« Soy voluntaria en un campo de refugiados en Lesbos, en Grecia. Mi trabajo consiste principalmente en distribuir ropa, zapatos y kits sanitarios a las personas que han hecho la peligrosa travesía entre Turquía y Grecia, en barcas de plástico, a menudo equipados solo con viejos chalecos salvavidas.
Escucho muchas de las historias de estas personas cuando llegan a Lesbos, y estas historias se quedan conmigo largo tiempo una vez que ellas han dejado la isla, continuando su viaje hacia el continente en busca de un lugar de acogida.
Conocí por ejemplo a un niño iraní cuyo sueño era hacer amigos en Europa y tener la posibilidad de jugar al fútbol en la calle. Me preguntó si creía que las personas serían amables con él y si iba a poder ir al colegio.
Conocí también a una mujer, que viajaba sola con su hijo pequeño, que había sido violada varias veces por los traficantes. Su hijo había sido maltratado físicamente y drogado por estos mismos hombres. Me contó que a menudo había buscado el valor para quitarse la vida junto con su hijo, para poner fin a los sufrimientos que estaban padeciendo en su huida de su país desgarrado por la guerra.
Un día estaba dibujando con algunos niños, y una niña me enseñó los dibujos que acababa de terminar. Uno de los dibujos representaba a su familia en su casa, con bombas cayendo sobre ellos. Los otros dibujos mostraban el barco de su travesía, con las personas a bordo llorando y el resto ahogándose en el mar.
Es difícil describir con palabras mi experiencia aquí. Algunas noches mi trabajo ha sido encontrar el modo de calentar a 200 personas que estaban esperando para inscribirse, de pie en la nieve, a -5ºC. Otro día no pude entregar zapatos a niños que tenían los pies helados, porque solo me quedaban dos pares que tenía que reservar para los que estaban descalzos. A veces he tenido que negar agua a adultos, porque solo me quedaban tres botellas que quería guardar para las mujeres que tenían que dar el pecho a sus bebés. Me pregunto cuántas veces en mi vida me atormentarán estas decisiones.
Una vez un refugiado me preguntó si sabía que estaba ayudando a musulmanes. Creo que esperaba que dejara de ayudarlos en cuanto supiera su religión. ¿Cómo explicarle que no hay un “tú” y un “yo”, que solo hay un “nosotros”? Creo que es este pensamiento lo que me hace continuar. »