Con la oración de esta noche entramos en la noche de Pascua, nos preparamos para celebrar mañana la resurrección de Jesús, ese gran misterio que nunca hemos llegado a comprender, pero que puede transformar nuestra vida.
Después de la muerte violenta de Jesús, los discípulos estaban aterrados. Sintieron esta muerte como el fin de su esperanza y como el fracaso de su compromiso en el seguimiento de Jesús. Ya no veían ningún futuro.
Desde muchos puntos de vista, la situación de nuestras sociedades se parece a la suya. La violencia se desata en el mundo. Las guerras no terminan. Esta semana aún ha habido los atentados en Bruselas. Europa en particular conoce un sentimiento de inseguridad creciente. Las instituciones que parecían ser una garantía de seguridad resultan impotentes y vulnerables.
Igual que los discípulos, tenemos tendencia a encerrarnos, individualmente y también colectivamente, en nuestros grupos y en nuestros países, como si cerrar nuestras puertas y fronteras fuera una solución. Pero quisiera decirlo con fuerza: el “cada uno a lo suyo” es una solución ilusoria, una misión miope.
Una de las situaciones que debemos mirar a frente a frente es la inmensa ola de refugiados que desfila por Europa y por otras regiones del mundo. Seguro, el miedo ante esta situación desconocida es comprensible.
Cómo reaccionar? Si pudiera, quisiera primero agradecer personalmente a todas aquellas y todos aquellos que han hecho prueba de una generosidad extraordinaria yendo hacia los migrantes para ayudarles. Muestran que nuestras sociedades son capaces de vivir la fraternidad.
Y a nosotros se nos ha ocurrido una idea. Cada semana de este año propondremos un momento de encuentro a los jóvenes que vienen en ayuda a los refugiados en diferentes países. Y durante la semana del 28 de agosto al 4 de setiembre, reservada a jóvenes adultos de entre 18 y 35 años, dedicaremos toda una reflexión sobre la cuestión de la migración. Nosotros, los hermanos, también necesitamos este intercambio para seguir con la acogida de refugiados en Taizé.
Como cristianos no tenemos soluciones fáciles a ofrecer. Pero creer que Jesús ha resucitado, nos empuja a que no nos dejemos paralizar por el miedo.
El Evangelio explica que Cristo resucitado vino a los discípulos “estando las puertas cerradas”. Y les dijo: “Paz a vosotros”. La resurrección de Jesús le permite encontrarnos incluso si nuestras puertas interiores están cerradas. Ella nos abre un nuevo horizonte. Ella nos asegura que la violencia y la muerte no tienen la última palabra.
Dando su vida por amor, aceptando la humillación y la tortura, perdonando a los que le han hecho daño, llamando a Dios su "Padre" hasta el último suspiro, Cristo ha abierto una fuente de amor en el corazón de la humanidad. Esta fuente nunca se secará. Y Cristo nos da el Espíritu Santo que hace fluir esta fuente de la vida de Dios en cada uno de nosotros.
He visto en Homs en Siria, dónde he pasado la Navidad, cristianos que en una situación completamente desesperada, esperan contra toda esperanza. Humanamente no ven ningún futuro. Aun así dicen querer continuar viviendo juntos con los musulmanes. Su preocupación de proteger a los niños, de curar en ellos los traumas, de procurarles un poco de alegría, me ha tocado profundamente.
Acojamos a Cristo esta noche y mañana. Él quiere resucitar en nuestros corazones. Con su paz nos da el coraje de la misericordia. No tengamos miedo. Abramos nuestras puertas. Vayamos hacia los otros, seamos artesanos de paz, allí donde vivamos.
Esta noche hemos acogido a un nuevo hermano en nuestra comunidad, Jérémie, de Francia, de la región de Franche-Comté. Ahora se prepara para decir un sí a Cristo para toda la vida. Entrando en este camino nos anima a dejar transformar nuestra existencia por la confianza en Cristo.
En nuestra comunidad quisiéramos primero ser hermanos, es decir, convertirnos cada día en hermanos los unos para los otros. Lo vivimos pobremente, nuestra comunidad está lejos de ser perfecta. Pero empezamos de nuevo cada día. Y esta fraternidad que vivimos entre nosotros, quisiéramos compartirla con vosotros que venís a Taizé para buscar las fuentes de la fe.
Para aumentar esta fraternidad también salimos de Taizé a veces. A finales de abril, con aquellos que queráis acompañarnos, iremos a Bucarest para celebrar con los cristianos ortodoxos de Rumanía la Semana Santa y la Pascua.
Después, a finales de agosto, iremos a África, a Benín, para un encuentro internacional de jóvenes. Quisiéramos estar, principalmente, a la escucha de este continente, entender las dificultades, pero también descubrir la gran vitalidad de la juventud africana.
A finales de diciembre tendremos nuestro encuentro europeo en Riga, en Letonia. Allí quisiéramos dar un signo claro. ¿Qué signo? Éste: Muchos jóvenes desean una Europa renovada, unida, que plante cara conjuntamente al desafío de la migración, una Europa respetuosa de las identidades de cada país y de cada región, solidaria con los países pobres del mundo.
Y ahora ya cantamos nuestra alegría y nuestro reconocimiento a Jesús que ha sido fiel hasta el último suspiro y que quiere resucitar en cada uno de nosotros. Christe, lux mundi, qui sequitur te habebit lumen vitae. Cristo, luz del mundo, quien te sigue tendrá la luz de la vida.