Hermano Alois, Berlín, sábado 31 de diciembre de 2011
A través de nuestro encuentro en Berlín, que reúne a jóvenes de toda Europa y de otros continentes, expresamos nuestro convencimiento de que es posible hallar nuevas formas de solidaridad.
Damos las gracias a todas las personas que han hecho posible que este encuentro rebose de alegría y esperanza: los anfitriones que nos han abierto sus puertas, las parroquias con sus pastores y sacerdotes, los responsables políticos del país y de la ciudad, aquellos que han apoyado el encuentro con su trabajo en este periodo de vacaciones, y también a los jóvenes voluntarios que llegaron con anterioridad para ayudar en los preparativos.
La fe no es un refugio externo al mundo. Cristo nos envía al mundo. Con la confianza puesta en él, experimentamos el gusto por el riesgo y la motivación para aceptar responsabilidades.
La inestabilidad de la economía mundial nos interpela. Las desigualdades crecientes, incluso en el seno de sociedades ricas, así como la explotación incontrolada de los recursos del planeta, son fuente de conflictos futuros. Constituyen una pesada hipoteca para las generaciones futuras. Sería irresponsable no verlo.
Las soluciones no serán únicamente técnicas. Los cambios radicales de nuestra época exigen un cambio en nuestra existencia. Muchos se plantean entonces, ¿cuál es el sentido de mi vida?
Para el futuro de todos, compartir los bienes materiales es ineludible. En las sociedades ricas probablemente tengamos que aprender a conformarnos con menos. Esto supone buscar la plenitud personal más en las relaciones sociales que en la acumulación de bienes materiales.
Esto conlleva asimismo renuncias. Pero, ¿hay una verdadera libertad, una felicidad sólida y durable sin renuncia? El hermano Roger decía a menudo: «Nada durable se construye en la facilidad».
Solidaridad y confianza en Dios: estos dos valores sobre los que hemos comenzado a meditar estos días son tan importantes que vamos a dedicar tres años a profundizar en ellos. ¿Por qué tres años? Porque no se construye nada si no se le dedica un cierto tiempo. Porque estas cuestiones exigen perseverancia. Pueden constituir un verdadero proyecto de vida.
Mañana volvemos a nuestros países, a nuestra vida cotidiana. Quisiera haceros una llamada a vosotros, los jóvenes: continuad la búsqueda que hemos comenzado estos días.
Sí, continuemos a buscar juntos y a compartir nuestras experiencias. Para que el mayor número posible de jóvenes sea escuchado, celebraremos encuentros en todos los continentes. El año que viene, en Pentecostés, será en Chicago, luego, tal como os dije ayer por la tarde, en noviembre en Kigali.
Durante este primer año abordaremos en particular la cuestión: «Cómo abrir caminos de confianza entre los humanos».
En tres años, en agosto de 2015, celebraremos un encuentro por la solidaridad en Taizé, para poner en común los resultados de nuestras búsquedas y tomar un nuevo impulso.
No se trata tanto de realizar actos espectaculares. En la historia del mundo algunas personas, por su fidelidad y su humilde perseverancia, han influido en los acontecimientos de una forma durable.
Vivir la solidaridad es en primer lugar una actitud interior. Para algunos de vosotros, serán quizás más indispensables los momentos de silencio y de oración. En Taizé planificamos más posibilidades para los retiros.
Delante de nosotros, en cada una de las salas donde estamos reunidos, una pequeña luz luce en un farolillo. Esta llama nos llega de lejos, viene directamente de la gruta de la Natividad en Belén. Es la llama que nos hemos pasado unos a otros a comienzos de la oración de esta tarde.
Es como una llama de solidaridad que no podemos guardarnos para nosotros solos. Crecerá una vez de vuelta en nuestros lugares de origen, en la medida en la que la compartamos con los demás.
Nosotros, los hermanos, queremos sencillamente estar ahí, en Taizé o en nuestras fraternidades en los distintos continentes, perseverar en nuestra vida en comunidad y de oración. Con nuestra presencia, quisiéramos ser de esas personas en las que encontraréis siempre un apoyo en vuestra búsqueda de confianza.
