No es fácil hablar de esta visita. Geográficamente, está tan cerca de Corea del Sur, pero políticamente tan lejos. Cuando vivía en Sur era imposible ir al Norte. Después de muchos años de espera y luego de hacer un rodeo vía Francia y China, llegué a Corea del Norte.
Corea ha estado dividida en dos desde 1945. Las enormes consecuencias de la guerra fratricida de 1950-1953 entre el Norte y el Sur, pueden sentirse todavía hoy. Una gran tensión y desconfianza han reinado entre ambas por muchos años. Intentos de acercarse siempre terminan en nada y la tensión vuelve a ganar terreno. Durante los últimos años ha habido numerosos esfuerzos para lograr un acercamiento, una reconciliación pero los resultados son tibios y la paz sigue siendo frágil.
Las dificultades que Corea del Norte ha experimentado desde la caída del comunismo en Europa del este son enormes. Además, han sufrido desastres naturales como inundaciones y grandes sequías. La población ha sufrido mucho. La gente dice que lo peor es pasado, pero las penurias continúan.
Me impresionó muchísimo conocer personas muy marcadas por los años difíciles, pero que siguen siendo afectuosas y expresan una gran bondad y dignidad. Algunos contactos informales y espontáneos con la gente del lugar nos mostraron cuan importante es sobrepasar prejuicios y hasta los clisés. Por sobre todo, donde hay una tensión o algún tipo de malentendido, es esencial intentar de discernir la belleza del alma humana, sin importar la convicción política o religiosa de esa persona. En los parques de Pyongyang, vi personas relajadas que cantaban, bailaban y celebraban juntas.
Pude visitar una escuela secundaria a la cual Taizé, en colaboración con la UNESCO, había enviado unos cuantos ordenadores. Vi una docena de estudiantes, en un cuarto de ordenadores, cada una enfrente de su computador. Un maestro nos expresó su agradecimiento y nos dijo cuanto los alumnos están deseosos de aprender. También visité una clínica rural. El cuerpo médico está bien preparado pero los medicamentos y los equipos faltan. Tuve la oportunidad de ofrecerles una mínima cantidad de medicinas como signo de solidaridad.
Una corta visita a los cristianos me conmovió profundamente. Tome parte en la celebración dominical en una Iglesia Protestante y luego visité una Católica. Hace más de 50 años, antes de la guerra, Pyongyang, la capital de Corea de Norte, tenía muchísimos cristianos. Ahora hay tan solo tres iglesias abiertas en todo el país. Parece que aparte de las celebraciones del domingo, no hay ninguna otra actividad. La acogida es calurosa pero el intercambio demasiado corto. Les dije una y otra vez cuanto estamos en comunión con ellos a través de la oración. Visiblemente, esto los emocionó. “Venga a vernos de nuevo. Venga mas seguido”, me decían al alejarme.
Esta visita a Corea del Norte, tan esperada y al final realizada, me ha dejado varias preguntas. ¿Que podemos hacer por la reconciliación y la reunificación de las dos Coreas? Pienso en las miles de familias coreanas que han estado separadas por mas de medio siglo. La mayoría nunca han podido visitar a sus parientes del otro lado de la frontera. ¿La paz, llegará rápidamente a la península coreana? Corea se mantiene como una de las regiones mas fuertemente armada del mundo. ¿Que rol podemos jugar los cristianos, en vistas a promover un entendimiento y una construcción de la paz? Y en el futuro inmediato, ¿Como los cristianos podemos expresar nuestra solidaridad con Corea del Norte, en especial los niños, que sufren penurias de todo tipo? Debemos rezar, mucho, y no olvidar a gente de Corea del Norte. Pero nuestra oración debe ir acompañada de gestos, sin importar cuan grandes o pequeños estos sean.