Hoy es Domingo de Adviento, el primer domingo del año litúrgico. Este tiempo se nos da para prepararnos a acoger el nacimiento de Jesús, la venida de Dios para estar entre nosotros. Es un tiempo que se nos da a cada uno y cada una para prepararnos interiormente a acoger la novedad de Dios en nuestra vida, para dejar que el Espíritu Santo haga nacer en nosotros intuiciones, proyectos y el valor de avanzar por el camino que tenemos ante nosotros.
Las palabras leídas este domingo para introducirnos en el tiempo de Adviento no son la anunciación del nacimiento del Niño Jesús, sino una llamada: "¡Cuidado! Estad despiertos", nos dice Cristo. La lectura del Evangelio de hoy se sitúa justo antes de la entrada de Jesús en su pasión. Nos pide que sigamos adelante en una oración plenamente despierta. Por supuesto, eso nos hace pensar inmediatamente en la misma llamada que Jesús dirige a sus amigos en Getsemaní. Este retomar el mismo tema señala la extrema tensión del lugar al que somos llamados.
¿Cómo entender esta llamada a permanecer despiertos? En primer lugar, concretamente, significa no estar dormidos, no vivir como sonámbulos. La tentación sería como para los discípulos en el huerto de Getsemaní, dejarnos caer en el sueño, dejarnos sucumbir por situaciones complejas tanto en nuestro interior como a nuestro alrededor, y acabar pensando "¿para qué?".
Si Jesús nos pide que nos mantengamos despiertos, ¿no es también una invitación a reconocer que sabemos muy poco de lo que va a ocurrir, que somos incapaces de predecir o anticipar las cosas que realmente importan, las decisivas? Mantenernos despiertos significa saber que somos pobres en el sentido de que no podemos lograrlo todo con nuestros propios proyectos, y atrevernos a mantener abierto un espacio para Dios en nuestro interior.
Mantenerse despierto es también una manera de mirar la vida con atención. ¿Cómo miramos la vida a nuestro alrededor y dentro de nosotros? Al comienzo de este año litúrgico, nuestra comunidad se adentra en una nueva etapa. El Adviento nos invita a nosotros, los hermanos, y a todos nosotros, en nuestras familias, en nuestras comunidades locales y en la sociedad en general, a cambiar y a renovar nuestra manera de mirar.
¿Tendremos el valor de mirar nuestras experiencias pasadas para discernir las huellas dejadas por Dios, para discernir la venida de Cristo? No se trata de cerrar los ojos ante las cosas que quizá no fueron como deberían haber sido, sino de encontrar una manera de mirar que sea correcta.
¿Tendremos el valor de permanecer en el momento presente para acoger con alegría la vida que Cristo quiere darnos ahora? ¿Estar en las manos de Dios como la arcilla en las manos del alfarero, como hemos oído en la primera lectura, para llegar a ser lo que estamos llamados a ser? ¿Tendremos el valor de volvernos hacia lo que está por venir para que nuestra esperanza se renueve una y otra vez hasta el día en que Cristo sea todo en todos?
Las hojas de la higuera crecen; las palabras de Jesús no pasan: están siempre con nosotros. Ya sea al atardecer, o en plena noche, o al canto del gallo, o al amanecer, mantengámonos despiertos y vigilantes. Ven, Señor Jesús, ven. Preparémonos para la fiesta.