Es una gran alegría ver a tanta gente aquí en esta primera gran semana del verano. Habéis venido de toda Europa, en particular de Alemania, de los Países Bajos y de Suecia, pero quisiera saludar muy especialmente a los jóvenes que vienen de otros continentes, de muchos países del mundo. Algunos de vosotros os vais a quedar en Taizé por todo el verano, como voluntarios. ¡Bienvenidos!
Esta semana es muy especial porque acogemos un lindo acontecimiento: un encuentro de más de 200 franciscanos del mundo entero.
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Los reconoceréis por su hábito, de un color distinto al nuestro. Quiero dar las gracias especialmente a fray Michael Perry, ministro general de los frailes menores, por haber invitado a sus hermanos esta semana en Taizé.
Aunque Francisco de Asís vivió hace mucho tiempo, en la edad media, nos inspira hasta nuestros días. Nos fascina por su radicalidad alegre de vivir el Evangelio.
El hermano Roger quería mucho a Francisco de Asís y hablaba de él a menudo. Me gustaría mencionar algunos puntos que nos vinculan con la familia franciscana.
El primer punto común entre nosotros es la importancia de la vida comunitaria para seguir a Cristo. Como los primeros cristianos, nos gustaría vivir compartiendo los bienes materiales e id siempre al encuentro de la fuente que es la oración común. La vida nueva que nos trae Jesús es una vida de fraternidad. Juntos, queremos ser, por nuestra vida, un signo del amor de Dios en nuestro mundo.
El segundo punto hace referencia a la necesidad imperativa de simplificar nuestro modo de vida para llegar a ser verdaderos discípulos de Jesús. ¿Cómo podemos seguir a Cristo, que se hizo pobre entre los pobres, si estamos invadidos por los bienes materiales? Hay una pobreza que nadie escoge, la miseria, que, absolutamente, hay que combatir. Pero si simplificamos nuestra existencia podemos ser solidarios con quienes tienen muy poco y estar atentos a lo esencial.
Lo esencial, para san Francisco, es mi tercer punto: la alabanza, que anima una intensa vida interior. Sí: que cada una de nuestras oraciones contenga un espacio para el agradecimiento y la gratitud. En la alabanza descubrimos qué es lo que Dios nos da para avanzar en la vida. Es un gran desafío, pero san Francisco lo puso de relieve: aun en momentos de sufrimiento él sabía dar gracias acordándose que Dios es siempre más grande. Sus palabras que cantamos en Laudemus Deum, el canto número 66, nos ayudan a entrar en esta alabanza.
Finalmente, san Francisco fue un hombre de diálogo. No dudó, por ejemplo, en vivir un encuentro (impensable para su época) con un sultán musulmán. Tras sus huellas, quisiéramos tener el coraje de poner nuestra fe en acción en un diálogo auténtico con personas que piensan distinto a nosotros.
Para terminar me gustaría recordaros que en Taizé tenemos un vitral que representa a san Francisco. Se encuentra en la pequeña iglesia románica del pueblo, cuando uno se acerca al altar, a mano izquierda. Está un poco escondido, pero vale la pena buscarlo. Si vais, sed discretos, pues esta iglesia es un lugar de silencio, meditación y adoración.
Ese vitral representa un rasgo muy importante del mensaje de Francisco: su atención por la Creación. Como un precursor, él ya había comprendido que los cristianos tenían que estar atentos a todos los seres vivos que, para nosotros, son un don de Dios. Sí: procuremos tener cuidado de nuestro maravilloso planeta que tanto sufre hoy día.
Agradecemos nuevamente a nuestro querido fray Michael, y gracias a todos vosotros los franciscanos del mundo entero por vuestro testimonio. Seguro que estos días todavía nos ofrecerán bellas ocasiones de diálogo.