Dietrich Bonhoeffer, joven pastor, símbolo de la resistencia alemana contra el nazismo, es uno de los que pueden apoyarnos en nuestro camino de fe. Él, que en las horas más sombrías del siglo XX, dio su vida hasta el martirio, escribía en la cárcel estas palabras que cantamos ahora en Taizé: «Dios, reúne mis pensamientos hacia ti. Junto a ti está la luz, tú no me olvidas. Junto a ti, el auxilio, junto a ti la paciencia. No comprendo tus sendas, pero tú conoces el camino para mí.»
Lo que impacta en Bonhoeffer es su semejanza con los Padres de la Iglesia, los pensadores cristianos de los primeros siglos. Los Padres de la Iglesia llevaron a cabo su trabajo a partir de la búsqueda de una unidad de vida. Eran capaces de reflexiones intelectuales extremadamente profundas, pero al mismo tiempo oraban mucho y estaban plenamente integrados en la vida de la Iglesia de su tiempo. Encontramos esto en Bonhoeffer. Intelectualmente era casi un superdotado. Pero, al mismo tiempo, este hombre oró mucho, meditó la Escritura todos los días, hasta los últimos momentos de su vida. Como dijo Gregorio Magno en una ocasión, la comprendía como una carta que Dios le había enviado. Aunque procedía de una familia donde los hombres – su padre, sus hermanos – eran prácticamente agnósticos. Su Iglesia, la Iglesia protestante de Alemania, le había decepcionado mucho en el momento del nazismo, lo que le produjo mucho sufrimiento, Bonhoeffer vivió plenamente en la Iglesia, a pesar de todo.
Quisiera mencionar tres obras suyas:
Su tesis doctoral, Sanctorum Communio, tiene algo excepcional para la época: un joven estudiante de 21 años escribe una reflexión dogmática sobre la sociología de la Iglesia a partir de Cristo. Reflexionar a partir de Cristo sobre lo que la Iglesia debería ser, parecía incongruente. Mucho más que una institución, para Bonhoeffer, la Iglesia es Cristo que existe bajo forma de Iglesia. Cristo no está un poco presente a través de la Iglesia, no; existe hoy para nosotros bajo forma de Iglesia. Esto es completamente fiel a la línea de san Pablo. Es Cristo el que asume nuestra suerte, el que ha tomado nuestro lugar. Así Cristo es la ley fundamental de la Iglesia: tomar el lugar de quienes han sido excluidos, de quienes se encuentran fuera, como Jesús hizo en el transcurso de su ministerio y ya en el momento de su bautismo. Resulta sorprendente ver cómo este libro habla de la intercesión; es como la sangre que circula en el Cuerpo de Cristo. Para expresarlo, Bonhoeffer se apoya en los teólogos ortodoxos. Habla también de la confesión, que ya no estaba prácticamente en uso en las Iglesias protestantes. Imaginadlo: un joven de 21 años afirmando que es posible que un ministro de la Iglesia nos diga: «Se te perdonan tus pecados» y afirmando que ello forma parte de la Iglesia: ¡qué novedad en su contexto!
El segundo escrito es un libro que redactó cuando fue llamado a ser director de un seminario para los estudiantes de teología que pensaban en un ministerio en la Iglesia confesante, hombres que debían prepararse para una vida muy dura. Casi todos tuvieron que enfrentarse a la Gestapo, algunos fueron encarcelados. En alemán el título es muy breve: Nachfolge, «seguir». Esta palabra lo dice todo del libro. ¿Cómo tomar en serio lo que Jesús expresó, cómo no ponerlo de lado como si sus palabras fueran para otros tiempos? El libro lo dice: seguir no tiene contenido. Nos hubiera gustado que Jesús tuviera un programa. Y, sin embargo, ¡no! Siguiéndole, todo depende de la relación con él: es él quien va delante y nosotros lo seguimos.
