Jueves 29 de diciembre de 2022
Pastora Anja Neu-Illg, Bautista (Mt 2,1-2.7-12)
Otro camino
Queridos amigos en la fe:
Estoy muy contenta de que nos estéis visitando aquí en Rostock—con vuestros dones. A través de vuestros propios tesoros os hacéis también visibles. Aquí frente a vosotros veis dos imágenes del Altar de Rostock de los Tres Reyes. Es la obra de arte medieval más significativa en nuestra ciudad de 800 años y nos muestra su visión más antigua.
Quisiéramos contemplar con vosotros la historia de los tres sabios de Oriente a través de las lentes de un artista desconocido. Dio a Belén la apariencia de la ciudad de Rostock. En primer lugar, mirad aquí a la derecha de la pintura.
Vemos el comienzo del viaje a casa de los Tres Reyes en un barco de vela, un tipo de nave llamado «coca». En la Edad Media, cuando una coca como esta aparecía en el horizonte, podía significar una de dos cosas: comercio o guerra. Pero este barco está navegando otro tipo de singladura. No está cargado de mercancía ni de arreos para la guerra. Parte de un puerto seguro con las velas hinchadas. ¿Qué lleva?
Reyes pobres. Los reyes que viajan hacia casa están agitados como el agua del puerto de la ciudad, que aquí parece estar abierto al mar. Tuvieron un sueño: no regreséis a Herodes. No podéis confiar en él. Encontrad un camino que le evite. Los reyes se miran unos a otros preguntándose: ¿Mereció la pena la aventura? ¿Fue buen idea dar todos nuestros tesoros a un niño pequeño llamado Jesús?
Porque los visitantes se marchan de la ciudad sin oro, sin incienso, sin mirra —lo han entregado todo. Si este es el comienzo del viaje a casa, entonces Belén es Rostock. Y eso tiene sentido: una nueva estrella se alza y por una vez la música no suena en una gran metrópolis, sino en una provincia en la periferia de la historia mundial, en Lüttenklein, que significa: Pequeño-menudo.
¿Qué se llevan a casa los visitantes de Belén-Lüttenklein? Una experiencia que no tiene precio, que ha sido captada a la izquierda de la pintura: la adoración del niño y la presentación de los regalos—todo en uno. El evangelista Mateo también lo expresa con una sola frase: «… y cayendo de rodillas lo adoraron; después, abriendo sus cofres, le ofrecieron regalos: oro…» (Mt 2,11).
El modo en que esto sucede, entregar y adorar como un único acto, se muestra en la imagen del rey más anciano, probablemente el más rico. Ha puesto su corona en el suelo. Arrodillado, entrega un tesoro de oro increíblemente valioso. Los dos más jóvenes están aún en pie, indecisos junto a él. ¿Qué está pasando? ¿Debemos hacer lo mismo? El bebé Jesús parece interesado en el oro.
Pero si miramos más de cerca, la mano izquierda del niño Jesús parece como si quisiera jugar y la derecha se alza para bendecir. El niño está interesado —como todos los bebés— en el rostro humano.
La mirada del viejo rey y la del niño se encuentran. Se miran el uno al otro en los ojos. Y en esa mirada, se abre un tesoro. El tesoro no está en el cofre. Es como si el niño estuviera diciendo: «Tú mismo eres el tesoro, viejo. Vete en paz». «Y se retiraron a su tierra por otro camino» (Mt 2,12). No se limitaron a marcharse. Se fueron por otro camino.
En el fondo: José. Apenas visible. Un hombre asombroso con una pala de estiércol en la mano. (En la reconstrucción, un cayado de pastor, a veces es difícil de distinguir). Está ocupado. No es un rey, ni un sabio, ni un astrónomo, ni de una tierra lejana. Es de aquí—sin un gran nombre—y tranquilamente observa lo que está sucediendo. Una vez más acoge a personas que le son extrañas al principio y cuya lengua no habla. Él también abre sus propios tesoros. Todo lo que tiene: su familia, su casa y su corazón. No necesita una corona, barco, camellos o un cofre lleno de oro para eso. Él mismo es también el tesoro.
Otro camino es posible—en un momento.
Mirad uno a otro con una mirada secretamente consciente del tesoro que lleváis.
Viernes 30 de diciembre de 2022
Reflexión de Joachim Gauck, ex-presidente de la República Federal de Alemania (2 Pedro 1, 16-19)
Queridos amigos de la Comunidad de Taizé,
Vengo de muy lejos.
No me refiero a la distancia entre Berlín y Rostock, que no es tanta. Sin embargo, vengo de otra época y para ustedes, para los jóvenes, el periodo que me influyó y me moldeó está en un pasado lejano, es una época remota.
