"El prior de Taizé estaba habitado por un deseo de reconciliación que tocaba el fondo de su alma, y le empujaba a abrir brechas."
El 16 de agosto de 2005, golpeando al hermano Roger mientras rezaba con sus hermanos y miles de jóvenes, la violencia absurda golpeó a Taizé en el corazón de su vocación, en la iglesia cuyo nombre mismo nos recuerda esta vocación: la iglesia de la Reconciliación.
“En mi juventud, escribía el hermano Roger, me asombraba ver como los cristianos, a pesar de vivir de un Dios de amor, utilizaban tanta energía para justificar sus separaciones. Me dije entonces que era esencial crear una comunidad que buscara comprenderse y reconciliarse siempre, haciendo visible así una pequeña parábola de comunión.” Conocemos la continuación: atraídos por la sencillez de la oración y por la vida de la comunidad, tocados por la confianza de los hermanos, decenas de miles de jóvenes vienen cada año a Taizé para plantear sus inquietudes, gritar su sufrimiento, compartir sus esperanzas, descubrir a Cristo que les ama, aprender a vivir en la comunión de la Iglesia y hacerse artesanos de paz.
Así la comunidad y los jóvenes buscan juntos manifestar la comunión a la que nos llama Cristo, entre cristianos y con todos nuestros hermanos humanos. Los hermanos no ignoran los laboriosos diálogos teológicos, ni los encuentros oficiales, a menudo significativos, entre responsables de Iglesia, pero prefieren proponer antes la Buena Nueva a los jóvenes y los medios para vivir una experiencia de ella.
En el hermano Roger habitaba un deseo de reconciliación que tocaba el fondo de su alma y le empujaba a abrir brechas. En un camino personal discreto, compartió humildemente esta experiencia y esta convicción: “Yo he encontrado mi propia identidad de cristiano reconciliando en mi mismo la fe de mis orígenes con el misterio de la fe católica, sin ruptura de comunión con nadie.” Algunos teólogos han fruncido el entrecejo, otros han dicho que el hermano Roger no tenía un pensamiento teológico. Algunos responsables de Iglesia han reclamado una identidad eclesial oficial, según ellos más precisa.
El hermano Roger amaba todo el Cuerpo de Cristo y así lo ha dicho con toda su vida. Sin renegar de sus orígenes, sin oponerse a nadie, quiso integrar y reconciliar en él todo lo que el único Señor da a las iglesias, aún separadas. Reconociendo la necesidad del ministerio de comunión universal del Papa, se adhirió también a la fe y a la práctica eucarística de la Iglesia católica, viviendo al mismo tiempo las riquezas de las que el Señor ha colmado a las Iglesias ortodoxas y protestantes. No sin tensiones ni sin sufrimiento, vivía la reconciliación de las Iglesias con todo su ser. ¿Basta con que tomemos nota de ello sin juzgarlo, y que digamos que se trata de una excepción, buscando razones para demostrar que su experiencia no se puede transponer?
¿Aceptamos al menos ser interrogados? ¿Aceptamos al menos preguntarnos si esta “excepción” no tiene por vocación el llegar a ser un día menos excepcional abriendo el camino a muchos otros? Escuchando al hermano Roger, podemos recordar que nuestras separaciones se oponen a la voluntad de Cristo, que el ecumenismo es un intercambio de dones, que tenemos necesidad unos de otros, que la reconciliación no es sólo la simple coexistencia pacífica, sino la confianza, el enriquecimiento mutuo y la colaboración. Entonces quizá sepamos ayudar a nuestras iglesias a estar menos petrificadas en sus actuales repliegues identitarios. Hablo a título personal, porque los hermanos de Taizé, no han querido nunca dar lecciones a nadie y aún menos ser maestros espirituales, ni siquiera en ecumenismo. En su visita a los hermanos de Taizé, en 1986, Juan Pablo II les dijo que la vocación de su comunidad es “en un cierto sentido provisional”. En su bello libro sobre Taizé, el profesor Olivier Climent habla de un “estado de fundación continuo”.
