Si no hubiera una quiebra de los valores espirituales en muchos países, nuestra comunidad no pondría en marcha toda una dinámica de acogida para recibir, una semana tras otra, jóvenes no sólo nórdicos, eslavos o mediterráneos, sino también de otros continentes.

Viendo sobre nuestra colina de Taizé todos estos rostros de jóvenes, comprendemos que vienen con preguntas vitales: «¿Qué es lo que Cristo espera de mí? ¿Cómo encontrar en él un sentido a mi vida?» Sin presentirlo siempre claramente, buscan seguir a Cristo.

Con mis hermanos, es importante que respondamos a su confianza siendo ante todo hombres de oración y de escucha, nunca maestros espirituales.