“Con mi Dios yo salto la muralla”
A través de los años hemos echado raíces y desarrollado una vida juntos. Estamos en contacto con mucha gente. Si buscamos comprender nuestra vida, es mediante una atención constante de lo que pasa en el Norte. Sabemos que vivimos en "medio" país. Históricamente, no existen dos Coreas; durante siglos ha sido un solo país. La división entre el norte y el sur es resultado de la guerra fría. Terrible durante la guerra de Corea y completamente inaceptable. Si vas unos 20 km. al norte de Seúl, te encuentras con un alambre de púas, las calles bloqueadas y es imposible seguir adelante. En realidad no hay muchos lugares desde donde se pueda ver Corea del Norte, puesto que la zona limitrofe entre los dos países esta prohibida. Desde el comienzo ha sido muy ancha y con una fuerte presencia militar. Solo nos queda confiarle a Dios los que están del otro lado. Sin embargo todos lo coreanos aspiran a mucho más que esto. Uno de mis primeros recuerdos son las palabras del salmo, "Con mi Dios yo salto la muralla". Me gustaría mucho ser capaz de escalar ese muro...
Hace algunas semanas fui a visitar un anciano de 85 años al hospital. Es poeta y fue periodista. Creció en el Norte y antes de la Guerra de Corea, cuando quiso publicar sus poemas, descubrió que no eran políticamente «correctos». Al fin, comprendió que debía emigrar al Sur y arriesgar todo. Dejó a su joven esposa, su madre muy anciana y su hermano, que era sacerdote católico. Corría en año 1949. Nunca hubiese podido imaginar que jamás los volvería a ver. Su esposa logró escapar poco tiempo después. Pero no tuvo ninguna noticia de su madre y hermano. Nunca más los volvió a ver y seguramente su hermano murió en 1950.
Vivimos, junto al pueblo coreano, su larga espera de puertas abiertas. Por más de cincuenta años, han estado golpeando a las puertas de esta división que no tiene igual en todo el mundo. Para nosotros esto es muy importante. Dos hermanos venidos de Taizé pudieron visitar el Norte en nombre de la comunidad. Para nosotros es imposible. Lo único que podemos hacer es confiarle a Dios aquellos que están esperando. Las iglesias están comprometidas con en Norte en la medida de lo posible. Hay tantos en el Norte que quisieran escapar y encontrar un nuevo rumbo en el Sur, pero esto no es una solución. Es muy complejo para gente que ha vivido en el Norte llegar a una sociedad diferente, confusa y dura como la del Sur.
Esperando que las puertas se abran
En nuestra vida Corea del Norte está siempre presente al igual que China. Seúl está rodeada de colinas rocosas muy hermosas. Pero resulta difícil verlas cuando están cubiertas por el polvo proveniente de China. China sufre de enormes desastres ecológicos. La desertificación del norte se expande cada día. En primavera cuando se acaba el viento seco del invierno, las brisas levantan el polvo del desierto y lo conducen hasta Seúl. El mismo fenómeno llega hasta Seattle y Vancouver: también en los Estados Unidos el polvo de China oscurece el cielo. Nos hace recordar que China está ahí. Cada día hay multitudes de turistas chinos que viene a visitar Corea. Allí, también experimentamos una espera. No nos es posible vivir lo que deseamos con la Iglesia en China. Los chinos pueden visitar Corea sin dificultades, si tienen el dinero. Pero no es aun posible compartir con los cristianos chinos como quisiéramos, y nadie sabe cuanto durará esta situación. En nuestras oraciones rezamos por Corea del Norte y por la Iglesia en China.
No nos damos cuenta hasta que punto Corea del Sur es una “isla”: nada cruza la zona que atraviesa el país en dos. Desde Seúl hasta el punto mas al sur, la distancia es como de Taizé a Paris, unos 400 Km. Desde Seúl mirando al Noroeste está Pekín: Como Taizé - Londres, una hora y media de avión. Al sudoeste esta Shangai: una ciudad inmensa, muy moderna y dinámica. Luego Taiwán. Del otro lado está Japón, que ha causado mucho sufrimiento en Corea, en China y otros países. De tanto en tanto, no muy seguido, visitantes de Japón viene buscando reconciliación. La pregunta de las heridas de la historia es siempre la misma: Nunca sabremos como sanar las heridas y esperamos con ellos que las puertas se abran y poder escalar y saltar las murallas. De alguna manera, toda nuestra vida en la fraternidad es una vida de espera, vivida a través de la oración.
“La vida es bella, el mundo es bueno
Entre las personas que a veces veo, está la viuda de un poeta. El visitó Taizé hace cinco años. Sus padres trabajaban en Japón, en la ciudad de Hiroshima. El 6 de agosto de 1945, su padre fue convocado, puesto que un representante de cada familia era convocado, a una extensa reunión en el centro de la ciudad. A las 8.06 la bomba explotó sobre el lugar donde estaban reunidos. No hubo una solo familia en Hiroshima que no haya perdido a alguien.
Ella perdió a su padre aquel día. Algunas semanas después volvieron a Corea. Hace dos años y por primera vez volvió a Hiroshima. No es cristiana sino budista. Jamás ha expresado el más mínimo resentimiento contra nadie. Ha pasado toda su vida cuidando a su marido poeta cuya salud era más que delicada: Dio su vida por este hombre que conocía desde la infancia. En su juventud, el poeta fue arrestado y torturado sin razón alguna. Gente que lo conocía, en 1967, intentó hacer contactos con la embajada de Corea del Norte en Berlín Oriental. Al saberse, fue arrestado y brutalmente torturado; casi lo matan.
En 1970, creyó que iba a morir y entonces escribió un poema que es muy conocido por los coreanos: es como una preparación para la muerte. Después de todo el sufrimiento, las torturas, la fragilidad de su salud, él dice: “la vida es bella, el mundo es bueno”. Cuenta y mucho que un hombre que ha vivido todo eso pueda tener semejante visión. San Juan de la Cruz dice que solo el amor es lo que cuenta. La vida de este hombre ha estado profundamente marcada por el amor de sus hijos y amigos. Amaba mucho a sus hijos. Esta capacidad de escalar muros de odio y resentimiento es característico de Corea: descubrir que a pesar de todo, la vida es bella y que es esto lo que vale la pena decir al final. Para mí el haber aprendido esto es una gracia.