En una región rural en el norte del país, sacerdotes diocesanos siguen clases de formación continua. Tienen entre treinta y sesenta años. Como ya hace calor, en mayo, a las 3 de la tarde, el curso de liturgia con un profesor de Tesalónica, mucho más joven que la mayoría de sus alumnos, es desplazado del aula al cenador delante de la escuela, con vista sobre el monte Olimpo nevado. La visita de un cristiano de Occidente es la ocasión de otro desplazamiento: vamos a hablar de Taizé, de su vida de oración y de encuentros. Un diálogo empieza, y a pesar de grandes diferencias entre la realidad de las parroquias de estos sacerdotes y la vida a Taizé hay interrogantes comunes: ¿Cómo la Iglesia puede tener un oido para los jóvenes, cómo acogerlos?
En Atenas, a dos pasos de una de las plazas del centro; después de haber pasado la mañana en su oficina al arzobispado, el joven vicario general y otro sacerdote ortodoxo llegan para la distribución de comida a los pobres del barrio que son prácticamente todos inmigrantes sin papeles. En las calles, se podría decir que el mundo entero se ha dado cita: hay africanos, gente de oriente próximo y del Medio Oriente, y también otros países asiáticos. En un pequeño sitio, separado de la calle por una verja, voluntarios ponen en pie el dispositivo para la distribución. Luego abrimos la verja y más de mil personas se apresuran para recibir una ración y una botella de agua. El vicario general vela sobre todo, habla con este o con aquel. Lo asisten sacerdotes y voluntarios ortodoxos, y también el sacerdote anglicano de Atenas, cuatro pastores pentecostales de origen africano que conocen muy bien las circunstancias del barrio y son muy activos.
En un barrio residencial de Atenas, una bella pequeña iglesia en medio de un parque. Parece que a la gente le gusta venir para los matrimonios. Una treintena de jóvenes adultos se reúne allí el martes con su sacerdote, que también está encargado de la pastoral de jóvenes al nivel de la arquidiócesis ortodoxa. Como no hay sala en la parroquia, el encuentro se efectúa en la nave de la iglesia, basta con desplazar unos bancos y sillas para ponerse en círculo. Uno de los jóvenes cuenta una experiencia vivida en Francia: él vio grandes iglesias bastante vacías, y cuando había un poco más de gente para una misa, era en polaco o en portugués. Y se preguntaba entonces que iría a ocurrir en Grecia en los años venideros. El intercambio duró mucho tiempo, el momento más fuerte fue, tal vez, en donde alguien observó que lo que nos falta es el sentimiento del que otros nos faltan. El sacerdote entonce se puso a explicar el icono de Pentecostés: los Apóstoles y María no forman un círculo cerrado sino que abierto al mundo.