Un niño: Saludamos esta tarde a los jóvenes de Austria, Suiza, Gran Bretaña, Irlanda, Francia, Andorra, Luxemburgo, Países Bajos, Bélgica, Grecia y todos los jóvenes de Alemania.
Saludamos también a los jóvenes de Egipto, Senegal, Togo, Costa de Marfil, Congo, Gana, Zambia, Uganda, Tanzania, Chad, Ruanda, Sudáfrica, Cabo Verde, Ecuador, Guatemala, Australia y Nueva Zelanda.
Y ahora vamos a cantar una vez más. Cantar a Dios, Cristo y el Espíritu Santo, ahora y también esta tarde y mañana por la mañana en las parroquias, para que nos ayude a ser, allá donde vivamos, testigos de su paz y de su luz.
Hermano Alois, Berlín, viernes 30 de diciembre de 2011
En estos días reflexionamos sobre nuevas formas de solidaridad. Reunidos en Berlín, procedentes de toda Europa, queremos mandar un signo claro de nuestro deseo de una Europa solidaria y abierta, así como de nuestro apoyo a las reformas necesarias para lograrlo.
Frente a los cambios vertiginosamente rápidos de nuestras sociedades, frente a las incertidumbres y a las dificultades económicas, nosotros podemos recordar que «la economía», por importante que sea, no es la medida del hombre, que la dimensión espiritual es constitutiva del ser humano, que la dignidad de cada ser humano exige un respeto infinito.
Agradecemos los muchos mensajes que hemos recibido. El secretario general de Naciones Unidas, Sr. Ban Ki-moon, nos dice: «Me alegra que pongáis el enfoque en la búsqueda de nuevas formas de solidaridad. Tenéis un papel crucial en la dirección de los cambios políticos y sociales. Aunque recordad que estar conectados no es lo mismo que estar unidos. Estar conectados depende de la tecnología – estar unidos depende de la solidaridad. La solidaridad debe ser la base de las soluciones globales».
La experiencia de comunión que se nos brinda vivir estos días nos hace interrogarnos: ¿cómo puede ser que vivamos una comunión así si procedemos de horizontes tan diferentes?
Esta comunión, ¿no es un signo de que el mensaje del Evangelio no es papel mojado, si no más bien fuente de una vida nueva que nos llega de Cristo? Cristo está vivo hoy. Sin imposiciones, acompaña a todos los seres humanos. Es él el que nos reúne.
Decir con nuestra vida que Cristo nos reúne en el amor de Dios, es la razón de ser de nuestra pequeña comunidad de Taizé.
El hermano Roger parecía estar impregnado de una pasión por la comunión. La confianza en Dios, en Cristo y el Espíritu Santo, era para él inseparable de una búsqueda de reconciliación y de paz entre los humanos. Mañana por la mañana en los grupos os plantearéis lo que esto puede significar también para vosotros.
La Iglesia no es una sociedad aparte. Cristo envía al mundo a aquellos y aquellas que creen en él, para ser fermento de confianza y de paz, para ser sal de la tierra. En este sentido, el hermano Roger hablaba del «Cristo de comunión».
Entonces, ¿cómo podemos nosotros perpetuar el escándalo de la división entre los cristianos? ¡Incluso llegamos a dejar de percibir nuestra separación como un escándalo! Siempre deberá existir una diversidad entre las distintas espiritualidades y tradiciones. Pero nuestra resignación es tal, que tomamos esta diversidad como pretexto para dejar de buscar una unidad visible.
En la segunda mitad del siglo pasado hubo grandes avances hacia la reconciliación de los cristianos. No queremos quedarnos hoy en esta situación e instalarnos en un paralelismo. Queremos hacer con determinación todo lo necesario para llegar a la unidad visible entre los cristianos.
Esto significa ir unos hacia otros para realizar un intercambio de dones: descubrir lo mejor que Dios ha depositado en los otros. Significa también hacer juntos todo lo que sea posible, y podríamos hacer juntos mucho más de lo que pensamos.
Significa sobre todo rezar más juntos. Encontrarnos más a menudo para orar, ya es anticipar la unidad y dejar que el Espíritu Santo nos una. Esto permitiría probablemente que el diálogo teológico avanzase.
