuda a ver más allá de las apariencias y de nuestras primeras impresiones, a relacionarnos con los que son distintos? ¿Puede ayudarme el ejemplo de la sencillez de Jesús?
  • ¿Qué puede llevarme a compartir lo que tengo con otros? ¿Qué diferencia implica el hecho de reconocerlos como “hermanos” y “hermanas”?

Jueves : La sencillez de los más jóvenes y de aquel que sirve

Luego surgió una disputa entre ellos sobre quién de ellos se consideraba el más importante. Jesús les dijo: Los reyes de los paganos los tienen sometidos y los que imponen su autoridad se hacen llamar bienhechores. Vosotros no seáis así; antes bien, el más importante entre vosotros sea como el más joven y el que manda como el que sirve. ¿Quién es mayor? ¿El que está a la mesa o el que sirve? ¿No lo es, acaso, el que está a la mesa? Pero yo estoy en medio de vosotros como quien sirve.
(Lucas 22, 24-27)

Una vez más, el tema de esta mañana es la sencillez. Vamos a ver si el pasaje del Evangelio que acabamos de escuhar puede ayudarnos a ir más lejos en nuestra reflexión. El texto señala un episodio de la vida de Jesús donde surge una disputa entre los discípulos. ¡Qué alivio para nosotros saber que eran personas normales después de todo! Según San Lucas se trata de uno de los momentos más importantes de la vida de Jesús, durante la última cena con sus discípulos, no mucho antes de que él fuera arrestado por las autoridades y crucificado. Estaban discutiendo sobre quién de ellos era el más importante.
Es un momento muy difícil para los discípulos. Sus temores acerca de lo que sucederá, la incertidumbre sobre Jesús y su propio destino. Todo esto tenía que ser muy intenso, en el límite de lo que podían soportar. ¿Cómo continuará el grupo si Jesús es secuestrado ? ¿Quién será el nuevo líder ? Podemos comprender cómo han llegado a discutir acerca de quién era el más importante.
En lugar de reprenderlos, Jesús les pone una imagen: "Los reyes de los paganos los tienen sometidos y los que imponen su autoridad se hacen llamar bienhechores." Las formas de opresión y los elogios ritualizados que ellos reclamaban era una triste realidad de la vida en el imperio romano. Que en aquel mismo momento, Jesús presente tal imagen a sus discípulos primero puede sorprender, pero fue sin duda saludable. Fue como si Jesús pusiera a sus discípulos un espejo para mostrarles que sus temores e inseguridades los estaba llevabando en la dirección equivocada.
" Vosotros no seáis así " continuó Jesús. "Antes bien, el más importante entre vosotros sea como el más joven, y el que manda como el que sirve."
En los tiempos de Jesús, eran los más jóvenes o los que servían quienes se ocupaban de las necesidades de las personas de la casa, ya sea cultivando la tierra o alimentando a los miembros de la familia o más aún estando al ciudado de los enfermos o las personas mayores. Incluso si eran considerados de un nivel social más bajo, su presencia era importante ya que dependía de ellos el bienestar de la casa. Si eran especialmente buenos y capaces contaban con el aprecio, pero la primera cosa que se espera de ellos, era la fidelidad.
Que los discípulos sean como lo más jóvenes, como los que sirven, eso quiere decir que permanecen en su lugar y no se apartan de las responsabilidades que les ha sido dada en la familia de Dios. No deben escuchar sus temores ni intentar tomar todo en sus propias manos. Jesús está en medio de ellos e incluso si va a desaparecer sus vistas por un tiempo, él no los va abandonar. Ha llegado para ellos el momento de confiar en Dios.
" Yo estoy en medio de vosotros como quien sirve" dice Jesús. En el Evangelio él no nos dice qué es lo que debemos hacer o cómo hacerlo, más bien él nos invita a entrar en el movimiento profundo de su propia vida. Es el camino de una desarmante sencillez, un camino donde el amor generoso de Dios viene a nuestro encuentro y nos llena.

  • ¿Cómo nuestros temores y nuestra inseguridad puden llevarnos a tomar la dirección equivocada ? ¿Qué es lo que nos devuelve a la confianza en Dios ?
  • ¿Dé que manera me habla esta sencillez desarmante de Jesús ? ¿Cuáles son las responsabilidades que me han sido dadas en la familia de Dios ?

Viernes : Un Dios de misericordia

¡Buscad al Señor mientras se deja encontrar, llamadlo mientras está cerca! ¡Que el hombre sin fe ni ley renuncie a sus prácticas! ¡Que el hombre perverso abandone sus malos pensamientos! ¡Que vuelvan al Señor, y Él les tendrá compasión! ¡Que vuelvan a nuestro Dios, que es generoso en perdonar! Porque vuestros pensamientos, dice el Señor, no son los míos, ni vuestros caminos son mis caminos. Como el cielo se alza por encima de la tierra, así sobrepasan mis caminos y mis pensamientos a vuestros caminos y a vuestros pensamientos.
(Isaías 55, 6-9)

Para mucha gente, el Dios que encontramos en las páginas de las Escrituras hebraicas, nuestro Antiguo Testamento, es un juez severo y despiadado, preparado para condenar a los hombres a la mínima transgresión de sus mandamientos. Nos gusta distinguir entre este Dios y el Dios revelado por Jesús, un Padre compasivo que nos cuida y que muestra siempre su amor y su atención.

