TAIZÉ

Hermano Alois

2019 ¡No olvidemos la hospitalidad!

 

“No olvidéis la hospitalidad: por ella algunos, sin saberlo, hospedaron a ángeles.” (Hebreos 13, 2)

Como un hilo ininterrumpido de encuentros de jóvenes, la peregrinación de confianza, que comenzó en Taizé hace varias décadas, continúa hoy en todos los continentes.

En cada uno de estos encuentros, la experiencia de la hospitalidad es la que deja más huella, tanto en los jóvenes participantes como en quienes les abren sus puertas.

En agosto de 2018, pudimos experimentar una vez más el valor de la hospitalidad en Hong Kong, durante un encuentro con jóvenes de numerosos países de Asia y de otros continentes, incluidos países que han estado en conflicto y que siguen aún marcados por heridas de la historia que piden una curación.

Setecientos participantes vinieron de diversas provincias de la China continental. La presencia de jóvenes de tantos países y la acogida que recibieron en familias de Hong Kong fueron un signo de esperanza.

A menudo en pequeñas minorías dentro de sociedades en rápida transformación, los jóvenes cristianos asiáticos buscan sacar fuerzas de su fe en Cristo y de la fraternidad en la Iglesia.

A partir del encuentro europeo en Madrid y a lo largo de todo el año 2019, en Taizé, Beirut, Ciudad del Cabo y en otros lugares, vamos a profundizar en varios aspectos de la hospitalidad.

Las siguientes propuestas están enraizadas en la fe; invitan a los cristianos a descubrir en Dios la fuente de la hospitalidad. Esto nos lleva a cuestionar la imagen que nos hemos hecho de Dios: Él nunca excluye, sino que acoge a cada persona.

Mis hermanos y yo vemos que la experiencia de la hospitalidad implica no solo a cristianos de diferentes Iglesias, sino también a creyentes de otras religiones y no creyentes.

En medio de las dificultades de este momento, cuando la desconfianza parece a menudo estar ganando terreno, ¿tendremos, todos juntos, el valor de vivir la hospitalidad y así hacer crecer la confianza?


Primera propuesta: Descubramos en Dios la fuente de la hospitalidad

Desde el principio del universo, Dios trabaja misteriosamente. Esta convicción está en el corazón de los relatos poéticos de la creación en el comienzo de la Biblia. Dios contempla lo que Él trae a la existencia y lo bendice: ve cómo toda la creación es buena. El universo entero es profundamente amado por Dios.

A veces comprendemos tan poco acerca de Dios... pero podemos avanzar con esta confianza: Él desea nuestra felicidad, nos acoge a todos, sin ninguna condición previa. Dios mismo es la fuente de la hospitalidad.

Es más: por Cristo, Dios ha llegado incluso a hacerse uno de nosotros, para atraer y acoger a la humanidad junto a Él. Esta hospitalidad de Dios hacia nosotros toca el fondo del alma: sobrepasa y desborda todas las fronteras humanas.

• Frente a los peligros que pesan sobre nuestro tiempo, ¿estamos atrapados por el desánimo? Para mantener viva la esperanza, ejercitemos nuestro espíritu de asombro: miremos a nuestro alrededor con ojos que disciernen todo lo que puede ser admirado.

• Solo o con otros, leamos la Biblia, comenzando por los evangelios, que cuentan la vida de Jesús. Quizás no comprendamos todo de entrada, a veces será necesario un aporte de conocimientos. Acudir juntos a la Biblia como a una fuente, nos ayudará a crecer en la confianza en Dios.

El hijo que había dejado la casa “se levantó y vino adonde estaba su padre; cuando todavía estaba lejos, su padre lo vio y se le conmovieron las entrañas; y, echando a correr, se le echó al cuello y lo cubrió de besos.” (Lucas 15, 20)

  • ¿Qué enseña esta parábola, que encontramos en Lucas 15,11-32, sobre la hospitalidad de Dios?

Segunda propuesta: Estemos atentos a la presencia de Cristo en nuestras vidas

Dios nos ofrece su hospitalidad, pero es por nuestra libre respuesta que este don se convierte en una verdadera comunión con Él.

Gracias a Jesús, sabemos que Dios es amor: él nos ofrece su amistad. Humildemente, Cristo está a nuestra puerta y llama. Como un pobre, espera y aguarda que respondamos con nuestra hospitalidad. Si alguno le abre la puerta, él entrará.

Mediante una oración muy sencilla, le damos acceso a nuestro corazón. Entonces, incluso cuando apenas sintamos su presencia, Cristo viene a habitar en nosotros.

• Orar en una iglesia, incluso durante solo un momento; reservar un tiempo gratuito, por la tarde o por la mañana, para confiar nuestra jornada a Dios… esto nos construye interiormente a lo largo del tiempo. Acordarnos de la presencia de Cristo nos libera también de nuestros miedos: el miedo de otras personas, el temor de no estar a la altura, la inquietud ante un porvenir incierto...

• Aunque tengamos poco tiempo, hablemos a Cristo de nosotros mismos y de otros –cercanos o próximos– con unas pocas palabras, como en un susurro. Podemos decirle lo que hay en nosotros y que no siempre comprendemos. Unas pocas palabras de la Biblia podrían acompañarnos a lo largo de la jornada.


Cristo resucitado dijo: “Mira, estoy de pie a la puerta y llamo. Si alguien escucha mi voz y abre la puerta, entraré en su casa y cenaré con él y él conmigo.” (Apocalipsis 3, 20)

  • ¿Qué me ayuda a escuchar a Cristo? ¿Qué significa para mí “abrirle la puerta”?