Animados por esta búsqueda, nuestra peregrinación de confianza no finaliza en Berlín, si no que continuará. Entre las próximas etapas, grandes o pequeñas, quisiera mencionar cuatro.
El tercer encuentro internacional de jóvenes en África tendrá lugar del 14 al 18 de noviembre en Kigali, Ruanda.
Es esencial encontrar una nueva solidaridad entre África y Europa, una verdadera cooperación, una escucha mutua. Ruanda todavía está marcada por las heridas del genocidio, pero el país se reconstruye y ha encontrado un nuevo dinamismo. En Taizé habrá todas las semanas jornadas de preparación para aquellos que deseen participar en este encuentro de Kigali.
El próximo 2 de marzo iremos, junto a un grupo internacional de jóvenes, a rezar con los responsables del Consejo ecuménico de las Iglesias que reúne a varios cientos de Iglesias ortodoxas, anglicanas, protestantes y evangélicas. Será en Ginebra.
Para mejor conocer la Iglesia ortodoxa, tras haber realizado una peregrinación a Moscú durante la última Pascua, iremos con jóvenes de distintos continentes, del 3 al 6 de enero de 2013, a celebrar la fiesta de la Epifanía con el patriarca ecuménico de Constantinopla Bartholomeos y los cristianos de la ciudad de Estambul.
Para finalizar, ¿dónde se celebrará nuestro próximo encuentro europeo? Esta vez, nos esperan en el sur de Europa. En un año, del 28 de diciembre 2012 al 2 de enero de 2013, iremos a Italia, a la ciudad de Roma.
Esta tarde está con nosotros el secretario general de la diócesis de Roma, Mons. Mancini. Y en el mensaje que hemos recibido de parte del Papa Benedicto XVI, podemos leer: «El Padre Santo les transmite la alegría que siente de acoger el XXXV encuentro europeo de vuestra peregrinación de confianza a través de la tierra. ¡Roma les dará una cálida acogida!».
Un niño: Saludamos esta tarde a los jóvenes de Bielorrusia, Rusia, Ucrania, Albania, Serbia, Bosnia-Herzegovina, Rumania, Montenegro, Lituania y Eslovaquia.
Saludamos también a los jóvenes de China, en particular al grupo de Hong-Kong, Corea, Japón, Kazajstán, Uzbekistán, India, Bangladesh, Indonesia, Filipinas, Vietnam y Turquía.
Saludamos a los obispos, sacerdotes, pastores y responsables de las Iglesias de Berlín, de Alemania y de otros países. Saludamos asimismo a los responsables políticos y a los representantes del ayuntamiento de Berlín.
La oración continúa ahora con el canto y la oración alrededor de la cruz.
Hermano Alois, Berlín, jueves 29 de diciembre de 2011
Ayer tarde os decía que la confianza entre los humanos es uno de los valores más necesarios para descubrir nuevas formas de solidaridad. Durante estos días en Berlín, quisiéramos apoyarnos unos a otros para arraigar esta convicción de la confianza en Dios.
La confianza en Dios va acompañada de un combate interior, no es algo evidente. Así pues, ¿no será el momento de plantearse de una nueva forma la pregunta “Qué significa creer en Dios”? La comunión que se nos brinda vivir estos días, nos anima a plantearnos esta cuestión. Y es precisamente el tema que trataréis en profundidad mañana por la mañana en los grupos: ¿qué significa la confianza en Dios?
En Jesús, Dios viene a nosotros. Quiere estar cerca de todos los seres humanos. Me gustaría tanto que durante estos días todos nosotros sintiésemos esta proximidad de una manera renovada.
Pero, ¿cómo? ¿No debemos más bien reconocer que no sentimos nada o muy poco la presencia de Dios? Sí, ésta es la realidad para muchos. O al menos en algunos periodos de nuestra vida. Pero no nos quedemos ahí. Profundicemos más. ¿Cómo?, me preguntaréis.
Para acoger la presencia de Dios en nosotros, no contamos únicamente con nuestros sentimientos. Dios apela a nuestra capacidad de confiar, por pequeña que sea.
