Hermano Alois, Estrasburgo, tarde del sábado 28 de diciembre de 2013
Hemos venido a Estrasburgo como peregrinos de la paz y de la confianza. Venimos a una ciudad, a una región de Europa, que es hoy día un símbolo de reconciliación tras las terribles guerras del siglo XX.
En primer lugar, queremos dar las gracias a todas las personas que nos acogen. ¡Qué hermosa hospitalidad! Cuando regreséis a vuestras casas esta tarde, decídselo a las familias que os albergan. Es un signo de esperanza que los jóvenes extranjeros participantes en el encuentro sean recibidos por familias a ambos lados de la frontera.
Acabamos de escuchar en la lectura del Evangelio cómo Jesús invita a Leví a seguirle. Dejémonos interpelar por este relato. Leví decide seguir a Jesús sin dudarlo. Seguidamente, prepara una gran comida en la que participa todo tipo de gente.
Lo que quisiéramos descubrir estos días, es algo similar a lo que ocurrió durante la comida en casa de Leví. Al seguir a Jesús, comprendemos que todos tienen un lugar en su mesa y, por tanto, hay un sitio para cada uno de nosotros. No porque estemos a la altura de su llamada, sino porque nos ama. Y Jesús incluso ofrece el lugar de honor a aquellos que parecen estar lejos de Dios, o que se sienten lejos de Dios.
Jesús propone su amistad a todos. Y esta amistad que muestra Jesús, también podemos vivirla entre nosotros. Los que aman a Jesucristo por toda la tierra forman, siguiendo sus pasos, una especie de gran comunidad de amistad.
Crear, consolidar una comunidad de amistad: ¿no es esta una contribución que los cristianos pueden aportar al futuro de nuestras sociedades? Hay tantos retos que afrontar: el desempleo, la precariedad, la brecha entre ricos y pobres, en el interior de cada país y entre las naciones, y, en relación con todo ello, la degradación del medioambiente. Muchos jóvenes aspiran a una organización económica diferente.
¿Se pueden buscar respuestas a estos desafíos sin comenzar por crear lazos de amistad? Jesucristo, por medio del Espíritu Santo, nos invita a dejar atrás el espíritu de rivalidad que conduce a enfrentamientos e injusticias, y a convertirnos en creadores de amistad, artesanos de la paz.
Cristo nos llama a todos a agrandar nuestra amistad. Y podemos hacerlo sencillamente, como lo hacía Jesús, compartiendo una comida, haciendo una visita y, sobre todo, llevando a nuestro entorno el perdón y la confianza. Podemos ser peregrinos de la confianza durante toda nuestra vida.
Mañana por la mañana vais a reflexionar juntos sobre este tema. En el cuadernillo del encuentro encontráis cuatro propuestas para 2014. Os ayudarán estos días, y después, cuando estéis de regreso en vuestros distintos países, a buscar la comunión visible, la amistad de todos aquellos que aman a Cristo, es decir, de aquellos que ponen su confianza en Jesucristo y, es más, de todos aquellos que quieren ser testigos de amistad en el mundo.
Hermano Alois, Estrasburgo, tarde del domingo 29 de diciembre de 2013
Hoy habéis reflexionado sobre cómo establecer lazos de amistad. Pero quisiéramos ir aún más allá: ir a la fuente de esta amistad. Estos días podrían ser así una ocasión para profundizar nuestra fe.
En el Evangelio que acabamos de leer, Jesucristo nos llama amigos. Esto significa que el amor de Dios siempre se nos ofrece. Su amor es la fuente de todo otro amor, de la amistad. Nuestra fe en este amor de Dios no puede quedarse en un sentimiento vago con el que contentarnos. Nuestra fe necesita hacerse una fe adulta.
En nuestra búsqueda para comprender el amor de Dios, a veces podríamos estar tentados de abandonar nuestro esfuerzo al sentirnos abrumados, o porque todas nuestras fuerzas quedan absorbidas por la organización del día a día de nuestra existencia.
La fe no es un sistema que lo explica todo. Dios no actúa simplemente para responder a nuestras expectativas, ni en nuestras vidas ni en el mundo. Por ello, en todos nosotros la duda puede llegar a cohabitar con la fe. Incluso quizás, con el tiempo, nos volvemos más sensibles a la incomprensibilidad de Dios. ¡No tengamos miedo!
Al contrario, esto puede hacernos profundizar aún más para encontrar la fuente de la confianza en Dios. Las experiencias de fracasos y sufrimientos pueden llevarnos a poner aún más confianza en el amor de Dios que está más allá de todo, que escapa a nuestra influencia.
¿Cómo encontrar esta confianza? Nos apoyamos en dos planteamientos. El primero, estar en silencio delante de Dios. Por supuesto, como los niños, podemos elevar nuestras peticiones a Dios. ¡Pero demos un paso más! La oración no es solamente pedir esto o aquello, es abrirse a Dios en el silencio de nuestros corazones, para ponernos bajo su mirada de amor.
