Hermano Alois, Valencia, lunes noche 28 diciembre 2015
Para todos nosotros y nosotras, es una profunda alegría haber llegado aquí y estar todos juntos en esta hermosa ciudad, Valencia. Gracias a todos los que nos acogen. Esta noche, querría darles las gracias (en valenciano): Muchas gracias a los jóvenes y a los no tan jóvenes de la ciudad y de la provincia, a las familias y a las parroquias, estamos conmovidos por el calor de vuestros corazones.
El sábado llegué aquí directamente desde Siria, donde pasé la Navidad. Los días anteriores estuve en el Líbano, donde me reuní con dos de mis hermanos que están allí desde hace dos meses. Oriente Medio no está lejos de nosotros y lo que sucede allí tiene repercusiones sobre nosotros en Europa.
Todas las personas que he conocido en Siria me han dicho: « Orad por nosotros ». Escuchemos su petición y confiemos a Dios a aquellos que sufren por la violencia en Oriente Medio. Llevemos en nuestro corazón las dolorosas preguntas que se plantean: ¿Por qué toda esta violencia? ¿Dónde está Dios?
Pasé la Navidad en la ciudad siria de Homs. El grado de destrucción es inimaginable. Una gran parte de la ciudad está en ruinas. Es una ciudad fantasma. Algunas familias comienzan a regresar a ella y tratan de reinstalarse entre esas ruinas, sin agua ni electricidad.
En el centro de Homs, frente a los escombros de la catedral greco-católica, los feligreses celebraron una fiesta de Navidad para los niños. Algunos jóvenes habían preparado regalos. Los niños cantaron. Pocas veces he vivido una fiesta de Navidad en la que el mensaje de paz del Evangelio se sintiera con tanta intensidad.
En Navidad, recordamos que Jesús vino para dar testimonio de la misericordia infinita de Dios. La violencia se desencadenó contra él, pero nada pudo vencer a su amor.
Hoy, en toda la tierra, nuevas formas de sufrimiento, migratorio, ecológico, social, interpelan a los creyentes de las diferentes religiones, y a los no creyentes, y reclaman nuevas solidaridades.
Sin perder lucidez, pero resistiéndonos al miedo, quisiéramos pedir a Dios: muéstranos cómo podemos colaborar, sin esperar más, en lo cercano y en lo lejano, para que tu paz resplandezca sobre la humanidad y toda la creación.
¿Qué podemos hacer frente a los conflictos? Cuando ya han estallado, a menudo es demasiado tarde. La espiral de odio y venganza es extremadamente difícil de detener. Las heridas son demasiado profundas como para que los corazones puedan encontrar la paz.
¿Cómo abrir mejor nuestros ojos a cómo se gestan los conflictos? Son los corazones los que necesitan cambiar. La paz debe brotar de una fuente profunda. Esta fuente se encuentra en la paz que Dios nos comunica. Sí, la paz en el mundo comienza en los corazones.
Para convertirnos en hombres y mujeres de paz necesitamos valentía. Es la valentía del Evangelio, la valentía de la misericordia, la que nos impulsa a abrir nuestro corazón a todo ser humano, incondicionalmente.
Durante estos días en Valencia, y durante todo este próximo año, buscaremos juntos cómo despertar en nosotros la valentía de la misericordia. Para ello se plantean cinco propuestas concretas, dirigidas a todos nosotros. Se encuentran en el cuadernillo que habéis recibido.
Mañana reflexionaréis juntos sobre la primera propuesta, la que nos lleva hacia la fuente: ¿cómo confiarnos al Dios que es misericordia? En la parábola de Jesús que hemos leído esta noche, primero el hijo se aleja de su padre, pero después regresa junto a él, se confía a él, y descubre en la acogida de su padre una imagen de la misericordia ilimitada de Dios. Ahí se encuentra nuestra fuente.
Hermano Alois, Valencia, martes noche 29 diciembre de 2015
Al inicio de la oración:
Llevaban mucho tiempo invitándonos a celebrar un encuentro europeo en Valencia. El año pasado, al anunciar que ese encuentro por fin tendría lugar este año, les dije a los jóvenes españoles: sois hijas e hijos espirituales de Teresa de Ávila, cuyo 500º aniversario estamos celebrando, y también de Juan de la Cruz. Ellos renovaron la vida mística en España. A su vez, vuestra generación está llamada a encender en vuestro país el fuego de una fe renovada.
Nos gusta mucho haber venido a España a recibir ese fuego, y que así pueda extenderse por toda Europa. Nos gusta mucho estar en España y poder descubrir toda la riqueza de la diversidad de sus regiones. Gracias al arzobispo, nuestro apreciado cardenal Cañizares, y a toda la Iglesia de Valencia por acogernos tan bien. A continuación va a hablaros el cardenal y yo os dirigiré de nuevo unas palabras al final de la oración.
Al final de la oración:
Ayer por la noche os conté cómo viví la Navidad en Siria. Antes de ir a Siria, estuve en el Líbano. El Líbano está inundado de refugiados: cerca de dos millones de refugiados, en un país de cuatro millones de habitantes.
