Ansias de futuro: viajes por caminos desconocidos
João, un joven ingeniero informático que ha pasado algunos meses como voluntario con los hermanos de Taizé en Alagoinhas, escribe sobre su experiencia con niños de barrios pobres. Él ha colaborado en los cursos de formación que se han desarrollado junto con las actividades de la “brincadeira”, que los hermanos han estado llevando a cabo durante años.
Por segunda vez durante este año, ha habido cursos de formación para jóvenes y adultos jóvenes de los barrios en torno a la “brincadeira”. Sin ningún aviso, más de 50 candidatos llegaron en tres días, y a finales de semana había más de 90. Los cursos que se ofrecían eran de peluquería, trabajos eléctricos y ciencias informáticas, y eran tanto de nivel básico como avanzado. Estos cursos son gratuitos y hacen accesible la formación a adultos jóvenes, procedentes de los suburbios, y que no disponen de medios económicos. Al vivir lejos del centro de la ciudad, otras ofertas quedan fuera de su alcance debido a los costes y a la distancia.
Los profesores que dirigen estos cursos se encargan no solamente de la parte educativa, sino también de acoger a cada persona. Tienen en cuenta la situación de riesgo social en la que vive la mayoría. El tráfico y uso de droga están cada vez más presentes en el entorno, a lo que hay que sumar la creciente criminalidad en los barrios. La falta de estructuras familiares pone de manifiesto la necesidad de separarlos de una realidad que, a menudo, no les ofrece ningún futuro, y de darles una nueva esperanza. En consecuencia, la eficiencia en el estudio y durante la formación necesita ser entendida dentro de este contexto. Hay cierta flexibilidad en cuanto a la disciplina. Sobre todo, cada persona necesita de un acompañamiento individual, ser escuchada, a la vez que hay que encontrar formas de mantenerlos allí y que no se vayan.
Me hice cargo del proceso de inscripción y de la asignación de los estudiantes en cada clase. Estábamos especialmente preocupados por los que habían abandonado las clases el trimestre anterior y que, de diversas formas, se habían alejado de la “brincadeira”. Durante meses, tomé parte en conversaciones de genuina reconciliación. Muchos jóvenes volvieron para empezar a asistir de nuevo a clase.
A finales de año, los estudiantes serán capaces de poner sus conocimientos en práctica. Las peluqueras ya han estado probando sus técnicas las unas en las otras. Las madres cortan el pelo de sus hijos, las hermanas se cortan el pelo entre sí y los chicos llegan a menudo a la “brincadeira” con un nuevo estilo de pelo. Una aprendiz me dijo con orgullo que había recibido una oferta de trabajo. Los aprendices de electricistas también han empezado a hacer pequeños trabajos de reparación donde viven. En el barrio de “Nueva República”, la entrada en funcionamiento de las nuevas instalaciones eléctricas realizadas por estudiantes en una casa donde previamente no había electricidad, condujo a la celebración de un “Festival de la Luz”. Hay un sentido creciente de meta. Los jóvenes se sienten valorados y descubren su propio potencial. Es interesante notar los sentimientos de solidaridad y de buen corazón entre los estudiantes. La formación no se centra en la competencia o en la rivalidad. Todos caminan unos junto a los otros, ayudándose entre sí.
Esto se puede ver muy claramente en las clases de nivel básico de ciencias informáticas de las que me encargo personalmente. Estoy disponible durante las clases para ayudar con asuntos prácticos. Pero de hecho, son ellos mismos los que se ayudan los unos a los otros durante la mayor parte del tiempo. La idea de autosuficiencia que se promueve en la sociedad europea no tiene aquí mayor influencia. La dureza de la vida conlleva que la interdependencia sea una obligación. Mis estudiantes muestran interés y son diligentes. Cuando los profesores llegan, todos los estudiantes están allí esperando a que el aula se abra. Y es en esa aula en la que la mayoría enciende un ordenador por primera vez. Paradójicamente, la accesibilidad a los teléfonos móviles los ha familiarizado más con las últimas tecnologías como Facebook o WhatsApp, que con un ordenador personal.
La perseverancia con la que participan en las clases de lunes a viernes me ha tomado, de alguna forma, por sorpresa. Estoy atónito porque he visitado los lugares donde viven y he visto las condiciones que tienen. No hay ningún sitio tranquilo y propicio para el estudio, así que, ¿cómo se las arreglan para mantener su interés de forma tan persistente? El espacio entre la pobreza de sus hogares y el universo de un curso de informática supone realmente un abismo enorme. Y además tienen que hacer frente a sus propios miedos e inseguridades.
Las dificultades empiezan en clase con el idioma. Varios de ellos no saben escribir correctamente y algunos están cerca del analfabetismo. La simple tarea de teclear un texto es fuente de vergüenza y casi de humillación. A pesar de que esta paradoja es tan grande y de que verdaderamente me turbó, también abrió mis ojos a la realidad de que estos jóvenes son verdaderos luchadores. Y todo ello me enseñó a poner mis propios temores e inseguridades en perspectiva.