Concretamente, esto puede significar tomarse el tiempo de dejar nuestras preocupaciones de lado para crear un espacio interior en el que Dios pueda entrar. Incluso si no sentimos más que un vacío, el Espíritu Santo viene y, de forma imperceptible, la confianza en Dios puede crecer en nosotros.
Esto supone renunciar a la imagen de un Dios que respondería siempre a nuestras necesidades inmediatas, algo que puede resultarnos difícil, especialmente cuando nos enfrentamos a la absurdidad del sufrimiento.
El Evangelio nos pide dar este salto exigente, un cambio radical de la imagen que tenemos de Dios: reconocer que Dios se hace vulnerable, es decir, que necesita ser amado. Su amor por nosotros contiene en sí la pregunta: «Y tú, ¿me amas?».
Al decirnos que su amor cuenta para Él, Dios reconoce la grandeza de nuestra vida y nuestra libertad. Con ello, incluso a los humanos más despojados, Dios les da su dignidad, les hace justicia.
Todos nosotros podemos expresar nuestro amor a Dios, quizás no por medio de sentimientos elevados o pensamientos extraordinarios. Sin embargo, podemos crear ese espacio de silencio y sencillamente decirle: «Sabes que te amo, que quisiera vivir de la confianza en tu presencia». En la oración siempre se aúna algo del cielo y de la tierra.
Quizás no sintamos ningún efecto inmediato en estos momentos de oración. Pero Dios nos da el Espíritu Santo y la vida de Dios en nosotros puede germinar, crecer e inspirar nuestros pensamientos y nuestros actos.
Así, en nuestras relaciones humanas siempre nos dejamos determinar más por el amor que Dios nos tiene, y no tanto por el miedo o por las reacciones de defensa. La confianza que Dios tiene en nosotros se convierte en una proyección de bondad hacia aquellos que nos son confiados, fuente de una vida en solidaridad con los otros.
La solidaridad no puede detenerse en nuestra puerta. Por ello, estos días realizamos juntos un gesto por la población de Corea del norte. Desde hace unos quince años, desde Taizé llevamos a cabo regularmente una acción humanitaria en este país dividido que tanto nos importa. Gracias a todos los que habéis aportado aparatos médicos o medicamentos. Los enviaremos a hospitales de regiones rurales a través de la Cruz Roja en Pionyang.
El Evangelio nos lo recuerda: Cristo se solidariza con los más pobres. Nos espera en aquellos que tienen hambre, que están enfermos o abandonados.
La oración abre nuestro horizonte. Dios puede, en medio de las contradicciones de la vida, encender una llama de esperanza y de alegría. Esta oración nos acerca a Dios y cambia nuestra forma de ver el mundo. Que el amor de Dios nos llegue a lo más profundo, de forma que nuestra vida se convierta en una vida para los demás.
Un niño (en alemán): Todas las tardes oramos por los pueblos representados en este encuentro. Saludamos hoy a los jóvenes de Moldavia, Polonia, Croacia, Hungría, Bulgaria, Eslovenia, Estonia, Letonia y República Checa.
Saludamos también a los jóvenes de Chile, Argentina, Bolivia, Perú, Brasil, México, Haití, Puerto Rico, Canadá y Estados Unidos.
En las cuatro salas donde nos encontramos reunidos, la oración continúa con el canto y la oración alrededor de la cruz. Todos podéis venir a apoyar la frente en la cruz para confiar a Dios vuestras propias cargas y las de otros.
Hermano Alois, Berlín, miércoles 28 de diciembre de 2011
Quisiera comenzar con unas palabras dirigidas a los alemanes y a aquellos de lengua alemana.
Hubiera preferido expresarme en alemán, pues es mi lengua materna, pero para que la mayoría comprenda bien y no se fatigue de oír siempre la misma voz, será mejor que hable en inglés y que un hermano traduzca al alemán.
Por primera vez, celebramos uno de nuestros encuentros europeos en Berlín. Queremos dar las gracias desde el comienzo del encuentro a todos los que nos brindan esta acogida tan afectuosa: las parroquias y todas esas familias y personas que nos han abierto sus puertas.
Un agradecimiento especial a aquellos que han decidido albergar a jóvenes incluso sin pertenecer a una Iglesia. La hospitalidad es una de las grandes contribuciones para construir la paz.