Para Bonhoeffer, seguir quiere decir reconocer que si Jesús es verdaderamente lo que dijo de sí mismo, él tiene derecho a todo en nuestra vida. Es el «mediador». Ninguna relación humana puede prevalecer contra él. Bonhoeffer cita las palabras de Cristo llamando a dejar a sus padres, la familia, todos sus bienes. Esto da un poco de miedo hoy, y se le ha podido reprochar a este libro: ¿No da Bonhoeffer una imagen demasiado autoritaria de Cristo? Sin embargo, leemos en el Evangelio hasta qué punto la gente estaba asombrada por la autoridad con la que enseñaba Jesús y con la que echaba los malos espíritus. Hay una autoridad en Jesús. Él mismo, sin embargo, se define, contrariamente a los fariseos, como manso y humilde de corazón, es decir, probado él mismo, y por debajo de nosotros. Así se presentó siempre y detrás de esta humildad está la verdadera autoridad.
Todo este libro está estructurado de esa manera: escuchar con fe y poner en práctica. Si escuchamos con fe, si nos damos cuenta de que es él, Cristo, quien habla, no puedo más que poner en práctica lo que dice. Si la fe se detuviera ante la puesta en práctica, ya no sería fe. Pondría un límite al Cristo que escuchamos. Claro, bajo la pluma de Bonhoeffer, esto puede parecer tal vez demasiado fuerte, ¿pero no necesita la Iglesia escucharlo de nuevo una y otra vez? Una escucha simple. Una escucha directa, inmediata, que cree que es posible vivir lo que Cristo pide.
El tercer escrito son las famosas cartas desde la cárcel, Resistencia y sumisión. En un mundo donde percibe que Dios ya no es reconocido, en un mundo sin Dios, Bonhoeffer se plantea la siguiente pregunta: ¿cómo hablaremos de Él? ¿Intentaremos crear ámbitos de cultura cristiana, profundizando en el pasado, con cierta nostalgia? ¿Intentaremos provocar necesidades religiosas en gente que aparentemente no tiene ninguna? Podemos decir que hoy aumenta el interés religioso, pero a menudo no es más que para dar un barniz religioso a la vida. Sería falso por nuestra parte crear explícitamente una situación en la que la gente tuviera necesidad de Dios.
¿Cómo hablaremos entonces de Cristo hoy? Bonhoeffer responde: a través de nuestra vida. Es impresionante ver cómo describe el futuro a su ahijado: «Llegará el día en que quizá será imposible hablar abiertamente; pero rezaremos, haremos lo que es justo. Y llegará el tiempo de Dios». Bonhoeffer cree que el lenguaje necesario nos será dado por la vida. Todos podemos sentir hoy, incluso respecto a quienes están más cerca de nosotros, una gran dificultad para hablar de la redención por Cristo, de la vida después de la muerte o, más aún, de la Trinidad. Todo eso se encuentra tan lejos para la gente que, en cierto sentido, ya no necesita de Dios. ¿Cómo tener la confianza de que, si nuestras vidas están enraizadas en Dios, el lenguaje nos será dado? No nos será dado si disminuimos el Evangelio. No, el lenguaje nos será dado si vivimos verdaderamente de él.
En sus cartas, como en el libro sobre seguir a Cristo, todo se termina de una manera casi mística. Es algo que no le habría gustado, pero cuando se trata de estar con Dios sin Dios, pensamos en san Juan de la Cruz o en santa Teresa de Lisieux en esa durísima fase que atravesó al final de su vida. Es lo que quería Bonhoeffer: permanecer con Dios sin Dios. Atreverse a seguir al lado de Él cuando es rehusado, rechazado. Esto da cierta gravedad a todo lo que ha escrito. Sin embargo, hay que saber que era optimista. Su visión del futuro tiene algo liberador para los cristianos. Tenía confianza; la palabra confianza se repite muy a menudo en sus cartas desde la cárcel.
En la cárcel, Bonhoeffer hubiera querido escribir un comentario del salmo 119, pero sólo llegó a la tercera estrofa. En ese Salmo un versículo resume claramente lo que Bonhoeffer vivió: Tú estás cerca, Señor, todo lo que tú ordenas es verdad. Dietrich Bonhoeffer vivió en esta certeza de que Cristo está realmente cerca, en todas las situaciones, incluso las más extremas. Tú estás cerca, Señor, todo lo que tú ordenas es verdad. Podemos creer que lo que tú ordenas no sólo es verdad, sino digno de nuestra total confianza.
Por el hermano François, de Taizé