Escuchando a los jóvenes en Taizé y en otros lugares[1], muchos de los cuales se enfrentan a duras realidades en su vida cotidiana, me pregunto cómo encuentran la fuerza para seguir adelante. Esta pregunta se hace aún más acuciante cuando viven en zonas de guerra.
¿De dónde sacan su resiliencia y perseverancia en esas situaciones aparentemente sin salida? Escuchándolos, me quedó claro que es la confianza en Dios lo que permite a las personas de fe alimentar una esperanza. Y gracias a la resurrección de Jesús, crece la certeza de que la muerte no tendrá la última palabra.
La confianza en la resurrección engendra la esperanza de que las penas de la vida no son el punto final. Estamos llamados a algo más. Es esta esperanza la que estos jóvenes querían compartir conmigo, una esperanza más allá de toda esperanza porque cuenta con la aparición de una vida nueva cuando todo parece perdido[2].
María cantó en su grito de alabanza y esperanza: «Con la fuerza de su brazo, dispersa a los soberbios. Derriba del trono a los poderosos y enaltece a los humildes. A los hambrientos los colma de bienes y a los ricos los despide con las manos vacías». (Lucas 1, 51-53) Sí, atrevámonos a cantar con ella y a rezar para que las situaciones cambien. Incluso cuando Dios parece callar, de repente puede abrirse un camino[3].
Al mismo tiempo, hagamos todo lo posible, incluso cuando parezca ser poco, para expresar signos de solidaridad con los que sufren a nuestro alrededor, o con los que están atrapados en la guerra o se ven obligados a abandonar su país. ¿No es esto lo que nos permitirá esperar más allá de toda esperanza?
Las reflexiones que siguen son en gran parte fruto de encuentros y conversaciones con jóvenes que viven en países en guerra o en zonas de conflicto durante el año pasado. Estoy lleno de gratitud hacia quienes han compartido sus experiencias y reflexiones, y también hacia nuestros hermanos más jóvenes, cuyos acertados consejos han puesto orden en lo que había escrito.
frère Matthew
La valentía de esperar
Cuando aspiramos a confiar en el amor de Dios, lo que vemos y sentimos a nuestro alrededor a menudo parece contradecir ese amor. Estamos atrapados entre lo que ya se nos ha dado y lo que está por venir. Este espacio no siempre es muy cómodo. Pero cuando se abre a una esperanza de plenitud[4], algo se libera en nosotros.
La esperanza requiere paciencia. «Esperamos lo que no vemos», dice el apóstol Pablo (Romanos 8, 25). Vueltos hacia lo que vendrá en plenitud en el tiempo de Dios, pero también atribulados por «conflictos a nuestro alrededor, temores en nuestro interior» (2 Corintios 7, 5), ¿nos atreveremos a permanecer en este espacio en lugar de huir de él?
«Esperando contra toda esperanza, Abrahán creyó» (Romanos 4, 18). Abrahán, antepasado de numerosos creyentes, se aferró a la promesa de Dios más allá de toda esperanza razonable. Él y su esposa Sara recibieron lo que les parecía imposible.
En una época en que su país estaba devastado por la guerra, sus habitantes amenazados de exilio y él mismo estaba en prisión, el profeta Jeremías apostó por el futuro: compró un campo, tan seguro estaba de que Dios no abandonaría a su pueblo (Jeremías 32, 6-15).
Un gesto de esperanza tan sorprendente hace que la fe sea más real. Es una confianza firme en lo que todavía es invisible e incluso incierto. ¿Podemos sostenernos en una tal esperanza? Esta reabre finalmente la fuente de la alegría[5]. Incluso en las situaciones humanas más complicadas, lo que nunca nos habíamos atrevido a esperar puede hacerse realidad.
Hoy, formidables iniciativas portadoras de esperanza[6] están viendo la luz en muchos países en los que la guerra causa estragos.
Escuchar a personas de esperanza
Para comprender mejor lo que significa la esperanza, tenemos que escuchar a las personas que viven en medio de la angustia y la violencia. ¿No es a través de sus voces que Dios nos guiará?