La ciudad donde os reunís es mi ciudad natal. Nací aquí en 1940, durante la Segunda Guerra Mundial. En 1945, muchas partes de la ciudad estaban en ruinas y la gente estaba desorientada. No sólo los edificios estaban destruidos. Innumerables personas estaban física y emocionalmente exhaustas. Esta parte de Alemania se recuperó lentamente. A la oscuridad del periodo nazi le siguió una nueva oscuridad: en lugar de libertad, la gente se vio sometida a una nueva dictadura. También en mi familia viví lo que mucha gente en este país: se trataba a personas inocentes como si fueran culpables de un delito. Eran perseguidos, encarcelados, deportados. La ley estaba controlada por el régimen, mientras que los derechos civiles más o menos no existían. A pesar de todo, me quedé aquí, y había una razón para ello.
Mientras estudiaba, el mensaje cristiano se había convertido en algo importante para mí, pues buscaba alternativas intelectuales al comunismo represivo. De adulto, me convertí en pastor en esta ciudad. Durante un tiempo, fui pastor de jóvenes aquí en Rostock, siempre bajo la vigilancia de miembros maliciosos de nuestra policía secreta, la Stasi.
Durante ese tiempo, tuve mi primer contacto con jóvenes que se habían reunido con hermanos de Taizé. Entre los grupos de jóvenes de la Iglesia, en los años ochenta, crecía el deseo de oponerse de alguna manera a la dictadura. Los derechos humanos y la paz desempeñaban un papel importante, al igual que las cuestiones medioambientales. Descubrí un anhelo espiritual en algunos de estos jóvenes.
Sin mi intervención, surgieron de repente himnos, meditaciones y oraciones de Taizé. Pero no se trataba sólo de temas. En realidad, estos jóvenes buscaban un sentido más profundo de UNIÓN espiritual. En efecto, muchos necesitaban una fuerza interior para atreverse a emprender su propio camino, incluido su propio camino de fe, durante la dictadura.
En 1989, nuestros grupos eclesiales formaron el núcleo de manifestaciones de protesta en la mayoría de los lugares. Posteriormente, durante el otoño, se transformó en un amplio movimiento democrático. Al final, se convirtió en una revolución pacífica; el país pasó a ser una democracia. Poco después se produjo la reunificación de Alemania y, misteriosamente, el hombre que hoy tienen ante ustedes se convirtió en presidente federal.
El texto bíblico que estamos leyendo contiene la palabra «luz». Por algo he empezado hablándoles de mí: Soy uno de los que escaparon de la oscuridad.
Por eso me parece que «luz» es el mensaje clave de este texto.
El autor de la carta se refiere a una revelación sagrada que describe a Jesús como el hijo de Dios. Acabamos de celebrar la Navidad, la fiesta en la que los cristianos de todo el mundo conmemoran el nacimiento del hijo de Dios en Belén. El autor quiere que sus lectores entiendan que la encarnación de Dios debe tener un impacto en sus propias vidas: sus vidas tienen que cambiar, para mejor. Sus vidas deberán diferir de las vidas de aquellos que creen que es normal pasarlas en la injusticia y el pecado. Cuando alguien realmente empieza a seguir a Jesús, esto se traduce en «una luz que brilla en un lugar oscuro» (versículo 19 de nuestro texto).
Cuando decía al principio que venía de lejos, me refería a la dimensión del tiempo. Me remontaba a mi infancia. En el invierno de 1946/47 hacía frío y estaba oscuro debido a los continuos cortes de electricidad. De niño me asustaba la oscuridad. Pero entonces se encendía una vela. La luz era tenue, pero tenía un gran efecto. La habitación se había transformado y una sola vela había disipado todo temor.
La «luz» de nuestro texto me recuerda otro pasaje del Nuevo Testamento en el que se dice a los creyentes que son «hijos de la luz».
De nuevo miro a mi propia vida: recuerdo todo tipo de preocupaciones en el pasado, incluidos los miedos y la incertidumbre, ¡y tantas preguntas!
Con qué facilidad todo esto podría haberme conducido a un laberinto o haber convertido mi vida en una existencia encadenada. Pero eso no ocurrió. No porque tenga un carácter fuerte, sino porque conocí a «hijos de la luz» en cada etapa de mi vida en la que no sabía qué hacer. Eran hombres y mujeres adultos, y en uno o dos casos, jóvenes; estoy seguro de que ninguno de ellos se consideraba una luz en la oscuridad. Sin embargo, la existencia de estas personas en un momento en que me sentía especialmente presionado me permitió encontrar fuerzas renovadas, superar un miedo, emprender un nuevo camino.
No tenemos ni idea de lo que podemos significar para los demás. No tenéis ni idea de lo que significaréis para otros.
Puedo imaginar que vuestro encuentro, vuestra unión espiritual e intelectual, puede transformaros en individuos que sigan una luz en tiempos de oscuridad y puedan ser una luz para los demás.
Cuando hablé de los recuerdos de mi infancia con una vela en la habitación, probablemente a muchos de vosotros os vinieron a la mente imágenes de Ucrania. Allí la gente tiene que enfrentarse a la oscuridad y al frío porque un agresor maligno está bombardeando su país. ¿Dónde estarían las víctimas de la guerra sin el apoyo de quienes están a su lado?
Analicemos los problemas que actualmente centran la atención de los políticos y la sociedad civil:
¿será capaz la comunidad internacional de tomar las decisiones necesarias sobre la crisis climática?