Berlín es una ciudad marcada por una gran diversidad; una ciudad orientada hacia el futuro que busca a la vez cómo integrar la memoria de un pasado doloroso.
La imagen de la Virgen María con el niño Jesús que vemos en todas las salas de oración fue dibujada durante la II Guerra Mundial por un soldado alemán en Stalingrado, Rusia. Para celebrar la Noche Buena, dibujó esta imagen en el reverso de un mapa geográfico militar. Este dibujo se encuentra actualmente aquí en Berlín, en la Gedächtniskirche, una iglesia que se ha mantenido en ruinas, como recuerdo del periodo nazi.
Este soldado, del que sabemos que era creyente protestante, ¿quería quizás manifestar su sed de vida y de paz en medio de las peores tinieblas de la guerra? No lo sabemos, pero dejemos que este dibujo al que llaman «la Virgen de Stalingrado» nos llegue a lo más profundo de nuestro ser.
El Hermano Roger vino aquí en 1986 durante una etapa de la «peregrinación de confianza» en Berlín este. Se acordó un permiso para celebrar una oración con los jóvenes, a condición de que no hubiera participantes del oeste. Es una época ya pasada y Berlín se ha convertido en un símbolo para todos aquellos que, por todo el mundo, intentan superar muros de separación y sembrar la confianza.
No solamente existen muros entre pueblos y continentes, también existen muy cerca de nosotros, hasta en el mismo corazón humano.
Para hacer caer estos muros, estos días intentaremos obtener un nuevo impulso, extrayéndolo de las fuentes de la confianza.
Ningún ser humano ni ninguna sociedad puede vivir aisladamente, sin confianza. Por ello, desde mañana por la mañana, buscaréis en los grupos cómo abrir nuevos caminos de confianza.
Elegir la confianza no significa cerrar los ojos frente al mal. La confianza no es ingenua ni fácil, es un riesgo.
Arriesgarse a confiar es algo que no podemos hacer solos. Necesitamos el apoyo de los demás, saber que somos aceptados y amados. Así podemos tomar las decisiones importantes de nuestra vida con más libertad.
Estas decisiones no están arraigadas en el miedo o únicamente en las emociones, sino más bien en esta convicción: la felicidad no se encuentra cuando «cada uno va a lo suyo», la felicidad se encuentra cuando se considera la solidaridad entre los humanos.
En Navidad, Cristo se hizo uno de nosotros y nos dejó en herencia una nueva solidaridad que se extiende a toda la familia humana. Nosotros sentimos la responsabilidad que esta herencia implica.
Con la Carta de 2012, quisiera alentar a todos aquellos que la lean a ser más conscientes de la solidaridad humana y a vivirla con más intensidad. Cuando experimentamos la solidaridad con los demás, muy cercanos o muy lejanos a nosotros, la experiencia de que nos pertenecemos unos a otros, de que dependemos unos de otros, da sentido a nuestra vida.
En una época en la que muchos se preguntan: «¿cuál es el verdadero sentido de mi vida?». Nosotros, los hermanos de la comunidad, quisiéramos decir claramente: se encuentra en la solidaridad con los demás, vivida a través actos concretos. Una solidaridad así deja presentir la existencia de un amor que nos sobrepasa, nos lleva a creer en el amor que Dios tiene por todos los seres humanos.
Estos días intentamos poner en práctica esta solidaridad. Juntos, expresamos también nuestro reconocimiento a todos los que dan su vida a través de un servicio humilde, en nuestras familias, en un trabajo social o político, un compromiso en la Iglesia o también a través del arte. Sí, todos quisiéramos ser de esos, y de esa forma encontrar la alegría.
Un niño lee: Todas las tardes oramos por los pueblos representados en este encuentro. Saludamos hoy a los jóvenes de Noruega, Suecia, Finlandia, Dinamarca, Portugal, España, Malta e Italia.
En las cuatro salas donde nos encontramos reunidos, la oración continúa con el canto y la oración alrededor de la cruz. Todos podéis venir a apoyar la frente en la cruz para confiar a Dios vuestras propias cargas y las de otros.