A mediados del siglo XX apareció un hombre llamado Juan, nacido en una humilde familia de campesinos del norte de Italia. Al anunciar un concilio, este hombre anciano, Juan XXIII, pronunció unas palabras de gran transparencia. Palabras de luz que pueden transformar y hasta transfigurar la comunión de amor que es la Iglesia: «No intentaremos saber quién se equivocó, ni quién tuvo razón, diremos solamente: ¡reconciliémonos!»

En nuestro último encuentro con él, estuvimos tres hermanos de nuestra comunidad. Nos dimos cuenta del profundo deseo que tenía de que permaneciéramos tranquilos sobre el futuro de nuestra vocación. Y, haciendo gestos circulares con sus manos, precisó: «La Iglesia está formada por círculos concéntricos cada vez más grandes. ¡Para qué preocuparnos si lo esencial ya se ha cumplido desde el momento en que avanzamos con la paz del corazón!»