Hermano Alois

2023 Vida interior y solidaridad

¿Dónde encontrar la fuente de una fraternidad universal en el seno de nuestra familia humana y con toda la creación? Diversas respuestas han madurado en las tradiciones espirituales de los pueblos de la tierra.

Para los cristianos, es tiempo de profundizar en la comprensión de la fe. No para ponernos por delante, o pretender tener respuestas para todo, sino para contribuir más eficazmente a la búsqueda común de los y las que no quieren someterse a un destino, sino que eligen trabajar en las grandes cuestiones de hoy. Este mensaje para 2023 quiere despejar algunas pistas para renovar la vida cristiana en nuestro tiempo.

“Orar y hacer justicia”. Esta fue la intuición del pastor Dietrich Bonhoeffer en los terribles años de la Segunda Guerra Mundial
.
En prisión, reflexionó sobre lo esencial de la vida cristiana. En plena tragedia de la guerra, se puso en pie. En la noche de su tiempo, vio con claridad:

Nuestra existencia de cristianos sólo tendrá, en la actualidad, dos aspectos: orar y practicar la justicia entre los hombres. Todo lo que pensemos, discutamos y organicemos en la práctica del cristianismo debe renacer de esta oración y de esta acción.

¿Cómo podemos traducir esta intuición hoy? Cada persona podría dar su propia respuesta. En Taizé, diríamos: profundizar en nuestras existencias la vida interior y la solidaridad, o también: alimentar nuestra vida de oración y ensanchar nuestras amistades...

Para descubrir en nuestras vidas los signos de la presencia de Dios, el testimonio de Dietrich Bonhoeffer nos puede ayudar. Fue muy consciente del mal absoluto operante en su tiempo, pero un impulso interior le permitió optar, como a tantos otros hasta hoy en situaciones de extrema violencia, por la esperanza, por la confianza en Dios, sin desesperar de la humanidad.

En las circunstancias actuales, podemos, también nosotros, elegir la confianza. Somos libres de discernir, en el seno de nuestro mundo, una luz que viene de otra parte. Incluso cuando atravesamos una prueba, incluso cuando Dios parece no responder a nuestro grito, esta luz se eleva ya como la estrella de la mañana en nuestros corazones (2 Pedro 1, 19).
Hermano Alois


Optar por la confianza

Hoy, cuando pesadas cargas pesan sobre la joven generación, y no solo sobre ella, ¿qué puede transformar nuestra mirada y despertar nuestra creatividad? Ciertamente, hay muchas razones para sentir una profunda ansiedad, que puede marcar nuestra visión del mundo y el modo en que nos vemos a nosotros mismos. Algunos llegan incluso a cuestionar a Dios y su presencia en nuestro mundo.

La inquietud es una reacción comprensible. Es incluso saludable cuando nos estimula a ver y a comprender, sin ingenuidad sino con lucidez, los peligros que nos acechan. Estemos, sin embargo, atentos a no caer en el fatalismo, en el cinismo o el miedo, que amenazan con atraparnos en una espiral de negatividad.

Para no entrar en ese callejón sin salida, el Evangelio nos orienta mostrándonos a Jesucristo. Él va por delante de nosotros. A lo largo de su vida, conoció la alegría, pero también la inquietud.

Sufrió una creciente hostilidad hasta la violencia extrema de la cruz. La muerte, sin embargo, no tuvo la última palabra, pues Dios lo resucitó y está vivo para siempre. Esto es lo inaudito del Evangelio. Sus primeros testigos nos invitan a asumir el riesgo de confiar en este mensaje.

Cristo continúa hoy acompañando a cada ser humano, para comunicar a todos el amor sin límites de Dios. Por el Espíritu Santo, el aliento de Dios, él nos permite mantenernos en pie y confiere a toda persona una dignidad irreductible. Pues bien, no nos dejemos impresionar solamente por lo que nos viene del exterior, más bien acojamos también esta luz interior, esta confianza que se llama fe.


Buscar una renovación en la oración

Para acoger una nueva mirada sobre nuestra vida, sobre los demás y el mundo, es necesario un proceso personal. Este tiene lugar en lo más íntimo de nosotros, cuando recibimos en nuestras vidas la presencia benévola de Dios. Se trata de un giro interior, que el evangelio llama también conversión, que nos conduce a acoger la consolación de Dios, y a amar cada vez más.

Todos podemos buscar lugares y momentos para experimentar ese silencio interior, abrir un espacio de escucha y descubrir una comunión con Dios. Jesús ya invitaba así a sus amigos: “Cuando ores, entra en tu cuarto, cierra la puerta y ora a tu Padre, que está en lo secreto” (Mateo 6, 6).

Esta llamada parece ir hoy un tanto a contracorriente. Atravesamos un período en el que las polarizaciones se exacerban y en el que las divisiones se agravan en nuestras sociedades, y a veces, incluso en las Iglesias y en las familias. En este contexto, el ruido y las mentiras parecen prevalecer sobre el silencio interior de las largas maduraciones interiores.

La oración, entonces, es aún más esencial: ella es una fuente de esperanza, un camino de serenidad, ella nos hace capaces de mantener abiertas las puertas del diálogo incluso con quienes se oponen a nosotros o vienen de otros horizontes que los nuestros.