Durante mi visita a Ucrania con dos de mis hermanos, un responsable de la Iglesia nos dijo: «La oración abre un espacio que permite la curación». Me impresionó mucho esta observación. Constantemente confrontado con el sufrimiento de su pueblo, se dio cuenta de que es en su vida interior donde los creyentes pueden permanecer abiertos a acoger lo nuevo.
Es un proceso que no necesariamente produce resultados inmediatos, pero que, posiblemente acompañado de otros medios, abre una puerta a la superación de las heridas y el dolor, y reaviva la esperanza en una humanidad sanada. La oración nos da la fuerza para mantenernos firmes ante las situaciones más complejas[7]. Rompe las olas del desánimo cuando la oscuridad parece engullirlo todo.
Una mujer palestina que vive en Francia, pero cuya familia está en Gaza, nos escribe: «El amor que lleva a los heridos, a los frágiles, da nuevas fuerzas. Me recuerda al paralítico[8] del Evangelio, llevado por sus amigos y su fe. La oración es también una forma de resistir, para mí es importante. Pero soy humana: tras la noticia del asesinato de dos miembros de mi familia, la cólera me invadió, grité, lloré... Cuando recobré el sentido, supe que Dios estaba allí, en el sufrimiento y la desesperación, y que nos llevaba.»
Este verano, de visita en Taizé, nos dijo: «Cada mañana, rezo para encontrar la fuerza de amar en lugar de odiar». Sus palabras son para nosotros como una lámpara en el camino.
Una joven de un país asiático devastado por la guerra me dijo: «Nuestra gente está abrumada, pero encuentra consuelo en el Evangelio. ¿Cuántas veces ha estado el pueblo de Dios en el exilio? Y, sin embargo, eran capaces de crear comunidad por difícil que fuera la situación. Puede que Dios tenga planes más grandes para nosotros, pero debemos acoger un día cada vez. Poder vivir el día de hoy es un don y un signo de que la vida está ahí para ser vivida en plenitud. En la oración hay una fuente de paz que nos permite animarnos unos a otros, encontrando sentido en el compartir y la solidaridad».
Desde el Líbano, escuché estas palabras: «Mi madre es un testimonio de esperanza. A pesar de todo, siempre se mantuvo en pie. Gracias a ella soy lo que soy hoy. Nos enseñó a tener fe en Dios y a rezar. Cada persona que vive de la confianza refleja confianza porque bebe de la fuente y puede convertirse en testigo.»
¿Quiénes son los testigos de la esperanza que cada uno de nosotros puede descubrir y escuchar en su propia situación? Abramos nuestros oídos para escuchar lo que tienen que decirnos
Esforzarnos por esperar
¿Cómo reaccionamos cuando nuestros planes se frustran y nuestras esperanzas son defraudadas? Jesús nos da una clave para seguir siendo personas de esperanza. Ante una gran multitud de personas hambrientas, tuvo «compasión» de ellos, literalmente «su corazón fue llevado hacia» ellos[9]. Y encontró la manera de satisfacer sus necesidades.
Negarnos a resignarnos ante las situaciones de angustia permite que la esperanza tome cuerpo en nosotros. Contrario a una espera pasiva, es un combate [10], no hay otro camino. Incluso nuestro mismo deseo de esperanza puede llevarnos a franquear el umbral desde lo que es humanamente posible a lo que es posible para Dios.
La esperanza dada por Cristo nos permite pregustar lo que se realizará plenamente en el futuro de Dios. Ella es como el ancla de un barco.[11] Nos sostiene firmemente cuando arrecia la tempestad. Nos permite vivir pequeños signos de nuestra fidelidad a la llamada que hemos recibido y a las personas que nos han sido confiadas. Es también como un casco[12], que nos protege de las adversidades que puedan abatirse sobre nosotros.
La Regla de Taizé habla de no resignarse nunca al «escándalo de la separación de los cristianos que tan fácilmente profesan amor al prójimo, pero permanecen divididos». Para el hermano Roger, la unidad de los cristianos[13] nunca ha sido una simple meta en sí misma, sino un camino que conduce a la paz en el seno de la familia humana[14].
