lunes tarde, 31 de diciembre de 2018
Estamos ya al final de nuestro encuentro. Esta noche, celebraremos la llegada del nuevo año. Y tendréis en vuestras comunidades de acogida una oración por la paz.
En demasiados lugares del mundo, la paz está amenazada. Oremos por la paz y por la justicia, porque no existen una sin otra. No aceptemos situaciones de injusticia, ni cerca ni lejos de nosotros. Pero esforcémonos por luchar con un corazón reconciliado. No agreguemos odio a la violencia.
La experiencia de comunión que hemos vivido estos días nos estimula y nos anima a asumir compromisos concretos por la paz. Cada uno de nosotros deberá encontrar cómo hacerlo. Muchos de vosotros ya estáis comprometidos en iniciativas de solidaridad. Querría indicar brevemente tres desafíos que me parecen importantes.
El primero, reducir la brecha entre ricos y pobres. ¿Podríamos, en pequeños grupos en nuestras Iglesias, estar más atentos a situaciones de pobreza? Incluso con muy pocos medios, con casi nada, es posible comenzar, por ejemplo, con visitas que alivien el aislamiento de una persona sin hogar, de una persona anciana que vive sola, de un niño abandonado.
Un segundo desafío urgente es sin duda la acogida de los migrantes y refugiados. Apoyemos las iniciativas locales e internacionales que buscan brindarles más seguridad y justicia. La seguridad de algunos no puede garantizarse en detrimento de la de otros. El miedo ante este fenómeno, de una nueva magnitud para Europa, es comprensible. Pero una cosa es segura: no habrá soluciones sin relaciones personales con aquellos que buscan refugio o un futuro mejor en otros países.
Y este tercer camino: la paz entre los seres humanos requiere solidaridad con la creación. Nuestro maravilloso planeta está amenazado por la sobreexplotación de sus recursos, las diferentes formas de contaminación y la pérdida de la biodiversidad. Y esto lleva a injusticias y violencias entre los seres humanos. Todos podemos dar pasos concretos para responder a este desafío.
Estos tres compromisos, entre otros posibles, constituyen mucho más que un imperativo moral. Asumiéndolos con seriedad, consagrándonos a ellos, nuestra propia vida puede encontrar un sentido.
Una última observación. Acabo de pedir que, en nuestros compromisos, luchemos con un corazón reconciliado. Esto supone que vayamos a la fuente de la reconciliación. Esta fuente no es una idea, es una persona, es Cristo. Nos da su paz. Sin la paz interior que de él recibimos, la tentación del desaliento y de la amargura puede volverse demasiado fuerte.
Cerca de esta fuente estamos a solas con Jesús. Pero necesitamos también personas que nos muestren el camino hacia la fuente. Hay en la Iglesia mujeres y hombres, no solo sacerdotes y pastores, que están dispuestos a escucharos. Pueden comprender, sin juzgaros, lo que estáis viviendo, incluso en lo más íntimo de vuestro corazón. Buscad cerca de vosotros una de estas personas de confianza que os acompañe durante algún tramo del camino.
Para todos nosotros, la peregrinación de confianza continuará de inmediato, ya en el viaje de regreso a casa.
Aquí en Madrid, podréis continuar en las parroquias, viviendo este impulso de generosidad que habéis mostrado al acogernos. Habrá también una oración con vuestro arzobispo, cada primer viernes de mes, para los jóvenes, en la catedral.
Nosotros, los hermanos, nos detendremos en dos lugares en nuestro camino de regreso a Taizé. El 2 de enero estaremos en Ávila para celebrar una oración del mediodía. Y el 3 de enero estaremos en Barcelona, para una oración en la iglesia de Santa María del Mar, a las 20h.
Son, para nosotros, dos lugares donde ir a la fuente. Teresa de Ávila nos alienta a avanzar, en nuestra vida de comunidad, de comienzo en comienzo. Y en Barcelona hemos sido varias veces acogidos tan calurosamente. Quizá algunos de vosotros podáis aún modificar vuestros viajes de regreso y uniros a nosotros, bien en Ávila, bien en Barcelona.