Caminar juntos con otros

A la oración personal se añade otra llamada, la de caminar juntos con otros, con la mirada puesta en esa fraternidad universal cuyos signos tratamos de discernir. La vida interior no es una aspiración buscada en aislamiento, sino que se prolonga en una marcha común con quienes comparten la misma búsqueda.

¡Comencemos por hacer crecer la unidad visible de los cristianos! Ciertamente no para ser más fuertes ante un mundo hostil, sino para liberar el dinamismo del Evangelio. No es necesario esperar a que todas las cuestiones teológicas sean armonizadas para encontrarnos en una oración común.

Cuando nos reunimos entre cristianos de diversas confesiones, tomamos a veces conciencia de posiciones que parecen incompatibles, y pueden serlo en efecto, al menos sobre el plano conceptual. En lugar de darles prioridad, otro enfoque es posible: comenzar y recomenzar siempre por orar juntos. Tal práctica de unidad permitirá al pueblo de Dios avanzar hacia una confesión de fe común.

Quizás esto nos permitirá también hacer evolucionar nuestra mirada sobre la Iglesia: ¿podríamos considerarla siempre más como la gran familia de las y los que escogen amar siguiendo a Cristo? Para ser fermento de paz, ¡cesemos de sustentar las divisiones entre nosotros, permaneciendo en vías paralelas que nunca se encuentran!

Esta búsqueda de la unidad visible debe ir de la mano del reconocimiento del mal que se ha hecho también en nuestras Iglesias y de un compromiso firme para realizar los cambios necesarios. Muchas personas han visto rota su confianza. En Taizé también, se ha traicionado la confianza de algunos, somos bien conscientes de ello. La confianza es una realidad frágil que siempre hay que renovar y reconstruir, lo que solo es posible a través de la escucha de las y los que han sido heridos.


Ensanchar nuestras amistades

Para contribuir a una fraternidad universal, la Iglesia es invitada a ser un signo del reino de Dios que viene, y a descubrir a qué la llama hoy el Espíritu Santo. Estas son algunas de estas llamadas, para profundizar juntos con otros

- Para muchos hoy, un sentido de pertenencia es cada vez más esencial para construir su identidad. Esa pertenencia puede, sin embargo, desarrollarse, no en una oposición conflictiva, sino en el respeto y el encuentro. Sí, busquemos la parte de verdad en el otro – y eso nos ayudará a todos a crecer

- Un lugar de respeto mutuo puede ser el diálogo entre creyentes de diversas religiones. En este diálogo, la apertura hacia los demás es posible cuando estamos enraizados en nuestra propia tradición religiosa, al igual que un árbol necesita raíces profundas para sostener sus ramas bien abiertas. Una amistad auténtica es posible, aunque incluya una cierta dosis de sufrimiento porque el otro no puede compartir todas nuestras convicciones más profundas.

- Muchas personas tienen la dolorosa conciencia de hasta qué punto el racismo y las discriminaciones de todo tipo pesan sobre las relaciones interpersonales y sobre tantas sociedades. Busquemos juntos lo que nos ayude a cambiar nuestra mirada sobre los demás, por ejemplo, poniéndonos a la escucha de las y los que han abandonado su país de origen... Aceptemos la parte de alteridad que hace de cada encuentro un tesoro.

- Escuchamos suficientemente el clamor de la tierra? Muchas veces nuestras actividades humanas y nuestras negligencias dañan nuestro maravilloso planeta, como nos recuerdan los desastres medioambientales y los fenómenos climáticos extremos que se han multiplicado en los últimos tiempos. Es urgente que recordemos la responsabilidad confiada por Dios a la humanidad. Decisiones políticas y económicas son imprescindibles. Pero todos podemos ya simplificar nuestros modos de vida y renovar un sentido de asombro ante la belleza de la creación.

- En el contexto de la guerra que asola Ucrania y tantos otros países del mundo, algunos encuentran difícil rezar, como si Dios estuviera ausente o silencioso ante el mal. Y sin embargo, al rezar por la paz, se despierta también nuestro sentido de las responsabilidades y nuestra solidaridad hacia todos los que sufren terriblemente por la tragedia de la guerra. No se trata de pedir una paz fácil, que dé la victoria al agresor, sino una paz verdadera y exigente que debe, para ser duradera, ir de la mano de la justicia y la verdad. Sí, orar por la paz es más urgente que nunca.


Para los y las que somos creyentes, la confianza en Dios puede darnos una esperanza más fuerte que el miedo al futuro. No una confianza ingenua, sino la convicción, anclada en nuestros corazones, de que Dios está activo en su creación, y que nos llama a actuar a nuestra vez, asumiendo nuestra responsabilidad por nosotros mismos... y por la próxima generación.

Cuando la paz parece un ideal inalcanzable y la violencia desgarra la familia de las naciones, cuando peligros de todo tipo nos sacuden, digámoslo de nuevo: mediante una vida interior, incluso pobre, a través de una solidaridad con nuestro prójimo y una amistad que se ensancha cada vez más, Cristo resucitado viene a nuestro encuentro. Cambia nuestra mirada, nos conduce mar adentro y nos invita a avances inesperados. ¿Sabremos acogerle?

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