En el valle de la Bekaa, visitamos algunos campamentos. Al igual que en Siria, me impresionó la preocupación que todos sienten por los niños. En uno de los campamentos, los refugiados han creado ellos mismos escuelas improvisadas, también para los más pequeños. Les escuché decir muchas veces que la educación de los niños era prioritaria para ellos.
Otra de sus prioridades es convivir, con toda su diversidad. El Líbano nos envía este mensaje: es posible vivir juntos con religiones diferentes. El país está construido sobre ese respeto mutuo. Pese a haber atravesado duras pruebas, incluso tras una guerra civil, los libaneses siempre han regresado a este ideal. Oremos con ellos para que puedan continuar.
Hoy se os ha propuesto, a cada uno de vosotros, que os confiéis a la misericordia de Dios, manantial que brotará por siempre. Al consagrar el año que viene a buscar cómo vivir la misericordia, uniéndonos así al año de la misericordia convocado por el Papa Francisco, querríamos descubrir que la Iglesia es ante todo una comunidad de amor y de perdón. Profundizaréis en esto mañana por la mañana.
Por supuesto, nuestras comunidades, nuestras parroquias, nuestros grupos, en ocasiones están lejos de ser cómo querríamos. Pero el Espíritu Santo está presente en la Iglesia y nos hace avanzar en el camino del perdón.
La misericordia y la compasión son valores de Evangelio que pueden ofrecer una respuesta ante las pruebas que atraviesa nuestra sociedad, la misericordia y la compasión son capaces de desactivar esta espiral de violencia entre seres humanos. Muchos cristianos en todo el mundo dan su vida por la reconciliación y por la paz. En la historia de los cristianos, muchos mártires han exhortado a amar y a perdonar.
Perdonar es una palabra que no siempre pronunciamos con facilidad. Hay incluso situaciones en las que no podemos perdonar. Pero podemos al menos confiar a Cristo a aquellos que hacen daño y decir, como Él cuando estaba en la cruz: « Padre, perdónales, porque no saben lo que hacen ».
Para que la Iglesia sea cada vez más una comunidad de amor y de reconciliación, nosotros, los cristianos, debemos encontrar urgentemente una respuesta a esta pregunta: ¿cómo mostrar que la unidad, respetando al mismo tiempo el pluralismo, es posible?
Para avanzar hacia una reconciliación de los cristianos, es esencial que nos conozcamos mejor unos a otros, no solo en occidente, sino también los cristianos de oriente y de occidente. Por esta razón, en numerosas ocasiones, con algunos hermanos y jóvenes de diversos países, hemos ido en peregrinación a Estambul, Moscú, Minsk, Kiev y Leópolis.
Estas peregrinaciones han sido tan positivas que el año que viene haremos una visita similar, esta vez a Rumanía. El Patriarca Daniel ha dado su conformidad para que, del 28 de abril al 1 de mayo de 2016, con 150 jóvenes, podamos ir a participar en las celebraciones de la Pascua Ortodoxa en Bucarest.
¿Sabemos que, como cristianos, se nos ha dado un don específico, preparar los caminos de paz y de confianza en la tierra? Somos el Cuerpo de Cristo, y la comunión entre aquellos que siguen a Cristo puede convertirse, en el seno de la humanidad, en signo creíble de reconciliación.
Hermano Alois, Valencia, miércoles noche 30 diciembre 2015
Haber pasado la Navidad en Siria me ha permitido comprender mejor hasta qué punto resulta duro, para toda la población de este país, saber que las zonas de combate nunca están muy lejos. Las personas se han habituado a oír el sonido de las bombas.
Querría traer hasta vosotros esta noche las palabras más elocuentes que escuché en Siria. Vienen de un joven. Me dijo: « Decid en Europa, decid en el encuentro de Valencia, que en Siria la mayoría de las personas han vivido juntas desde siempre, y quieren seguir viviendo juntas, con religiones diferentes ».
Y este joven sirio concluyó con tristeza: « Pero nuestra voz no se oye. Solo se oye el estruendo de las armas, que es más fuerte ».
Frente a la violencia, donde quiera que se produzca, algunos llegan a preguntarse: ¿dónde está Dios? Dios está ahí mismo, Dios sufre junto con las víctimas. Nos corresponde a nosotros, con la compasión y la misericordia, dar testimonio de ello.
A veces nos dejamos hipnotizar por el miedo. Resistirnos a él no significa que el miedo deba desaparecer, sino que no debemos permitir que nos paralice.
Restaurar la fraternidad entre los seres humanos es el único camino para preparar un futuro de paz. No debemos permitir que el rechazo al otro se introduzca en nuestros corazones, porque este rechazo es la semilla de la barbarie.
La fraternidad es el camino abierto por Jesús, nos habla de ella en la parábola del Buen Samaritano que acabamos de leer, y está representada en el icono de la misericordia que tenemos ante nosotros.
Nosotros los cristianos formamos juntos la Iglesia visible, pero creemos que el Evangelio crea una comunión más amplia: en el corazón de Dios, todos los seres humanos forman una sola familia. ¿Hemos aceptado plenamente el pluralismo de esta familia humana? Si no, no podremos instar a una fraternidad universal.