A todos vosotros, ¡buen viaje de regreso a casa! ¡Y no olvidemos la hospitalidad!
domingo tarde, 30 de diciembre de 2018
Después del canto Alleluia:
«¡No olvidemos la hospitalidad!» - Esta es la invitación en la que estamos profundizando estos días. Reflexionamos juntos, compartimos nuestras ideas, pero sobre todo vivimos la experiencia de la hospitalidad. A las familias, a las parroquias y a las comunidades religiosas que han abierto sus puertas, al arzobispo cardenal Osoro y a los distintos representantes de Iglesias, a la señora Carmena, alcaldesa de Madrid, y a las autoridades civiles, a todos queremos expresarles nuestra gratitud por la cálida acogida que hemos encontrado aquí en Madrid.
El Cardenal Osoro va a dirigirnos ahora unas palabras.
Al final de la oración:
Nosotros, los hermanos de Taizé, esperamos mucho de este encuentro europeo en Madrid. Nuestro deseo ardiente es que despierte esperanza. Enfrentados a las grandes dificultades y desafíos de nuestro tiempo, algunos se ven amenazados por el desánimo y la desilusión. La experiencia de compartir y de comunión que vivimos estos días puede alentarnos a mirar hacia el futuro con esperanza.
Es una verdadera peregrinación de confianza lo que estamos llevando a cabo. Tejer lazos, tender puentes sobre lo que divide, esto es lo que necesitan nuestras sociedades. Una sociedad no puede sobrevivir si no existe confianza entre las personas que la constituyen. La confianza permite el diálogo acerca de lo que divide. La confianza puede llevar hasta a respetar e incluso apreciar las particularidades del otro.
Somos todos parte de la misma familia humana. Más que nunca, nos necesitamos unos a otros. Tantas cuestiones – pensemos por ejemplo en los enormes desafíos ecológicos – solo pueden resolverse si trabajamos juntos, más allá de las fronteras.
Por supuesto, la experiencia de comunión que vivimos estos días es de corta duración. Pero es real. Nos muestra que la confianza es posible entre las personas más diversas. Y vemos que la Iglesia puede ser un lugar que permita que crezca esta confianza.
Sí, la Iglesia está llamada a ser un lugar de amistad, de una amistad cada vez más amplia. Estos días, nos es dado captar una imagen de la universalidad de la Iglesia. Y esto nos permite presentir que los cristianos pueden promover una globalización con rostro humano – y que se trata incluso de una responsabilidad que les incumbe especialmente.
Comencemos pues con lo que esté a nuestro alcance. Busquemos cómo nuestras comunidades locales pueden abrirse más. Vayamos hacia los que son diferentes: los más pobres cerca de nosotros, los migrantes, los cristianos de otras confesiones, los creyentes de otras religiones, aquellos que no pueden creer.
La atención a las solidaridades humanas es inseparable de la vida interior. Como creyentes, busquemos cómo renovar nuestra oración, practiquemos estar atentos al amor de Dios, en nuestros días y en nuestras noches. Esto nos hace capaces de acercarnos a los que son diferentes.
Para vivir esta apertura, se trata ante todo de escuchar a los demás. ¿Nuestros diálogos, tanto en la sociedad como en la Iglesia, no se resienten acaso por falta de escucha? Tratemos de empezar por comprender al otro, comprender situaciones a menudo complejas.
En octubre, me invitaron a Roma para participar en el Sínodo de los Obispos católicos sobre los jóvenes. Allí se expresó repetidamente un deseo: que vosotros, los jóvenes, pudierais encontrar en la Iglesia una escucha. Que vuestros sueños fueran tomados en serio, que vuestra creatividad fuera apoyada, que vuestro sufrimiento fuera escuchado.
Querríamos hacer todo lo posible para que la solidaridad e incluso la amistad marcaran el futuro de nuestras sociedades. Es con este espíritu con el que vamos a continuar nuestra peregrinación de confianza a través de la tierra.
