Oración de final
Jesús, el Cristo, te damos gracias con todo nuestro ser. Tú nos revelas plenamente lo que nuestro corazón no se hubiera atrevido a imaginar: Dios se nos da como misericordia. Por medio del Espíritu Santo él no deja de amarnos y ayudarnos.
De esta manera nos haces libres para buscar con toda nuestra imaginación cómo dar testimonio del don que tú nos haces. Sí, quisiéramos que nuestra vida fraterna sea un reflejo de tu misericordia, tanto en Taizé como en las fraternidades esparcidas por el mundo. Es por esto que constantemente volvemos a la alabanza, ella se ensancha con estas palabras del salmo: "¡Que todo lo que vive y respire te alabe!".
Te alabamos por las mujeres y hombres que consagran su vida a los más pobres, a los excluidos, a los extranjeros. Concédenos ser como ellos. Y que, en las grandes conmociones de nuestras sociedades, la llamada de nuestra regla resuene aún más fuerte en nosotros: "Estad presente en tu tiempo".
Para seguirte a ti, Cristo, nos invitas a simplificar lo que puede ser aún más simple. Muéstranos lo que es realmente importante entre todas las llamadas que nos hacen.
Quieres que hagamos en nuestra vida personal y en nuestra vida comunitaria un lugar a la gratuidad. Sin ella la alegría de vivir se desvanece. Esta nos hace a no tener miedo de las fragilidades de nuestra vida comunitaria.
Ensancha nuestros corazones para tengamos el coraje de la misericordia en nuestra vida comunitaria y con todos aquellos que nos confías.
Mantennos despiertos y alertas para profundizar más y más nuestra compresión de tu misterio y de nuestra humanidad. Que nuestra fe siempre encuentre la frescura del Evangelio.
Sí, alabado seas Cristo Jesús. Por hacer frente a los desafíos, los más pequeños de nuestra vida cotidiana y los grandes, tú nos recuerdas a lo largo de todo el año que comienza esta bienaventuranza: "Felices los misericordiosos, porque ellos recibirán misericordia".
Y nos concedes repetir esta oración de nuestro hermano Roger:
« Por ti, Cristo, aceptar perder todo con el fin de elegirte - tú ya nos elegiste - es abandonarnos al Dios vivo y orar contigo: "Padre, no lo que yo quiero, sino lo que tú quieres". Perder todo para vivir de ti, Cristo, es atreverse a elegir: a abonarse asimismo para no seguir dos caminos a la vez. ...decir no a lo que retiene nuestra marcha y sí lo que lleva a ti, a través de ti, hacia quienes nos confías. »
Y ahora, después del canto, los hermanos que han hecho el compromiso para toda la vida, harán el gesto de ofrecimiento a Dios, postrándose en el suelo.