Los que se dedican a estudiar y meditar la Biblia descubrirán que esta oposición es falsa. El Dios que se reveló al pueblo de Israel es el mismo Dios del que Jesús da prueba por sus palabras y sus actos. En el centro de las relaciones de Dios con este pueblo se encuentra el relato del Éxodo. Es una historia que cuenta cómo Dios entra en la vida de un grupo de esclavos, de los pobres que están lejos de su hogar. Los liberó de la opresión y los condujo hacia una tierra abundante donde pudieron vivir en libertad. Este relato describe a un Dios que escucha el grito de los pobres, que quiere que los seres humanos vivan en plenitud, que encuentren la felicidad, un Dios que se renueva para romper los vínculos que nos tienen cautivos. En pocas palabras, presenta un Dios de ternura y misericordia.

En el texto de la meditación de hoy, un profeta explica que eso es lo que diferencia a Dios del ser humano. Al verse rechazado, el ser humano reacciona a menudo rechazando a otros. Para nosotros, es extremadamente difícil perdonar a quienes nos hicieron mucho daño. Pero, según el profeta, las maneras de pensar y actuar de Dios no son como las nuestras. Si alguien reconoce sus errores y vuelve a Dios, Dios lo acogerá siempre. Siempre podemos reiniciar una relación con Dios. Eso es el perdón.
Dios puede actuar así porque su comportamiento no está determinado, ni siquiera condicionado, por las acciones del prójimo. Como fuente de vida, Dios siempre puede sacar de sí mismo la energía del amor para responder al mal con el bien. Los eruditos cristianos de los primeros siglos lo entendieron, pero lo expresaron mediante un término muy difícil de entender. Decían que Dios es impasible.

Si con eso quisiéramos decir que Dios era indiferente al dolor humano, que no le afectaban las riñas y los sufrimientos de su creación, no describiríamos en absoluto al Dios que encontramos en la Biblia. Sería incluso una enorme blasfemia. En realidad, este curioso término expresa cómo Dios está más allá de la manera humana de pensar y actuar. Quiere decir que, hagamos lo que hagamos, Dios no dejará de querernos. Dios es siempre fiel a sí mismo, no como nosotros, que a menudo nos dejamos afectar por la reacción de otros, que vemos cómo nuestras buenas intenciones se funden como el hielo al sol cuando, al abrirnos, somos rechazados. Dios es y será siempre un Dios de misericordia. Dios seguirá amando incluso cuando respondemos a su amor con indiferencia o con rechazo. Como decía a menudo hermano Roger: “Dios solo puede amar".

Esta fidelidad de Dios hacia su esencia es una fuente de gran consuelo. Eso quiere decir que existe una roca a la cual podemos siempre agarrarnos para encontrar apoyo. En un mundo donde todo parece móvil, donde nos sentimos poco seguros de dónde encontrar la felicidad y el sentido, hay Alguien a quien podemos dirigirnos siempre, en la certeza de que nos acogerá con alegría. Como el padre en el relato del hijo pródigo (Lucas 15,11 y siguientes), que sale de su casa y corre hacia el hijo que dilapidó la herencia para abrazarlo. La actitud del padre no cambia, a pesar de que su hijo se ha extraviado; todo lo que ve el padre es su hijo amado, “el que había muerto y volvió a la vida”.

¿Dónde encontramos a este Dios de misericordia inmutable? Jesús nos dice: “Venid a mí todos los que estéis afligidos y agobiados, y yo os aliviaré.” (Mateo 11, 28). Jesús nos revela en plenitud al Dios que no deja nunca de hacer el bien, que hace siempre posible un nuevo comienzo para los que se acercan a Él.

  • ¿Qué cambia en mi vida cuando me doy cuenta de que Dios me acogerá siempre con amor y alegría?
  • ¿Qué significa concretamente para mí “volver a Dios” o “dirigirme a Él”? ¿Dónde y cómo encontrarlo?