Los humildes arbustos de boj de los alrededores de Taizé, a pesar de haber sido infestados dos veces por plagas de insectos en los últimos años, de repente están volviendo a la vida. De lo que aparentemente estaba muerto, brotan nuevas ramas y el gris se vuelve verde. La naturaleza lucha por sobrevivir, reflejando y alentando nuestra propia lucha por la esperanza. La esperanza para la creación[15] y la esperanza que recibimos de la buena creación de Dios van de la mano con la esperanza por la humanidad[16].
Permanecer siendo personas de esperanza
La esperanza puede sofocarse fácilmente cuando nos enfrentamos a situaciones en las que no parece posible el entendimiento mutuo. Crear una atmósfera de sospecha suscita el riesgo de atrapar a los otros en una red de desconfianza.
Esto puede ocurrir en nuestras comunidades, iglesias y familias, así como en la sociedad y en nuestros países. Estas dinámicas pueden ser ocultas o abiertas, pero siempre agotan nuestras fuerzas. Sin embargo, hay momentos en los que, ante la injusticia, debemos denunciar el mal para que los humanos dejen de ser víctimas de otros humanos[17].
Para mantener viva la esperanza, nos necesitamos mutuamente. La esperanza florece cuando estamos atentos a las necesidades de los demás. Podemos ver a personas que, incluso en medio de la mayor adversidad, eligen vivir, sonreír y ofrecer lo poco que pueden cada día.
La esperanza está ligada a la verdad[18] y a la justicia. ¿Es así porque éstas son cualidades de Dios? ¿No las vemos en la vida, muerte y resurrección de Jesús? Para alimentar la esperanza, tenemos que afrontar la realidad tal como es y verla a la luz de las promesas de Dios[19].
Un joven que vive en una zona de conflicto me dijo: «Estaba en un café leyendo mi libro cuando empezaron a volar misiles a nuestro alrededor. La gente salió corriendo, llena de espanto, pero yo decidí quedarme y terminar mi lectura». Buscar refugio habría sido igualmente una opción juiciosa, pero compartir esta historia es una protesta de esperanza contra la ineluctabilidad de la guerra.
Uno de mis hermanos me dijo: «La esperanza es provocadora y, además, contagiosa. Lo contrario de la esperanza es la indiferencia o la resignación. Durante una reciente visita a mi país, devastado por la guerra, vi los rostros tristes, preocupados y estresados de la gente. Me pregunté qué podía hacer yo. Y se me ocurrió una idea: cada vez que estoy conduciendo y tengo preferencia de paso, me detengo y cedo el paso a la otra persona. Me cuesta cinco segundos. Pero pude ver cómo este pequeño gesto hacía reaccionar las caras de la gente, aliviaba un poco el dolor de mi hermano o hermana.
Todo en nosotros se resiste a la guerra y a la muerte.... Todo en nosotros aspira a la vida y a la belleza.»[20]
La esperanza de la Pascua
¿Dónde estoy en este momento? ¿Al pie de la cruz el Viernes Santo? ¿En la alegría del Domingo de Resurrección? ¿O esperando, sin saber a dónde dirigirme, como el Sábado Santo?
Dondequiera que esté, ¿puedo intuir que se entreabre ante mí un camino de esperanza? Se abre ante mí cuando miro a Jesús, que dio su vida por amor a todos, que nos mostró un amor más fuerte que todos los poderes de la violencia, del odio y la muerte.
La esperanza no se basa en un análisis de la situación, sino en lo que es a menudo una vacilante llama de confianza. Aunque frágil, esta llama arde en la noche más profunda, como lo hizo para los amigos de Jesús. Muchos de ellos le habían abandonado en el momento de su mayor prueba. Su amor les permitió regresar.
¡Ojalá pudiéramos reconocer a Jesús resucitado! Pero su presencia no depende de nuestro reconocimiento. Nuestra desesperación a veces nos ciega, como cegó a María Magdalena. Jesús resucitado preguntó a María: «¿Por qué lloras?» y «¿A quién buscas?» (Juan 20, 15). Esta segunda pregunta es un eco de sus primeras palabras en el Evangelio según San Juan: «¿Qué buscáis?» (Juan 1, 38). Desde que Jesús entró en el dolor más profundo y la muerte de la humanidad, la búsqueda de sentido se revela como el deseo de una presencia[21].