Tercera propuesta: Acojamos nuestros dones y también nuestras limitaciones

Dios acoge todo en nosotros; así por nuestra parte, podemos aceptarnos tal como somos. De este modo, comienza el camino de una curación que todos necesitamos.

Alabemos a Dios por nuestros dones. Acojamos también nuestras fragilidades como una puerta por la que Dios entra en nosotros. Para acompañarnos más allá, para llevarnos a un cambio de vida, Dios quiere que primero seamos acogedores hacia nosotros mismos.

La aceptación de nuestros límites no nos hace pasivos frente a las injusticias, la violencia, la explotación de los seres humanos. Por el contrario, consentir nuestros límites puede darnos la fuerza de luchar con un corazón reconciliado.

El Espíritu Santo, fuego escondido en lo más íntimo de nosotros, transforma poco a poco lo que en nosotros y en torno a nosotros se opone a la vida.

• Para descubrir nuestros dones y consentir nuestros límites, busquemos una persona de confianza que nos escuche con amabilidad, que nos ayude a crecer en la vida y en la fe.

• En nuestra oración, reservemos un lugar para la alabanza, que unifica nuestra existencia. La oración cantada con otros es irremplazable; continúa después resonando en nuestros corazones.


“Venid a mí todos los que estáis cansados y agobiados, y yo os aliviaré. Tomad mi yugo sobre vosotros y aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón, y encontraréis descanso para vuestras almas. Porque mi yugo es llevadero y mi carga ligera.” (Mateo 11, 28-30)

  • ¿De qué carga y de qué descanso está hablando Jesús? ¿Qué puedo aprender poniéndome a su escucha?

Cuarta propuesta: Encontremos en la Iglesia un lugar de amistad

Para compartir con otros nuestra confianza en Dios, necesitamos lugares donde podamos encontrar no sólo algunos amigos que ya conocemos, sino una amistad que se ensancha hacia los que son diferentes de nosotros.

Parroquias y comunidades locales tienen la vocación de reunir a distintas generaciones y a personas procedentes de diversos orígenes sociales y culturales. Hay allí un tesoro de amistad, a veces escondido, que es necesario hacer fructificar.

Si cada Iglesia local fuese como una familia acogedora, en la que pudiéramos ser nosotros mismos, con nuestras dudas y preguntas, sin el temor a ser juzgados…

La Iglesia se encuentra allí donde sople el Espíritu Santo, donde sea que irradie la amistad de Cristo. En algunos países del Sur, pequeñas comunidades eclesiales de base asumen un gran compromiso en favor de los demás, en su barrio o pueblo. ¿Podrían ser una fuente de inspiración en otros países?

• Encontrémonos regularmente en pequeños grupos, en la oración y el compartir, pero sostengamos también la vida de la gran comunidad cristiana que existe en nuestra ciudad o pueblo. ¿Podría nuestro pequeño grupo estar atento, por ejemplo, a aquellos que vienen a la celebración dominical sin conocer a nadie?

• Cristo quiere reunir en una sola comunión a los que le aman y le siguen, más allá de sus pertenencias confesionales. La hospitalidad compartida es un camino hacia la unidad. Invitemos más a menudo a una oración común a los que están en nuestro entorno y expresan su fe de una manera diferente.


En la cruz, justo antes de morir, Jesús vio a su madre, y junto a ella, al discípulo al que amaba. Dijo a su madre: “Mujer, ahí tienes a tu hijo”. Luego, dijo al discípulo: “Ahí tienes a tu madre”. Y desde aquella hora, el discípulo la recibió en su casa. (Juan 19, 25-27)

  • A los pies de la cruz, nace una nueva familia por voluntad de Jesús. ¿Cómo vivir hoy esta fraternidad?

Quinta propuesta: Realicemos una hospitalidad generosa

La hospitalidad de Dios hacia nosotros es una llamada: recibamos a los demás, no como quisiéramos que fuesen, sino como son; aceptemos ser acogidos por ellos a su manera, no a la nuestra.

• Convirtámonos en hombres y mujeres de acogida, tomándonos el tiempo de escuchar a alguien, invitándole a nuestra mesa, acercándonos a una persona destituida, teniendo una palabra amable para aquellos con los que nos encontremos…

• Ante el gran desafío puesto por las migraciones, busquemos cómo hacer de la hospitalidad una oportunidad no sólo para aquellos que son acogidos sino también para quienes les acogen. Los encuentros persona a persona son indispensables: escuchemos el relato de un migrante, de un refugiado. Encontrarnos con los que vienen de otros lugares nos permitirá también comprender mejor nuestras propias raíces y nos hace profundizar en nuestra propia identidad.

• Cuidemos de la tierra. Este maravilloso planeta es nuestra casa común. Mantengámosla hospitalaria para las generaciones que vienen. Revisemos nuestros modos de vida, hagamos lo posible para detener la explotación inconsiderada de los recursos, luchemos contra las diversas formas de polución y el decrecimiento de la biodiversidad. Siendo solidarios con la creación, descubriremos la alegría que de ello fluye.


Jesús dijo: “En verdad os digo que cada vez que lo hicisteis con uno de estos, mis hermanos más pequeños, conmigo lo hicisteis.” (Mateo 25, 40)

Debemos ayudar a los necesitados, recordando las palabras del Señor Jesús, que dijo: “Hay más dicha en dar que en recibir.” (Hechos 20, 35)

  • ¿Cuándo he tenido la experiencia de que hay felicidad en dar?
  • ¿Soy consciente de que también yo necesito recibir algo de los demás?


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Última actualización: 5 de enero de 2019

Notas

[1Photo: Cédric Nisi