Los encuentros en Taizé serán etapas de esta peregrinación, tendrán lugar cada semana del año, con una semana especialmente dedicada a jóvenes adultos de 18 a 35 años, del 25 de agosto al 1 de septiembre. Será precedida por un fin de semana de amistad entre jóvenes cristianos y musulmanes, del 22 al 25 de agosto.
En otros lugares del mundo, varios encuentros marcarán el camino de esta peregrinación. Un grupo procedente del Líbano y de otros países de Oriente Medio está entre nosotros para invitarnos a estar más cerca de su realidad y para ofrecernos su hospitalidad. Del 22 al 26 de marzo, tendremos un encuentro de jóvenes en Beirut.
Después del verano, iremos más al sur, a África. Tenemos mucho que aprender escuchando lo que Sudáfrica ha atravesado en las últimas décadas y dónde está hoy. Sudáfrica está muy lejos de Europa, pero estáis todos invitados, del 25 al 29 de septiembre, a un encuentro de jóvenes en el extremo sur de África, en Ciudad del Cabo.
Y, a continuación, tendrá lugar el próximo encuentro europeo, del 28 de diciembre de 2019 al 1 de enero de 2020 en...
sábado tarde, 29 de diciembre de 2018
Estos días, en Madrid, estamos juntos procedentes de tantos países diferentes. Y los que nos acogen son de diversas generaciones. Con todas estas personas que antes no conocíamos, vivimos la experiencia de una comunión. Y en ella encontramos una alegría.
Nuestra peregrinación de confianza es también una aventura interior. Y querría esta tarde llevar vuestra atención a este aspecto de nuestra reunión: la confianza en los demás, la confianza en nosotros mismos y la confianza en Dios son realidades íntimamente ligadas.
La confianza no es ni ciega, ni ingenua, ni soñadora, sabe discernir el bien y el mal. Es la certeza de que, en cualquier situación, incluso en las tinieblas, un camino de vida puede abrirse.
La confianza no es pasiva, es una fuerza que nos impulsa en toda situación a dar un paso más para vivir más plenamente y para ayudar a otros a vivir más plenamente. La confianza estimula la imaginación, da valor y entusiasmo para asumir riesgos.
Pero todos nosotros sabemos también lo que significa carecer de confianza. El cansancio, los fracasos, la amistad traicionada, la violencia, las catástrofes naturales, la enfermedad, todo esto erosiona la confianza. La confianza es vulnerable.
También nuestra confianza en Dios es frágil. En cierta medida, todos conocemos la duda: dudamos del amor de Dios, algunos incluso dudan de su existencia. ¿Dónde encontrar entonces la fuente de la confianza?
Para que la confianza nazca y renazca en nosotros, necesitamos a alguien que confíe en nosotros, alguien que nos acoja, que nos ofrezca su hospitalidad.
Acabamos de leer este impresionante relato de la vida de Jesús. Camina sobre el lago para ir junto a sus discípulos durante la tormenta. Este relato parece inverosímil a nuestros oídos modernos. Pero recordemos las palabras de Jesús: «No tengáis miedo, estoy aquí.» Y a Pedro, que quiere ir a su encuentro sobre las aguas, le dice: «Ven». Entonces, Pedro se lanza al agua. Mirando hacia Jesús consigue avanzar, pero en cuanto se deja hipnotizar por el peligro, se hunde.
Para los discípulos, Jesús no es solamente el maestro que les enseña. Los ha llamado para estar con él y los envía porque confía en ellos. Si también nosotros pudiéramos ver en Jesús a aquel que confía plenamente en nosotros...
Aunque fuéramos el mayor pecador del mundo, nos diría las mismas palabras que a sus discípulos: «No tengas miedo, estoy aquí.» A todos y cada uno de nosotros, nos dirige la misma llamada que a Pedro: «Ven», sal de tus pequeñas seguridades, atrévete a afrontar la realidad, a veces dura, del mundo.
De Teresa de Ávila, esta mujer excepcional del siglo XVI que aún hoy nos inspira, cantamos las palabras: «Nada te turbe, nada te espante, quien a Dios tiene nada le falta.» Dijo también: «¡Aventuremos la vida!» Sí, la vida es bella para quien se lanza y toma decisiones valientes.