Sábado : Misericordiosos a imagen de Dios

Jesús dijo: Amad a vuestros enemigos, haced el bien a los que os odian; bendecid a los que os maldicen y rogad por los que os difaman. Al que te pegue en una mejilla, preséntale también la otra; al que te quite el manto, no le niegues la túnica. Dale a todo el que te pida, y al que tome lo tuyo no se lo reclames. Haced por los demás lo que queráis que hagan por vosotros. Si amáis a aquellos que os aman, ¿qué mérito tenéis? Porque hasta los pecadores aman a aquellos que los aman. Si hacéis el bien a aquellos que os lo hacen, ¿qué mérito tenéis? Eso lo hacen también los pecadores. Y si prestáis a aquellos de quienes esperáis recibir, ¿qué mérito tenéis? También los pecadores prestan a los pecadores, para recibir de ellos lo mismo. Al contrario, amad a vuestros enemigos, haced el bien y prestad sin esperar nada en cambio. Entonces vuestra recompensa será grande y seréis hijos del Altísimo, porque Él es bueno con los desagradecidos y los malos. Sed misericordiosos, como vuestro Padre es misericordioso.
(Lucas 6, 27-36)

En este relato, Jesús describe dos maneras de actuar. Por un lado, la que considera de los “pecadores”, es decir, los que no hacen lo que Dios les pide. Es lo que hoy llamaríamos la manera "normal" de comportarse. Consiste en ser buenos con los que son buenos con nosotros, en dar a los nos dan algo a cambio.

La eterna tendencia humana es dividir a las personas en dos grupos - los que están con nosotros y los demás, los que nos son indiferentes u hostiles. Obviamente, sentirse más cerca de una persona que de otra no es algo malo. Por distintos motivos, todos tenemos más cosas en común con algunas personas o grupos que con otros. Pero cuando eso nos lleva a mostrarnos indiferentes hacia los que no son como nosotros, a criticarlos, a rechazarlos o incluso a hacerles daño, esa actitud puede llegar a convertirse en fuente de divisiones y de guerras.

A continuación, Jesús muestra otra manera de actuar. Es la de Dios, y se caracteriza por el hecho de ser “bueno con los desagradecidos y los malos”. Como vimos ayer, el camino del Señor no es igual al nuestro porque Dios no modifica su comportamiento en función de la reacción del prójimo. Dios es “impasible”. Es decir, Dios solo puede amar.

Lo novedoso del mensaje de Jesús no es que Dios sea misericordioso. El autor de Isaías 55 ya lo sabía, y lo vemos por todas partes en las Escrituras hebraicas, muchos siglos antes de Cristo. ¡Lo novedoso no es que Dios sea misericordioso, sino que nosotros, los seres humanos, podemos ser misericordiosos a imagen de Dios!
Jesús nos exhorta a ser hombres y mujeres verdaderamente a imagen de Dios, capaces de amar a nuestros enemigos, de hacer el bien incluso a los que nos tratan mal, de dar sin esperar nada a cambio. ¿Cómo podemos hacerlo? ¿Es de verdad posible para los humanos ser como Dios? ¿Dónde encontraremos la motivación y la energía para ello?

Esa manera de vivir no viene desde luego de la fuerza de nuestro carácter o de nuestra voluntad. Dios puede dar sin recibir porque Dios es fuente de vida. Pero no somos la fuente. En nuestro caso, para dar debemos recibir primero. He ahí lo novedoso del Evangelio. Al venir a la tierra como ser humano, el Hijo de Dios trajo al Espíritu Santo de Dios, la energía en persona de su amor, hasta el centro mismo de la condición humana. Por la fuerza del Espíritu, Jesús pudo curar a los enfermos y perdonar a los pecadores. Llegó a dar su vida por nosotros en la cruz, perdonando incluso a los que lo torturaron y lo mataron. Y después de su resurrección, transmitió ese mismo Espíritu a sus discípulos.

Como discípulos de Jesús, formamos parte de la comunidad de creyentes animados por el Espíritu de Dios. Quienes se encontraban con los primeros cristianos se sorprendían al ver una comunidad de hombres y mujeres de orígenes muy diversos que vivían juntos como hermanos, compartían sus bienes materiales y espirituales y se perdonaban mutuamente. Más que dividir a las personas en dos grupos, los propios y los extraños, acogían a todo el mundo. Fueron hacia los otros. Intentaron vivir una solidaridad universal. Estaba claro que su manera de vivir era diferente de la de la gente “normal”. Y eso atrajo a mucha gente.

Se nos ofrece siempre ese mismo Espíritu que animó a Jesús y a los primeros cristianos. Sí, es posible vivir una vida a imagen de Dios. Podemos ser misericordiosos, como nuestro Padre es misericordioso. Pero solo podemos hacerlo juntos, apoyándonos mutuamente, y solo podemos hacerlo si abrimos nuestros corazones a Dios en la oración, para que pueda transformar poco a poco nuestra manera de pensar y actuar. Y entonces, lo imposible resulta posible.

  • ¿Describe Jesús una “utopía”, o he visto ejemplos de hombres y mujeres que viven a imagen de Dios amando incondicionalmente? ¿Cuándo? ¿Dónde? ¿Cómo?
  • ¿Qué pasos debemos dar para que nuestras comunidades y nuestras Iglesias sean lugares de solidaridad universal, donde desaparezcan las divisiones de la sociedad?

Última actualización: 22 de agosto de 2015