Mañana, reflexionaréis sobre cómo ensanchar la misericordia a sus dimensiones sociales: ¿cómo ir más allá del miedo al extranjero, a las diferencias culturales, cómo contribuir a moldear este nuevo rostro que las migraciones dan a nuestras sociedades?
Acogiendo en Taizé, semana tras semana, a jóvenes de todas las procedencias, animando una « peregrinación de confianza a través de la tierra » con encuentros en todos los continentes, estamos intentando vivir esta fraternidad universal que prepara la paz.
El verano próximo, después de las semanas de encuentros en Taizé, tendrá lugar un encuentro en África. Será muy importante escuchar lo que el Espíritu Santo nos está diciendo a través de las jóvenes generaciones africanas, tan intensamente vitales. Del 31 de agosto al 4 de septiembre, algunos miles de jóvenes de África occidental – y los jóvenes de otros continentes también están invitados - se reunirán en Cotonú, en Benín. Damos una cálida bienvenida a dos capellanes de jóvenes, uno católico y otro protestante, de Benín, que nos acompañan hoy.
Y, a finales de 2016, tendrá lugar el 39º encuentro europeo de jóvenes.
Hermano Alois, Valencia, jueves noche 31 diciembre 2015
¡Hemos recibido una acogida tan generosa en Valencia! Me gustaría dar las gracias a las familias, a las parroquias, a los representantes de las Iglesias, a las personas que trabajan en la administración de la ciudad, de la Comunitat Valenciana y del Estado, ya que todos ellos han hecho posible el excelente desarrollo de nuestro encuentro.
Cada noche, os he hablado de Siria, y muchos se preguntan: ¿qué podemos hacer ante a la violencia? La respuesta la escuché allí mismo: lo que podemos hacer es expresar que Dios no quiere la violencia, sino que Dios es amor. No solo con las palabras sino con nuestras vidas.
Mostremos que la Iglesia es una comunidad de amor, estando abiertos a las personas que nos rodean, practicando la hospitalidad, defendiendo a los oprimidos, compartiendo lo que tenemos.
Para infundir más fraternidad en nuestras sociedades, hay signos de esperanza que nos alientan. Como el signo que nos ofrecen las iniciativas, cada vez más numerosas, de compartir con otros, por ejemplo con quienes atraviesan la dura prueba del desempleo, o con las personas migrantes.
En Taizé, estamos muy felices por haber podido acoger recientemente en la colina a una familia cristiana de Irak. Están aquí en Valencia con nosotros.
Acogemos también a once jóvenes migrantes musulmanes, sudaneses y afganos. Durante una comida, nos dijeron que condenaban a los que utilizan el Islam para cometer atrocidades.
Un sencillo contacto, como este, con personas musulmanas, cambia nuestra mirada. Como cristianos, quisiéramos descubrir cómo Dios está presente también en otras religiones. Y, junto con ellas, debemos afirmar que es imposible justificar la violencia en nombre de Dios.
Otro signo de esperanza: numerosas personas son conscientes de que la fraternidad y la misericordia deben extenderse a nuestro maravilloso planeta, a toda la creación. La tierra es nuestra casa común. Nuestra solidaridad con toda la creación es también un modo de buscar la paz.
La explotación de las riquezas de la tierra sin tener en cuenta la solidaridad con las generaciones futuras es una injusticia y un egoísmo. Cada uno de nosotros puede contribuir a crear un futuro de paz, compartiendo, eligiendo un estilo de vida sobrio.
Y perseveremos en la oración por la paz. ¿Podríamos, cada domingo por la noche, pasar media hora en silencio en una iglesia? Media hora consagrada, por una parte, a confiar a Dios a los países y las personas que sufren la violencia, y por otra parte a acoger en nuestro interior la paz de Cristo.
Quisiéramos que nuestra peregrinación durante estos días participara en la construcción de Europa, con toda su bella diversidad, en estos momentos en los que la duda corre el riesgo de instalarse: una Europa en la que los pueblos sean más solidarios unos con otros, una Europa más solidaria con los otros continentes.
Este año, los hermanos de la comunidad quisiéramos vivir un signo nuevo de esta solidaridad entre los continentes. A partir de febrero, dos hermanos van a ir a Cuba y a constituir allí una pequeña fraternidad para acoger y compartir. Estoy profundamente contento de anunciar esto aquí, dado que España siempre ha sentido a Cuba muy cercana.
De vuelta a casa, todos nosotros quisiéramos ser testigos de paz a nuestro alrededor. Recordémoslo: cada una de nuestras vidas puede convertirse en una pequeña luz de paz que brilla en las tinieblas, incluso si la llama parece a veces vacilante.
Por su misteriosa presencia, Cristo, el Resucitado, nos acompaña. Humildemente, nos pregunta como a Pedro en el Evangelio: « ¿Me amas? ». Y, como Pedro, quisiéramos responderle: « Tú lo sabes todo, sabes que te amo ».