¿Cuáles son esas decisiones valientes? Cada uno de nosotros está llamado a responder, emprendiendo una peregrinación interior desde la duda y el miedo hacia la confianza. Para todos nosotros, se trata de acoger el amor de Cristo para convertirnos en artesanos de confianza y de paz, cerca y lejos de nosotros.
Viernes tarde, 28 de diciembre de 2018
¡Es una gran alegría comenzar esta tarde nuestro encuentro europeo en esta ciudad de Madrid! Para llegar hasta aquí, algunos de vosotros habéis hecho un viaje muy largo. La ciudad de Madrid, las comunidades cristianas, numerosas comunidades religiosas, muchas familias, e incluso personas que viven solas, nos acogen. Queremos expresarles ante todo nuestro profundo agradecimiento por esta generosidad.
La hospitalidad que se nos ofrece conmueve nuestros corazones. Cada año, desde hace más de cuarenta años, gracias a los encuentros de la peregrinación de confianza sobre la tierra, experimentamos cómo la hospitalidad es fuente de alegría.
«¡No olvidemos la hospitalidad!» - he aquí la invitación en la que queremos profundizar durante estos días y a lo largo del año que viene, en Taizé y en otros lugares. En el cuadernillo del encuentro, encontraréis cinco propuestas para 2019, que abren caminos para la reflexión y para la acción.
Este año vivimos una experiencia de hospitalidad excepcional. En el mes de agosto, dos mil jóvenes de toda Asia, y también de otros continentes, se reunieron para un encuentro en Hong Kong. Setecientos jóvenes pudieron venir desde China continental.
Algunos meses antes, descubrimos la misma hospitalidad en Lviv, en Ucrania. Jóvenes de todas las confesiones cristianas presentes en dicho país acogieron a jóvenes de otros lugares y se unieron en una oración compartida.
Eran signos de esperanza: signos de que las jóvenes generaciones pueden preparar para la humanidad un futuro marcado por la cooperación y no por la competición.
La hospitalidad nos acerca, más allá de las diferencias e incluso de las divisiones que existen, entre cristianos, entre religiones, entre creyentes y no creyentes, entre pueblos, entre opciones de vida u opiniones políticas. Por supuesto, la hospitalidad no borra estas divisiones, pero nos hace verlas bajo otra luz: nos hace capaces de escucha y de diálogo.
La hospitalidad es un valor fundamental para todo ser humano. Todos nosotros vinimos a la vida como bebés pequeños y frágiles que necesitaban ser acogidos para vivir, y esta experiencia fundamental nos marca hasta nuestro último aliento.
La motivación para elegir practicar la hospitalidad reside en la convicción de que nuestra propia vida es un don que hemos recibido. Y esta convicción se nutre de la fe. Acabamos de leer la primera página de la Biblia. Este gran relato poético, un poco misterioso, quiere hacernos comprender que todo lo que existe es un don. El cielo y la tierra, el océano, la oscuridad, la luz – todo proviene de Dios. Y en todo lo que existe, Dios está presente por su aliento, su Espíritu.
Sí, mi vida es un don que he recibido. Y también los demás son, en diferentes grados, un don para mí. Mi propia identidad se construye a través de mis relaciones con los demás. Por supuesto, el otro siempre sigue siendo diferente a mí, del otro nunca lo comprendo todo y, sin duda, tampoco puedo compartirlo todo con el otro.
Acogernos mutuamente supone entonces aceptar los límites, los míos y los de los demás. Acoger al otro va de la mano del discernimiento. Pero esto nunca puede convertirse en un pretexto para encerrarnos en nosotros mismos, cediendo al miedo al otro, ese miedo que está presente en todos nosotros.
Han sido algunas reflexiones sobre este hermoso tema de la hospitalidad. Mañana por la mañana, leeréis en pequeños grupos las dos primeras propuestas. Quieren ayudarnos a profundizar en la fe, en la confianza de que Dios siempre nos acoge primero, y de que Cristo está presente en nuestras vidas. Busquemos, busquemos a lo largo de todos estos días, y encontraremos.