La muerte brutal del Hermano Roger, hace un año, en el corazón de la vocación de Taizé, se inscribe en esta “dinámica de lo provisional”. Por la voz de su nuevo prior, los hermanos de Taizé nos dicen que no se consideran como los únicos actores de esta dinámica: “Somos pobres que tienen necesidad de la comunión de la Iglesia para avanzar en la fe”. El hermano Alois y sus hermanos continúan avanzando sobre el camino trazado por el Hermano Roger. Viven ya algo de la Iglesia visiblemente una y empujan a los jóvenes a ir juntos a las fuentes de la fe.
Luego de un artículo publicado en "Le Monde", monseñor Daucourt responde a la afirmación de que el Hermano Roger se habría convertido al catolicismo.
¿Que el hermano Roger se habría convertido al catolicismo y que los papas y los obispos de Autun no habrían dicho nada al respecto? (Le Monde del 06.06.2006). En los documentos oficiales, para las personas ya bautizadas, la Iglesia católica no habla de conversión al catolicismo, sino de admisión a la plena comunión en la Iglesia católica. Hay muchas maneras posibles de llevar a cabo dicho camino, pero en todas, se requiere un documento escrito y firmado. Ningún documento de este tipo existe en lo que concierne al hermano Roger. Él reconocía, como todos sus hermanos, el ministerio de comunión universal del papa. Compartía la fe católica en el ministerio y en la Eucaristía. Veneraba a la Virgen Maria. Quiso vivir esto sin romper con nadie. Era la posición que intentaba tener, no sin tensiones interiores, apoyada en la esperanza de una restauración cercana de la unidad visible entre todos los cristianos. Podemos apreciar o no esta posición, pero ¿cómo podemos dejar decir que el hermano Roger nos hubiese engañado ocultando una conversión al catolicismo, en el sentido que la comprendemos habitualmente?
¿Qué recibió la comunión de Juan Pablo II y del cardenal Ratzinger? Hace más de treinta años que la había recibido del cardenal Wojtyla en Cracovia y del obispo de Autun. No tiene nada de extraordinario. El derecho de la Iglesia le confiere a cada obispo la responsabilidad de acoger en la Eucaristía, regular o excepcionalmente, a un nuevo bautizado o a un bautizado proveniente de otra Iglesia. Amigo cercano de Taizé desde hace 40 años, en contacto con Monseñor Le Bourgeois por el ecumenismo desde el comienzo de su episcopado y habiendo recibido, en el seno del Consejo pontificio para la Unidad, durante siete años, la responsabilidad de seguir las relaciones entre el Vaticano y Taizé, puedo constatar que Monseñor Le Bourgeois, los papas Pablo VI y Juan Pablo II, los cardenales Ratzinger y Kasper reconocían un carácter objetivo y público de la comunión de fe que el hermano Roger tenia con la Iglesia católica. Respetando su camino espiritual, no se le pidió nada más y continuaron los contactos y el diálogo regular con él y su comunidad.
¿Cómo podemos hablar de un “enigma” (Le Monde del 6 de septiembre de 2006) y además pretender resolverlo apoyándose en las conjeturas de Yves Chiron (cfr. su carta de información Aletheia nº 95 del 01/08/06), historiador que formula hipótesis?
Este no sabe interpretar los testimonios recibidos, e ignora tanto la personalidad del hermano Roger como la historia de Taizé y sus relaciones con las Iglesias. Monseñor Seguy, habla de “ambigüedad” porque el camino recorrido por el hermano Roger lo cuestionaba. Durante su episcopado en Autun, él lo respetó como lo fue respetado en Roma.
El hermano Roger indicó un camino y abrió a miles de jóvenes y adultos las puertas para que el ecumenismo sea, sobre todo, un intercambio de dones. De aquellos que rechazan dejarse interrogar por su posición original, exigente y molesta, o que la impugnan, estamos también en pleno derecho de esperar que la conozcan con exactitud.
7 de septiembre de 2006
+ Gérard DAUCOURT
Obispo de Nanterre
Miembro del Consejo Pontificio para la Promoción de la Unidad de los Cristianos.