Si Cristo nos llama sus amigos, quiere decir que Dios espera nuestro amor. Sí, yo que soy frágil, imperfecto, Dios me pide un amor que yo le expreso en mi humilde oración.
El segundo planteamiento es mirar y escuchar a Jesucristo. Aún siendo el Hijo de Dios, Jesús ha conocido el silencio de Dios. Con su muerte y resurrección ha cargado con todo lo trágico de nuestra vida, nuestros fracasos, nuestras faltas, nuestra violencia.
Incluso en la noche más profunda, Jesús creyó en el amor de Dios. Él puede guiarnos, no para librarnos de las tinieblas, sino para atravesarlas junto a nosotros, asegurándonos la presencia invisible del Espíritu Santo.
Y el amor de Dios colma nuestra existencia en la medida en que nosotros lo transmitimos a los demás. Tomémonos en serio la palabra de Cristo que trataréis en profundidad mañana por la mañana: «Amaos los unos a los otros». Y también: «Amad a vuestros enemigos». ¡Qué exigencia! ¡Pero qué fuerza también!
Tomemos la determinación de acoger el amor de Dios y dejarle transformar nuestras vidas. Si os amáis unos a otros, dice Jesús, todos reconocerán que sois mis discípulos.
Ayer por la tarde os decía que Jesucristo nos llama a hacer crecer la amistad en nuestro entorno. Durante una reciente peregrinación en Asia con algunos hermanos, conocimos a cristianos, especialmente jóvenes, que intentan ser testigos de la amistad.
En la mayoría de los países de Asia, los cristianos son minoría. Muchos son semillas de paz y de libertad allí donde se encuentran. He podido comprobarlo en Myanmar, en India, lo he visto en China. Estos cristianos portan palabras de aliento que quisiera transmitiros.
En Corea he podido apreciar el sufrimiento que representa la separación de un país en dos Estados. Se requiere mucho coraje para dar pasos hacia la reconciliación, y cada vez hay más personas que tienen esta fuerza. En Corea del norte no hemos podido más que compartir el silencio de los que esperan un cambio. ¡Oremos por los habitantes de este país!
Hermano Alois, Estrasburgo, tarde del lunes 30 de diciembre de 2013
(Al comienzo de la oración): La apertura ecuménica es una larga tradición en Alsacia y en Ortenau. Queremos agradecer a los obispos, pastores, sacerdotes, laicos, católicos, ortodoxos y protestantes, las numerosas iniciativas ecuménicas que han precedido nuestro encuentro de Estrasburgo. Gracias al arzobispo Grallet, al obispo evangélico Fischer, al padre ortodoxo Vasile Iorgulescu, al presidente Collange y al arzobispo Zollitsch, que ahora van a dirigirse a nosotros.
(Al final de la oración): Durante el año que viene vamos a preguntarnos: ¿Qué debemos hacer para que la Iglesia sea más una «comunión»? Hay tanta gente que sufre el estrés producido por el día a día y que busca un consuelo espiritual, que tiene sed de paz interior. ¿Qué podemos hacer para que la Iglesia, con su vida, muestre mejor las fuentes del Evangelio donde la gente pueda venir a saciar su sed?
Desearíamos tanto ver cómo la Iglesia toma la forma que el hermano Roger describía así: «Cuando la Iglesia incansablemente escucha, sana y reconcilia, se convierte en el máximo de su esplendor, en una comunión de amor, de compasión, de consuelo, en un límpido reflejo de Cristo resucitado. Nunca distante, nunca a la defensiva, liberada de las severidades, puede irradiar la humilde confianza de la fe hasta el interior de nuestros corazones humanos».
Para que la Iglesia sea cada vez más y mejor ese lugar de acogida y comunión, ¿no es hora de dar nuevos pasos concretos de reconciliación entre los cristianos separados? Los cristianos reconciliados hacen oír la voz del Evangelio con mucha más claridad, en un mundo que necesita confianza para preparar un futuro de justicia y de paz.
Actualmente, corremos el riesgo de pararnos al alcanzar una simple tolerancia. Pero Jesucristo quiere reunirnos en un solo cuerpo.
Quisiera encontrar las palabras adecuadas para pedirle a los cristianos de las distintas Iglesias: ¿no hay un momento en el que habría que tener el coraje de unirnos bajo el mismo techo, sin esperar a que todas las formulaciones teológicas estén plenamente armonizadas?
¿No es posible expresar nuestra unidad en Cristo (que no está dividido), aún sabiendo que las diferencias que quedan en la expresión de la fe no nos dividen? Siempre existirán diferencias: algunas serán temas normales de discusión, otras podrán incluso enriquecernos.
Hagamos junto a cristianos de otras confesiones todo lo que podamos hacer juntos, no hagamos nada sin tener en cuenta a los otros.
Para facilitar este proceder tenemos dos caminos posibles. El primero, dirigirnos juntos a Dios vivo en una oración sencilla. El segundo, ponernos juntos al servicio de los más necesitados. Así, anunciamos verdaderamente juntos el Evangelio.