¿Habrá un orden mundial más equitativo, o la opresión y la tiranía destruirán más sociedades?
¿Cómo protegemos la democracia de sus enemigos en nuestros países?
¿Cómo tratamos en Europa a las personas que han buscado refugio en nuestros países?
Incluso estas pocas preguntas muestran que nuestro mundo puede no tener futuro sin individuos preparados para utilizar sus habilidades y fortalezas para abordar los retos a los que nos enfrentamos, ya sea en distintas partes del mundo o a nuestras puertas.
Y puedo imaginar cómo una vida así, que tiene en cuenta a los demás, no sólo desarrolla luz e inspira a otras personas, sino que también hace que ellas mismas sean eminentemente valiosas y hermosas.
Señoras y señores, he estado examinando el término «luz» en nuestro pasaje de la Biblia a mi manera. Pero creo que está claro por qué lo he hecho.
Sin embargo, me gustaría concluir señalando que la palabra «luz» en nuestro texto quiere ser la palabra profética que asegura a los fieles que Dios mismo quiere estar entre nosotros a través del Jesús terrenal.
No quiero hacer ningún comentario teológico al respecto. Más bien quiero señalar algo que no sólo yo, sino innumerables personas han experimentado:
Hay palabras que no puedes decírtelas a ti mismo. Estas palabras tienen su propia cualidad, cambian vidas. Las personas que han experimentado el extraordinario impacto de tales palabras hablan de la Biblia como palabra de Dios. Y el autor de esta carta nos recuerda que somos nosotros los que necesitamos la palabra que no podemos darnos a nosotros mismos.
Este recordatorio también es útil para las personas que han vivido una larga vida. Por eso quiero tomármelas en serio una vez más.
No puedo bendecirme a mí mismo. Pido a mi prójimo, pido a Dios esta bendición y su promesa es que yo mismo puedo ser una bendición.
Y cuando miro ahora vuestro encuentro de Taizé, me imagino que no cantáis, rezáis y debatís para huir de este mundo, sino que vuestra búsqueda de lo que el mundo no os puede dar fortalece vuestra fe, una fe que no desprecia este mundo, sino que quiere hacerlo mejor.
Sábado 31 de diciembre de 2022
Hermano Simón, de Taizé (Nehemías 5,6b–8b.10–12)
Al comienzo de la oración, escuchamos una lectura del libro bíblico de Nehemías. Esta historia se desarrolla en una época de reunificación. Algunas generaciones antes, parte de la población de Judea se vio obligada a emigrar y ahora es posible regresar.
Es una época un tanto desorganizada porque las personas y los tiempos han cambiado, pero también es una época de esperanza. La libertad permite renovar los vínculos y crear otros nuevos. Es un comienzo alegre y algo a tientas.
Desgraciadamente, como ocurre a veces en los periodos de transición, no es la solidaridad la que se instala en los espacios que se abren, sino las lógicas oportunistas y las relaciones de dominación. Nehemías se indigna y decide hacer algo al respecto.
Sin embargo, hay un asunto aún más urgente del que ocuparse: la reparación de las murallas defensivas de la ciudad. La seguridad, que ha faltado en el pasado, vuelve a estar amenazada. Cuanto más avanzan las reparaciones, más parecen decidirse a atacar las potencias vecinas. El riesgo de deportación vuelve a hacerse presente antes de que el pueblo haya podido realmente saborear la libertad.
La tensión llega a tal punto que Nehemías tiene que armar a los trabajadores y traer a la gente del campo a la ciudad todas las noches. Es también en este momento cuando decide reunir a la élite de la sociedad para hablar de justicia social. ¿Ha perdido el sentido de las prioridades o lo hace para expresar lo importante que es esta justicia, como si también afectara a la supervivencia del pueblo?
Nehemías se anticipa, se pone a preparar el futuro cuando la situación es tan difícil que sería muy normal que sólo tuviera fuerzas para el presente. Aunque su ejemplo es inspirador, cabe preguntarse si es realista. ¿De dónde sacamos las energías para preocuparnos por las cuestiones esenciales al tiempo que nos ocupamos de las urgencias del momento?
Nehemías consigue, con pocas palabras y con su ejemplo, instituir una solidaridad que consiste en absorber la deuda de los pobres en la riqueza de los ricos. Consigue en muy poco tiempo una reforma que muchos líderes no pueden lograr en toda una vida.
Sin embargo, el argumento que utiliza Nehemías es bastante sencillo. Uno pensaría que a cualquier persona con una formación como la suya se le habría ocurrido: si un ser humano ha sido llamado a la libertad, entonces nadie tiene derecho a abusar de su fuerza. Esta idea se basa en el mensaje central de los primeros libros de la Biblia.
A través del ejemplo de Nehemías, ¿no se nos sugiere que lo esencial es una realidad ampliamente compartida y que al buscarlo encontramos la fuerza para vivirlo, nosotros mismos y con los demás? Así que también podríamos preguntarnos: ¿qué me permite buscar lo esencial? Y: ¿con quién lo comparto?