Resucitado de entre los muertos, vivo en Dios, Jesús nos atrae hacia sí[22]. Nos encuentra en lo más profundo de nuestro ser, estemos llenos de tristeza o de alegría, Jesús resucitado nos abre a su relación con el Padre y a la comunión en el Espíritu Santo. Ya no somos prisioneros de nuestra desesperación; una vida nueva es posible.
Pablo escribe: «Esta esperanza no nos defrauda, porque Dios ha derramado su amor en nuestros corazones por medio del Espíritu Santo que se nos ha dado». (Romanos 5, 5). Vivamos de este amor. ¡Que el Espíritu Santo nos guíe siempre!
Peregrinos de esperanza, peregrinos de paz
La fe en la resurrección ha permitido a muchas personas sostenerse en la esperanza en medio de la angustia. Es una fuente que nos lleva a superar nuestras propias imposibilidades, a dejar que nuestro corazón vaya hacia los demás y a actuar.
La fe en la resurrección de Jesús exige mucha valentía y audacia. Implica un esfuerzo para no dejarnos paralizar por la presencia de la muerte y la destrucción que hoy nos rodean.
A partir de situaciones que pueden parecer desesperadas, Dios puede crear algo nuevo. Dios puede hacer surgir vida de la muerte e incluso la reconciliación de un conflicto.
Las mujeres, amigas de Jesús, que acudieron temprano en la mañana de Pascua al sepulcro de Jesús, se preguntaban: «¿Quién nos removerá la piedra de la entrada del sepulcro?» (Marco 16, 3) ¿Cuáles son las piedras de nuestra propia vida que deberíamos pedir a Dios que quite para que pueda nacer en nosotros una vida nueva?
Esta vida nueva nos ayuda a ponernos en pie, nos lleva a caminar con los demás. Nos convertimos en los peregrinos de la esperanza que llevamos dentro. ¿No es también una esperanza de paz? Porque «Cristo es nuestra paz» (Efesios 2, 14). Le oiremos decirnos: «La paz os dejo, mi paz os doy.[23] No os la doy como la da el mundo. No os inquietéis, no tengáis miedo». (Juan 14, 27-28)
Como peregrinos de la paz[24], comprendemos que no hay verdadera paz sin justicia[25]. La paz que llevamos dentro, que procede de la esperanza de la que vivimos, nos libera interiormente. Nos capacita para amar la vida y resistir la injusticia, perseverando bajo el impulso del Espíritu Santo.
Un día nos descubriremos rezando el cántico de Zacarías. Anciano en un país ocupado, se alegró ante un nacimiento inesperado y lo celebró: «Gracias a la ternura y al amor de nuestro Dios, la estrella de lo alto viene a visitarnos, para iluminar a los que habitan en tinieblas y en sombra de muerte, para guiar nuestros pasos por el camino de la paz». (Lucas 1, 78-79).
¿Estamos preparados para esperar más allá de toda esperanza?
Cristo resucitado, por la presencia del Espíritu Santo has derramado el amor de Dios en nuestros corazones y nos has dado una esperanza más allá de toda esperanza. Y de nuestras profundidades, poco a poco, emerge una paz que nos sorprende. ¡Alabado seas!
[1] En mayo de 2024, con dos de mis hermanos, viajamos como peregrinos a través de una Ucrania devastada por la guerra. Durante el verano, acogimos en Taizé a jóvenes de Myanmar, Nicaragua y Ucrania. En otoño, mantuve conversaciones en línea con jóvenes de estos países, así como de Belén y el Líbano, mientras que cuatro de mis hermanos regresaban a Ucrania, visitando el país de este a oeste.