Al reunirnos bajo el mismo techo, no temamos que la verdad del Evangelio pueda “diluirse”. Confiemos en el Espíritu Santo. No se trata de unirnos para ser más fuertes, sino para ser fieles a Cristo, manso y humilde de corazón. De él aprendemos que la verdad se hace oír a través de la humildad.
¿No nos indica el Papa Francisco la dirección, poniendo como prioridad para todos proclamar la misericordia de Dios a través de nuestras vidas? No perdamos este momento providencial que se nos presenta para expresar la comunión visible de todos los que aman a Cristo.
La reflexión de mañana será cómo hacer más visible esta comunión entorno a Cristo. Reflexionaréis sobre las siguientes palabras de Jesús: «Pues donde dos o tres se reúnen en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos».
Buscar cómo hacer más visible esta comunión y, con ello, ser más capaces de crear una nueva solidaridad entre los seres humanos. Este será también el objetivo de nuestra peregrinación de confianza durante el nuevo año. ¿Cómo va a continuar?
Si en el año 2013 pusimos nuestra mirada en los jóvenes asiáticos, en el año 2014 estaremos a la escucha de los jóvenes americanos. Nuestra peregrinación contará con etapas en Texas y México en abril/mayo y luego en octubre en el Caribe, donde celebraremos encuentros en la República Dominicana, Haití, Puerto Rico y Cuba.
Y después celebraremos el encuentro europeo desde el 29 de diciembre de 2014 al 2 de enero de 2015.
Hermano Alois, Estrasburgo, tarde del martes 31 de diciembre de 2013
Ayer os decía que si buscamos la reconciliación entre los cristianos, no es para ser más fuertes ni para replegarnos sobre nosotros mismos. No. Buscamos la reconciliación de los cristianos para que sea un signo del Evangelio, y que pueda ser fermento para el acercamiento entre los seres humanos y entre los pueblos.
Una comunión visible entre todos los que aman a Cristo, entre todos los que ponen su confianza en él, puede concretarse solamente si ponemos en el centro de nuestras vidas el perdón y la reconciliación. Igualmente ocurre si deseamos establecer la paz en la familia humana a través de la tierra. Aquí también el perdón y la reconciliación son valores fundamentales.
En la familia humana, las heridas de la historia dejan huellas profundas y marcan las conciencias y mentalidades durante generaciones. Sin embargo, las humillaciones sufridas no deben conducir necesariamente a la violencia. Pueden sanarse, no mediante la victoria de unos sobre otros, sino haciendo hueco en el corazón al respeto de la dignidad del otro.
La historia reciente de Sudáfrica nos proporciona un ejemplo. Incluso si el camino hacia una mayor justicia todavía es largo, Nelson Mandela, al ofrecer el perdón, ha hecho posible la sanación de heridas atroces de la historia del país.
Y aquí, en Estrasburgo, recordamos que en el siglo pasado, tras sangrientas guerras, algunas personas consiguieron embarcar a Francia y Alemania, y después a toda Europa, en un camino de perdón y reconciliación.
Con nuestro encuentro aquí en Estrasburgo, ciudad simbólica de la reconciliación en Europa, queremos expresar el reconocimiento infinito a estos artesanos de la paz.
Sin perdón no hay futuro, ni en la vida personal de cada uno, ni en las relaciones entre países. A veces el perdón parece imposible. Pero esta imposibilidad momentánea no debe significar un rechazo definitivo. Mantener y, si es posible, expresar el deseo de perdonar es en sí un primer paso hacia la sanación.
Los jóvenes de hoy son también una importante baza en este proceso, pues pueden negarse a transmitir a la próxima generación los rencores y resentimientos relacionados con las heridas de la historia y que, a veces, siguen vivos. No se trata de olvidar un pasado doloroso, sino de interrumpir la cadena que hace perdurar estos resentimientos. Así, poco a poco y mediante el perdón, la memoria puede ir sanando.
Como cristianos, deberíamos estar en primera línea para vivir la reconciliación, incluso en situaciones que parecen humanamente desesperadas. Cristo vino a perdonar todo. Al cargar él mismo con la violencia de los hombres, nos ha liberado de ella. Y nos promete encontrar la alegría si le seguimos por el camino del perdón.
Nosotros también quisiéramos ser más conscientes de que el espíritu de la reconciliación implica compartir, hacer un reparto más justo de las riquezas de la tierra. Hemos comenzado juntos un camino que nos conducirá a vivir más profundamente la solidaridad entre los seres humanos. En 2015, intentaremos formular esta nueva solidaridad en Taizé.
Sería tan importante que los jóvenes europeos no se sintieran satisfechos con una Europa reconciliada, sino que construyesen una Europa abierta y solidaria: solidaria entre todos los países europeos y también con los otros continentes, con los pueblos más necesitados.
Todos podemos participar en una civilización que esté fundada en la confianza, no en la desconfianza. A veces, en el curso de la historia, unas pocas personas han sido suficientes para hacer bascular la balanza hacia la paz. De vuelta a nuestros países, seamos, a causa de Cristo y del Evangelio, estos peregrinos de paz y de confianza.