Tres meses en Haití

Departamento de Nippes, diócesis de Anse à Veau, Miragoâne : paradojas.

Un hermano de Taizé que vive en Brasil acaba de pasar tres meses en Haití.

El agua del mar Caribe baña este rabo de la isla cuyas cordilleras a pendientes deforestadas y de difícil acceso les dejan poco sitio a las planicies. Miragoâne es la capital de provincia de unos 50 000 habitantes y fue la perla fina del país hace treinta, cuarenta años. Hoy con sus cortes continuos de agua y de electricidad, su basura, su falta de horarios, le debe su supervivencia sólo a los dones humanitarios de quiénes llegan por barco o por camión. Tan pronto como se deja el litoral, el relieve se hace rocoso y se gana en altitud rápidamente. Las cabras saben sacar provecho de lo que una ciudad deja, como desperdicios, detrás de ella.

En las calles comerciales de la ciudad baja pululan los vendedores ambulantes. Trajes, zapatos, equipos electrónicos se confunden y mezclan con cada paso. Un plato de comida se vende a toda hora del día. Armonía asombrosa con acentos anárquicos. Un solo elemento disonante en este decorado: los camiones militares de las Naciones Unidas y los nuevos vehículos pesados de las organizaciones internacionales que se pavonean por las calles.

Un blanco y que además se desplaza siempre a pie se vuelve rápidamente la atracción de un pueblo negro que vive en la calle. Los niños simpatizan rápidamente, los abrazos no faltan.

La preocupación del obispo, Mons. Pierre Dumas, al invitar a un hermano para que esté presente por un tiempo en Haití era cómo darle continuidad a la estancia de dos jóvenes que él había enviado el último verano a Taizé, en vistas de que los beneficios de su permanencia no sean papel mojado. Es así que, juntos, nos propusimos lanzar una «pastoral de la pequeña infancia» siguiendo el modelo que la Dra. Zilda Arns había iniciado Brasil con el fin de bajar la mortalidad infantil y de preservar la salud de las madres.

Poco a poco, al estar en contacto con los más despojados, fui haciendo este descubrimiento: Isaias 50,4 me puso sobre una pista a la cual volví más constantemente: "El señor Dios me dio una lengua de discípulo para saber reanimar con una palabra al agotado. Cada mañana él me despierta la oreja para que escuche como un discípulo."

Dejarse instruir cada mañana por su palabra, para encontrar una palabra, un gesto que le de ánimo a aquellos que no pueden más: es el camino de la obediencia, de la disminución y de la ofrenda el que estuve recorriendo al prodigar cuidado y atención a hombres y mujeres apagados por el sufrimiento. De golpe, sus ojos se iluminaban y sin que se den cuenta eran ellos que se hacían para mí la palabra que instruye, Cristo vivo, el sacramento que se consagra por mí.

Paradoja del misterio pascual: prodigo cuidados al que está agotado, y es el Cuerpo de Cristo, quien se consagra por mí. Mi alma se llena de alegría y mis lágrimas fluyen. Me quedo perplejo al saber que Su gracia tiene prisa por transformarme hasta en los escondrijos nunca desalojados de mí mismo. ¿Cómo podría guardar esta alegría para mí sólo?

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