Con vosotros esta semana y también con los que vendrán durante este año a Taizé, quisiéramos buscar cómo abrir nuevos caminos de esperanza alrededor de nosotros y en el mundo.
Es verdad que estamos en un mundo donde hoy muchos conocen la desesperanza. Las razones son muchas. Está la violencia, las guerras que se prolongan, los recientes atentados en Egipto y Suecia. Esta Semana Santa nos concede seguir día tras día la pasión de Jesús. También Él conoció la violencia hasta la muerte en la cruz.
Entonces, ¿dónde encontrar una fuente de esperanza que nunca se acaba? ¿dónde encontrar esta fuente, sino en la ternura de Dios? Esta es su propia identidad : Dios es amor.
El Papa Francisco está haciendo lo posible por hacernos más sensibles. Las últimas dos semanas estuve en Roma y tuve la oportunidad de ser recibido por él. Me llamó la atención una vez más ver como él mismo es un testigo de la misericordia de Dios, atento a cada persona, a cada situación. Me gustaría pediros a todos vosotros que recéis por él.
Si en estos días estamos recordando la muerte de Jesús, vamos a celebrar la noche de sábado a domingo su resurrección. Este misterio está más allá de nosotros (nos sobrepasa), pero tenemos la sensación de que es una fuente de vida nueva más allá de la violencia y de la muerte.
Ahora, a cada uno y a cada una es posible afirmar: Cristo resucitado está cerca de ti para siempre, te ama como eres. Desde luego su presencia no nos pone en un camino fácil, sin exigencias. Al contrario, acoger el amor de Dios nos anima a responder a las exigencias del Evangelio sabiendo que la bondad de Dios tendrá la última palabra.
Es esta confianza en el amor de Dios la que va a permitir a nuestro hermano Jean-Daniel, el domingo por la mañana, decir a Cristo un SI para siempre, comprometiéndose para toda la vida en nuestra comunidad. Él es de Eslovaquia, vive con nosotros desde hace cinco años, se ha preparado todo este tiempo para comprometerse a seguir a Cristo. Su familia llegará mañana para estar presente es este bello acontecimiento.
Acoger el amor de Dios nos abre a la belleza de la vida: disfrutar de la belleza a través de la naturaleza, el arte, una mirada humana, los momentos gratuitos. Sin esto nuestra vida se seca.
Al acoger la misericordia de Dios nuestro corazón se abre a la miseria de los demás, a la pobreza material como cualquier otro sufrimiento, a los sufrimientos que están ocultos: los de un niño triste, de una familia que vive dificultades, de una persona sin hogar, de un joven que no encuentra un sentido a su vida, de una persona mayor que vive la soledad, de alguien que sufre una discapacidad...
Y esto con lo poco que tenemos. Si, con muy poco, con casi nada, podemos acercarnos a aquellos que se sienten excluidos, que están abandonados a la orilla de nuestro camino.
Y hacemos este descubrimiento: los pobres tienen algo que decir, no se trata solamente de ayudarlos sino de escucharlos y recibir de ellos. A menudo los más desfavorecidos nos ayudan a aceptar nuestras propias debilidades. Y más aun: pueden ayudarnos a vivir una mayor intimidad con Jesús que era un pobre entre los pobres. Podemos servir a Jesús a través de ellos.
No puedo en este contexto no hablar de la hospitalidad a los emigrantes. Los europeos podrán construir muchos muros, pero de todos modos los migrantes entrarán en nuestro continente. Las manifestaciones de inquietud no los desanimarán, no dejarán de abandonar sus países donde conocen situaciones de sufrimiento intolerable.
Desde luego, la llegada de tantos refugiados a Europa plantea cuestiones complejas y nadie tiene una solución fácil. Pero estoy seguro de que no encontraremos soluciones si no hay un contacto personal. Sin ese contacto, el miedo, que es comprensible, podría toma la delantera.
A través de estos contactos puede nacer un espíritu de fraternidad. En Taizé acogemos a dos familias cristianas una de Irak y una familia musulmana de Siria, y también a dos grupos de hombres jóvenes de Sudán, de Eritrea y de Afganistán. Constantemente les digo: “Es Dios quien os ha enviado a nosotros”.
Hoy nuestros corazones están especialmente cerca de los 1.600 refugiados que viven en el campamento de Grande Synthe, cerca de Dunkerque, al norte de Francia. Este campamento ha sido destruido por un incendio y cientos de personas se encuentran sin hogar. Esta noche rezamos por todos ellos.
Ya termino. Hoy en día, las tensiones y los trastornos de nuestra sociedad son tales que tenemos que tomar una decisión interior fuerte para no flaquear frente al desanimo y poder abrir caminos de esperanza. ¿Qué decisión?
Ella consiste en echar raíces más profundas en la Buena Noticia del Evangelio. La fe, la confianza en Dios, no puede ser una realidad marginal para nosotros. Se trata de poner siempre a Cristo en el centro de nuestra vida. Que bello proyecto para esta Semana Santa en el camino hacia la Pascua.
Para fortalecer nuestra confianza, atrevámonos a creer en la fuerza del Espíritu Santo. Apoyémonos en él, incluso si es invisible. Él está presente en nuestros corazones y en el mundo.