[2] «No puede haber esperanza sin la experiencia previa de una ausencia total de horizonte, que es como la noche en pleno día y obliga tanto a los individuos como a los pueblos a despojarse de sus ilusiones». (Corine Pelluchon en L'espérance, ou la traversée de l'impossible, Éditions Payot & Rivages, París, 2023, p.8)
[3] «La esperanza es la respuesta humana al silencio de Dios» (Jacques Ellul, citado por Anne Lécu en www.revue-etudes.com/article/esperer/24779)
[4] En un comentario a Dt 4,31, Gustavo Gutiérrez escribe: «‘Dios no olvidará la alianza’; la lealtad es en primer lugar memoria. Ser fiel es recordar, no olvidar nuestros compromisos, tener sentido de la tradición. La fidelidad a la alianza supone el recuerdo de las fuentes del pacto y de sus exigencias. (…) Pero la verdadera fidelidad implica más que eso; ella requiere también, y esto parece menos claro a primera vista, proyección al futuro. Tener memoria no es quedar fijado al pasado. Recordar el ayer es importante; pero lo es porque nos ayuda a apostar al mañana (…). La fidelidad no consiste en recorrer sin iniciativa senderos trillados sino en renovarlos permanentemente; ella nos conduce —nos debe conducir — a innovar, a cambiar, a diseñar nuevos proyectos.» (Gustavo Gutiérrez, El Dios de la vida, Ediciones Sígueme, Salamanca, 1992, pp. 82-83).
[5] En mis conversaciones con jóvenes que viven en situaciones de guerra, muchos de ellos hablaron de la importancia del canto como fuente de alegría y fuerza. Esta Carta se publicará en el encuentro europeo de 2024-2025 en Tallinn. No olvidemos la «Revolución cantada» que tanto contribuyó a que Estonia recuperara pacíficamente su independencia en 1991. La gente salió a la calle cantando para hacer frente a la amenaza que les confrontaba.
[6] Una persona con la que uno de nuestros hermanos se encontró durante una peregrinación le dijo: «Una cólera creativa me habita». Esta fuerza la impulsaba a querer dar al menos un pequeño paso para cambiar la situación actual.
[7] «Del starets [Silvano], él [Sofronio Sájarov] aprendió muchas cosas que serían fundamentales para su vida espiritual. Destacan dos: cómo afrontar el sentimiento de abandono cuando todo lo que se experimenta en la oración es, en lugar de Dios, un vacío desolador y cómo afrontar la angustia que acompaña a toda oración intensa por el mundo que sufre. El primer punto recibió un sentido gracias al concepto de abandono de Dios que Sájarov desarrollaría más tarde, y el segundo, gracias al mandato revelado al starets en la oración y comunicado por él a su discípulo: ‘Mantén tu espíritu en el infierno y no desesperes’». (Norman Russell, Theosis and Religion, Cambridge University Press, 2024, p. 169)
[8] Ver Marcos 2, 1-12. Observa la fuerza de la esperanza en los amigos del hombre que superaron todos los obstáculos, excavando a través del tejado de la casa para tratar de ayudarlo y llevarlo a Jesús.
[9] El verbo griego σπλαγχνίζομαι (splanjnízomai) tiene mucha fuerza emocional. Indica una respuesta cálida y compasiva a una necesidad. Es difícil traducirlo: compasión, piedad y empatía comunican algo de su significado. Pero «su corazón fue llevado hacia» quizá exprese mejor la reacción instintiva que implica el verbo. En Mateo (cfr. 14,14; 15,32; 18,27; 20,34), el verbo se refiere no sólo a una emoción o un sentimiento, sino que indica también una respuesta práctica a una necesidad. En este caso, Jesús cura a los enfermos y luego da de comer a la multitud. La emoción se traduce en una acción bienhechora y eficaz. Este verbo es como un resumen del Evangelio en una sola palabra.
[10] Cfr. 1 Timoteo 4, 10: «Pues si nos fatigamos y luchamos, es porque hemos puesto nuestra esperanza en el Dios vivo, que es el Salvador de todo ser humano, especialmente de los que creen.»
[11] Cfr. Hebreos 6, 19
[12] Cfr. 1 Tesalonicenses 5, 8
[13] El Sínodo sobre la sinodalidad ha permitido a la Iglesia católica reconocer y valorar la diversidad que ya existe en su seno. Los delegados de otras Iglesias han desempeñado un papel importante en este Sínodo. ¿No es esto una nueva esperanza para la vocación ecuménica en el camino hacia la unidad de todos los que aman a Cristo?
[14] Taizé se fundó en tiempos de guerra. La «parábola de comunión» que nos esforzamos por vivir como hermanos de diferentes iglesias, países, culturas y edades necesita un cuidado constante para ser un signo de esperanza frente a las divisiones de la familia humana.
[15] Cfr. Romanos 8, 21-23
[16] Ante el reto del cambio climático y la pérdida de la biodiversidad, ¿cómo podemos cuidar mejor nuestra casa común, donde todo está interconectado?
[17] En nuestra Comunidad de Taizé, continuamos el trabajo de establecer la verdad sobre las acusaciones de abusos y agresiones hechas contra algunos hermanos. La valentía de los que han sufrido y hablado nos debe animar a buscar cada vez más aprender de ellos. Muy a menudo, buscan una y otra vez una nueva esperanza y una nueva vida. Nos motivan a hacer todo lo posible (ver www.taize.fr/protection) para que los encuentros, en Taizé y en otros lugares, sean seguros para todos y también para aumentar la conciencia de este problema. Agradecemos también el trabajo de la «Comisión de reconocimiento y reparación» (ver www.reconnaissancereparation.org) por la escucha a las víctimas y su mediación.
[18] «Creo que la esperanza está ligada a la verdad. Hasta que no acepté la perspectiva de la muerte, no podía tener esperanza. Esto se aplica a todas las situaciones. Como cristianos, podemos tener tendencia a huir de las situaciones que nos desesperan — políticamente, ecológicamente, humanamente... Es normal que nos repugnen, pero me parece que la esperanza nos anima a estar precisamente ahí, en el realismo de esas situaciones, a mirarlas con verdad. Georges Bernanos habla mucho de la esperanza como virtud heroica. Es una virtud que nos impulsa a la acción, a no huir, a luchar por lo que sabemos o creemos que es bueno. La esperanza nos conduce hacia la promesa de Dios». (Clémence Pasquier, entrevista de Clémence Houdaille, La Croix, 11 de octubre de 2024)
[19] En la lengua kikuyu (gĩkũyũ), uno de los atributos de Dios es «digno de esperanza»: Dios es aquel en quien podemos depositar nuestra esperanza. Mwĩhoko - esperanza; wĩhokeku - la cualidad de ser digno de esperanza; mwĩhokeku - digno de esperanza. Por lo tanto: Ngai nĩ mwĩhokeku - Dios es digno de esperanza.
[20] «Si la esperanza significa tomarles la medida a los peligros actuales, también nos enseña a habitar el presente y a creer en el futuro, sin demorarnos en el pasado y abandonando todo resentimiento. Es, en fin, lo que nuestra alma anhela y cuya ausencia nos amarga o violenta. Como el amor en el Cantar de los Cantares, la esperanza devuelve la vida a nuestros cuerpos que el deseo había desertado». (Corine Pelluchon en L'espérance, ou la traversée de l'impossible, Éditions Payot & Rivages, París, 2023, p.13-14)
[21] «Es precisamente la persona en la cruz, que sufre como nosotros, reducida a la nada, la que ilumina nuestra trágica existencia humana.... No vemos a Jesús como un mero ejemplo a seguir, ni tratamos de idolatrarlo. Vemos a Jesús como Dios que toma forma humana, sufre y llora con nosotros». (Kwok Pui Lan, teóloga de Hong Kong, God Weeps with Our Pain, en New Eyes for Reading: Biblical and Theological Reflections by Women from the Third World, ed. John S. Pobee y Barbel von Wartenberg-Potter, Meyer Stone Books, Bloomington, IN, 1987, p. 92)
[22] Cfr Juan 12, 32
[23] «‘Mi paz os dejo, mi paz os doy’ (Juan 14, 27). Lo propio de quien es perfecto es no dejarse conmover fácilmente por las cosas del mundo, turbarse por el miedo, agitarse por la sospecha, estremecerse por el terror, inquietarse por el dolor, sino mantenerse firme en la calma de la fe, como en una orilla firme y muy segura, frente a un diluvio amenazador y a las tempestades del mundo. Esta firmeza es la que Cristo infundió en la mente de los cristianos, infundiéndoles la paz interior que se concede a quienes han atravesado las pruebas». (Ambrosio de Milán, Tratado III, Sobre Jacob y la vida bienaventurada 6, 28, citado en Soyons l'âme du monde, Les Presses de Taizé, 1998 y 2025, p.109)
[24] Ver www.taize.fr/pilgrims-of-peace
[25] Ver Salmo 85, 10: «El amor y la verdad se encuentran, la justicia y la paz se besan.»